El proceso que viene

El proceso ha muerto, viva el proceso! El atentado de ETA en Barajas ha desbaratado la base del diálogo que se venía desarrollando entre la organización terrorista y el Gobierno del presidente Rodríguez Zapatero; aunque lo más importante, una vez más, es el sufrimiento por dos vidas cercenadas y los daños a muchas más. Los escombros sepultaron a dos personas, pero además han cerrado 'la vía Ternera' y han quebrado 'el tablero de Azkoitia'. En definitiva, la desmedida criminal ha cegado los atisbos creados para un final negociado del terrorismo nacionalista, al menos de momento. A la desconfianza se le unen el dolor y el ridículo, una combinación que impide continuar en el actual proceso para el final de ETA, pero no por eso podemos caer en la desesperanza. Nos señaló Ortega y Gasset que «La 'acción' es actuar sobre el contorno de las cosas materiales o de los otros hombres conforme a un plan preconcebido en una previa contemplación o pensamiento» ('El hombre y la gente', 1957). Tenemos muchas cosas para ver, también contamos con reflexiones, pero parece que de proyectos plausibles no andamos muy sobrados.

Consideremos los aspectos de seguridad. En principio, tenemos que aprender del propio atentado. Sin espacio para poder explicarlo en detalle, al menos el bombazo en sí nos tiene que enseñar a construir edificaciones públicas todavía más eficientes, tanto en su estructura absorbente como en sus dotaciones para urgencias (cámaras, megafonía, señalización, etcétera). Los planes de emergencia han de ser revisados, porque la reacción inmediata a la alarma deja entrever fallos importantes (radio de protección insuficiente, embotamiento de recursos policiales, peinado infructuoso, etcétera), que según transcurría el tiempo fueron corregidos, para concluir en una buena organización posterior (reubicación de personal, reajuste de vuelos o, especialmente, serenidad y metodología en el desescombro , con la presión de los entonces desaparecidos). Parece que hemos vuelto a cometer fallos que ya se expusieron en las conclusiones técnicas de la Comisión del 11-M, por lo que debemos prestar nueva atención a las sugerencias de los expertos en emergencias.

Otros aspectos relevantes para la seguridad tienen que ver con la prevención del atentado. Es evidente que se han producido errores estrepitosos en las labores de inteligencia, pues, aun contando con información importante, su interpretación ha sido muy deficiente. Podemos conocer muchas cosas, pero si no las analizamos correctamente pagaremos nuestra ceguera. Tal vez se ha caído en la clásica presión del poder sobre los profesionales, de forma que si las conclusiones operativas no eran propicias a las intenciones políticas, se optaba por otras interpretaciones. Eso de ganarse al augur pudo servir en algún momento remoto, pero nuestros tiempos no están como para jugar manipulando la cruda realidad. Y quedan por venir los resultados de la investigación policial, que va a ser (está siendo) más difícil de lo que parece. Por ejemplo, hace unos pocos años era impensable que con el material intervenido en Atxondo no se hubieran producido detenciones inmediatas. Asimismo, la mayoría de los atentados de ETA antes del alto el fuego siguen sin esclarecerse y sabemos, por los servicios de seguridad franceses especialmente, que la organización terrorista ha continuado reestructurándose. La eficacia policial ha descendido claramente y no sirve el argumento mediático del incremento de juicios en la Audiencia Nacional, pues corresponden a investigaciones de otras épocas. Es imprescindible retomar los aciertos policiales, y de poco nos valen las detenciones recientemente realizadas. Que no duden los criminales de que acabarán ante la justicia; con 'impunidad cero' hacia sus delitos ganaremos quienes creemos en la democracia.

También la gente de ETA que persiste en la violencia como instrumento político debe revisar sus presupuestos. Es posible que el fogonazo de la explosión obnubile su pensamiento, que sí que tienen, entendiendo que el ataque certero apuntala su posición de fuerza. Todo lo contrario, su atentado de Barajas significa una regresión defensiva por su parte y elimina su capacidad de iniciativa social, y asimismo merma su credibilidad negociadora y disminuye los apoyos internacionales que ha ido consiguiendo últimamente. Los términos belicistas siguen imponiéndose en ETA y eso invalida a sus miembros para cualquier diálogo inmediato. Por algo Marx consideró como misión principal de la Comuna la destrucción del poder burocrático militar de entonces, porque su revolución era incompatible con la retroalimentación bélica, algo que tampoco aprendieron los socialismos totalitarios, recientemente en extinción. En este contexto, su aparente éxito terrorista es una nueva derrota para su causa.

El último atentado es parte de la estrategia de los halcones más temerarios de ETA, calculadores en sus cuentas, que tienen poco que ver con la realidad, en la que no disponen de palomas. Ellos pensaron que una acción espectacular reforzaría su posición negociadora, además de debilitar al enemigo, todo ello en un juego virtual que interpretan como 'acción-reacción' dentro del proceso resolutivo. Es una dialéctica muy frecuente en los grupos terroristas, lo que demuestra por una parte que la clave en la que se siguen moviendo en ETA es la del 'enfrentamiento armado', sin evolucionar hacia formas de entendimiento, pero la cerrazón criminal no acaba de aprender las lecciones históricas. ¿Tanta muerte y destrozos, para qué? Para volver a negociar su cese definitivo, que es su única posibilidad de concluir su devenir con un mínimo de recato. ¿Pero con quién van a dialogar? Con un Eguiguren al que han puesto en solfa, o con el mismo presidente, al que han utilizado como calandrajo. Una situación grotesca de puro dramática, de una cortedad mental que la hace sumamente difícil de corregir, pues no hay proceso pacificador que encaje con quien sigue moviéndose al son de los pistoleros; eso genera más inseguridad en todas las partes involucradas.

¿Cómo actuar? Pues J. P. Lederach, el contrastado pacifista, lo explica: «Construir la paz a menudo tiene que ver más con la creación de espacios, el desarrollo de relaciones y la perseverancia a pesar del pesimismo reinante, así como la flexibilidad para moverse aprovechando las oportunidades que surjan, por escasas que sean» ('Construyendo la paz', Bakeaz/Gernika Gogoratuz, 1998). Y aquí es donde encaja la eficacia policial, pues contribuye a establecer condiciones de esperanza mediante la represión del delito, en todas sus formas terroristas, disminuyendo la capacidad de la presión criminal. La debilidad terrorista incrementa las posibilidades para la resolución pacífica de los problemas sociopolíticos que pudieran existir. Es una lección histórica que no deberíamos olvidar, especialmente cuando estamos llegando a la estación terminal de ETA; punto definitivo en el que nos volveremos a encontrar con un desenlace que precisa del diálogo, sobre todo para crear condiciones que nos lleven hacia una futura (y deseable) reconciliación. Ahora bien, en el proceso que viene las circunstancias serán distintas, más complicadas si en ETA se empecinan en la violencia -ésa será su responsabilidad-, y más proclives a la conclusión del terrorismo nacionalista si volvemos al consenso entre demócratas, especialmente en el ámbito de la seguridad.

Teo Santos, ertzaina y miembro de Bakeaz.