Rubalcaba ha dicho que «el proceso» no podrá arrancar mientras las cosas no mejoren. Debe de referirse al auge de la violencia terrorista, pues eso son las extorsiones, la kale borroka y los robos de armas con secuestro incluido. Quizás sólo intenta poner distancia con el incipiente descarrilamiento del «proceso» de su jefe. Muy pocos leales acompañarán voluntariamente al presidente si el tren que éste lanzó a toda marcha por lo que desde el comienzo era una vía muerta, acaba destrozado contra los duros topes de la realidad. Sólo los ciegos incorregibles insisten en atisbar «luz al fondo del túnel», pero Otegi, el Interlocutor Necesario, advierte que «el proceso» debe correr a la vez por dos vías paralelas (dos mesas de negociación), o no correrá: ¿se estrellará, entonces? Es lo más probable.
La abundancia de oscuras metáforas ferroviarias sobre el oscurísimo «proceso» es una consecuencia natural de las oscurantistas decisiones gubernamentales. Otra consecuencia menos retórica es que el tren ya sólo puede progresar por la vía elegida por ETA, que lleva la iniciativa y pone las condiciones. Pero eso no es un progreso, sino un retroceso calamitoso. Tanto «run-run» ferroviario recuerda un viejo chiste ruso sobre el desastroso desprecio de la verdad que acabó hundiendo la URSS.
El chiste es así: Lenin y su politburó viajan en tren cuando, de repente, el convoy se detiene en medio de la nada. Sin dudarlo, Lenin arenga a sus compañeros: «Camaradas, es sólo una avería. Ayudemos al maquinista y saldremos pronto de aquí». En efecto, todos se ponen manos a la obra y en poco tiempo reanudan el viaje. Pasan diez años y la historia se repite, ahora con Stalin, que dice sin levantar la voz: «Camaradas, esto es un sabotaje. Que fusilen al maquinista y que le sustituya un ayudante». Tras fusilar al desdichado, el ayudante se las arregla para arrancar y el tren sale echando chispas entre ansiosos aplausos. Pasa más tiempo, y esta vez son Breznev y su séquito los atrapados en otro tren averiado. Breznev convoca al politburó y lee un largo informe, que en resumen dice: «Se trata de una provocación de la propaganda capitalista. Vamos a imitar el ruido del tren para que comprendan su fracaso». Aprobada la propuesta por unanimidad, todos se aplicaron a imitar los chirridos y traqueteos del ferrocarril sin moverse de su asiento. Todavía siguen allí.
La situación de Zapatero y su «proceso» se parece a la de Breznev. Paralizado en la incertidumbre, culpa del parón a todo el mundo -PP, jueces, víctimas, prensa hostil- salvo a sí mismo y a su estrategia mesiánica y temeraria. Para agravar las cosas, en la vía paralela esperan amenazantes los terroristas, quizás dispuestos a atacar el convoy donde Zapatero y sus fieles, con Conde-Pumpido a la cabeza, imitan traqueteos, chirridos y ruidos de estación para dar a entender que todo va sobre ruedas, pese a algún retraso inevitable...
El caso es que comienzan a proliferar pliegos de descargo preventivos tan previsibles como previstos fueron -ahí están las hemerotecas- los malos resultados de las decisiones de Zapatero. La autoexculpación ante el probable desastre es que «había que intentarlo, porque era una gran oportunidad». Sin embargo, es evidente que la repetición contumaz de errores, tan viejos como el nauseabundo «problema vasco», estaba condenada a fracasar: convertir el final de ETA sin contrapartidas políticas, que era posible en 2004, en un «proceso de paz» negociado en una «mesa de partidos» extraparlamentaria que, según se ha sabido sin que nadie concernido haya sido capaz de desmentirlo ni justificarlo, ya se reúne -¡oh sorpresa!- en el santuario jesuita de Loyola. Y todo esto, sólo para eternizar la marginación del PP y asegurar cuarenta años de gobierno PSOE con apoyo nacionalista. Aunque el resultado sea la completa desnaturalización de la democracia.
Aunque el PP no ha practicado, que digamos, una oposición modélica, sino descentrada e histriónica (a veces al dictado de energúmenos), es evidente que la responsabilidad de la ruptura corresponde al PSOE, que ha tratado de imponer que el leal apoyo de la oposición a la política antiterrorista del gobierno fuera un trágala ilimitado. Contra lo pretendido, la consecuencia ha sido el debilitamiento del Estado. La violencia aumenta mientras la legalidad (la democracia) es puesta en solfa: esto ha sido el «proceso de paz». Por eso hemos pasado de oír a una Batasuna amedrentada que Navarra debe tener «su propio tiempo y proceso», síntoma en su momento de cierto novedoso realismo, a proclamar con chulería que la «territorialidad» es innegociable. De admitir que la kale borroka debe desaparecer, a negarse rotunda y cínicamente a condenarla mientras Otegi presume de que pueden desactivarla cuando quieran. Tras los secuestros y robos de armas, tras comprobar que eso tampoco conmueve a un gobierno más paralizado que impertérrito, ETA puede pasar a mayores para tensar la cuerda y arrastrarle a su terreno de negociación.
El hecho es que el Gobierno ha gastado casi todas sus bazas sin obtener nada a cambio. ETA dejó de matar en 2003 como consecuencia de la presión del Pacto antiterrorista, que derrotó políticamente a la banda y la acosó policialmente, y seguramente por los nuevos riesgos introducidos por el terrorismo islamista, de manera que el Gobierno de Zapatero no puede apuntarse en su activo los muy citados, con enorme autocomplacencia, «tres años y siete meses sin matar». En cambio, en el País Vasco hay ahora más violencia que en 2004 y 2005, y esto sí es un efecto de su política. Sin duda, el Gobierno puede dedicarse a lanzar todo tipo de cortinas de humo para ocultar su segundo gran fracaso de la legislatura, pero las cosas están así.
Si ETA vuelve a asesinar, la responsabilidad penal será, desde luego, de los terroristas. Pero quienes han diseñado un «proceso de paz» a su exclusiva y partidaria conveniencia, fracasando en la obtención del desistimiento terrorista, muy probable de haberse mantenido la estrategia anterior basada en el consenso PSOE-PP, no deberían pretender estar a salvo de la exigencia de responsabilidades políticas, intelectuales y morales por sus disparates. Todavía les queda una posibilidad de salir de la vía muerta: volver al Pacto contra el Terrorismo. No es mucho pedir, aunque los maquinistas dejen el uniforme en la gatera. Negarse a esto y preferir el desastre a la rectificación sería definitiva y literalmente imperdonable.
Carlos Martínez Gorriarán, profesor de la UPV y portavoz de Basta Ya.