El profeta musulmán que nació en Belén /

En el año 632, cinco después de la terrible guerra, la ciudad de La Meca, en la Hiyaz [provincia de Arabia Saudí de la que La Meca es capital], abrió voluntariamente sus puertas al Ejército musulmán. No hubo derramamiento de sangre y nadie se vio obligado a convertirse al islamismo, pero el profeta Mahoma ordenó la destrucción de todos los ídolos y símbolos de la divinidad. Había una serie de frescos pintados en los muros interiores de la Kaaba, el edificio sagrado de piedra gris que había de antiguo en La Meca, y uno de ellos, según se dice, representaba a María y a su hijo, Jesús. Inmediatamente, en acto de reverencia, Mahoma lo cubrió con su manto y ordenó que todas las demás pinturas salvo ésta fueran destruidas.

Es posible que esta historia sorprenda a muchas personas de Occidente que han considerado al islamismo enemigo implacable de la cristiandad ya desde los tiempos de las Cruzadas, pero es conveniente que la tengamos presente en estos días navideños, cuando estamos rodeados de imágenes de la Virgen y el Niño. Esto nos recuerda que el denominado choque de civilizaciones no ha sido en absoluto inevitable. Durante muchos siglos los musulmanes han venerado la figura de Jesús, que es honrado en el Corán como uno de los profetas más grandes y, en los años de formación del islamismo, llegó a formar parte constitutiva de la identidad musulmana emergente.

Es éste un punto del que se pueden extraer lecciones importantes tanto para los cristianos como para los musulmanes, quizás especialmente en Navidad. El Corán no cree en la divinidad de Jesucristo pero dedica más espacio a la historia de su concepción virginal y a su nacimiento que el mismísimo Nuevo Testamento, hechos que presenta como símbolos enormemente ricos del nacimiento del Espíritu en todos los seres humanos (Corán 19:17-29; 21:91). Al igual que los grandes profetas, María recibe al Espíritu y lleva a Jesús en su seno, quien, a su vez, llegará a ser un ayah, una revelación de paz, mansedumbre y de compasión al mundo.

El Corán se escandaliza ante las proclamas cristianas de que Jesús sea «el hijo de Dios» y describe a un Jesús que niega con vehemencia su divinidad en un intento de «purificarse» a sí mismo de estas imputaciones blasfemas. El Corán insiste una y otra vez en que, como el propio Mahoma, Jesucristo fue un ser humano perfectamente común y corriente y que los cristianos han malinterpretado en todos sus extremos sus propias escrituras. Sin embargo, concede que los más sabios y los más creyentes de los cristianos, especialmente los monjes y los sacerdotes, nunca han creído que Jesús tuviera naturaleza divina; de todos los que adoran a Dios, a monjes y sacerdotes se les tenía por los más próximos a los musulmanes (Corán 5:85-86).

Hay que decir que algunos cristianos tienen un concepto muy simplista de lo que se entiende por encarnación. Cuando los escritores del Nuevo Testamento, Pablo, Mateo, Marcos y Lucas, llaman a Jesús el «Hijo de Dios» no querían decir que fuera Dios. Usaban esta expresión en su sentido judío: en la Biblia hebrea, se denominaba con ese mismo título a cualquier mortal (un rey, un sacerdote o un profeta) a quien Dios hubiera encomendado alguna misión especial y que gozara de una intimidad desacostumbrada con la divinidad. A lo largo de todo su evangelio, Lucas está en perfecta sintonía con el Corán porque siempre y en todo momento se refiere a Jesús como un profeta. Incluso Juan, que consideraba a Jesucristo como la Palabra de Dios hecha hombre, hacía por lo general una distinción, aunque ciertamente sutil, entre la Palabra eterna y el propio Dios, de la misma manera que nuestras palabras son algo diferente de la esencia de nuestro ser.

El Corán insiste en que todas las religiones que siguen la orientación correcta provienen de Dios y a los musulmanes se les exige que crean en las revelaciones de todos y cada uno de los mensajeros divinos de Dios: «Abraham, e Ismael, e Isaac, y Jacob... y todos los demás profetas: no hacemos distinción entre ninguno de ellos» (Corán 3:84). Sin embargo, Jesús, llamado también el Mesías, la Palabra y el Espíritu, gozaba de una consideración especial.

Se tenía la creencia de que Jesucristo tenía una cierta afinidad con Mahoma y que había profetizado la venida de éste (Corán 61:6), de la misma manera que entre los cristianos se creía que los profetas hebreos habían anunciado la venida de Cristo. El Corán, posiblemente bajo la influencia del cristianismo docético, negaba que Jesús hubiera sido crucificado pero sin embargo consideraba su ascensión a los cielos como la afirmación triunfal de su naturaleza profética. De manera similar, Mahoma habría ascendido místicamente al Trono de Dios en algún momento. Jesús jugaría también un papel muy destacado junto a Mahoma en el drama escatológico de los últimos días.

Durante los tres primeros siglos de islamismo, los musulmanes mantuvieron contactos muy estrechos con los cristianos de Irak, Siria, Palestina y Egipto y empezaron a acumular una colección de cientos de anécdotas y dichos atribuidos a Jesús; no existe nada comparable en ninguna otra religión no cristiana. Algunas de estas enseñanzas estaban claramente derivadas de los evangelios (el Sermón de la Montaña era extraordinariamente popular), aunque dotadas de un sabor musulmán característico. Jesús aparece realizando la hayy [la peregrinación a La Meca], leyendo el Corán y postrándose en oración.

En otros relatos, Jesús expresaba preocupaciones específicamente musulmanas. Para los ascetas musulmanes Jesús era un modelo excepcional, con su predicación de la pobreza, la humildad y la paciencia. En ocasiones tomaba partido en las disputas políticas o teológicas, como cuando se alineaba con aquellos que defendían el libre albedrío en el debate sobre la predestinación; o como cuando elogiaba a los musulmanes que se habían retirado por principio de la política («Exactamente igual que los reyes os han confiado a vosotros la sabiduría, así deberíais vosotros confiarles el mundo a ellos»); o como cuando condenaba a los sabios que prostituían sus enseñanzas a los progresos políticos («No os ganéis la vida a expensas del Libro de Dios»).

Jesús llegó a ser considerado por los musulmanes un ejemplo y una inspiración en su propia búsqueda espiritual. Los chiíes estaban convencidos de la existencia de una poderosa conexión entre Jesús y los imanes fundadores del chiísmo, que también habían tenido nacimientos milagrosos y heredado de sus madres el conocimiento profético. Los sufíes eran particularmente devotos de Jesús y lo llamaban el profeta del amor. El místico del siglo XII Ibn al-Arabi lo llamaba «el sello de los santos», con lo que de manera perfectamente consciente lo situaba a la par de Mahoma, «el sello de los profetas». Algunos sufíes llegaban tan lejos como a modificar el sahada o profesión de fe de los musulmanes, que para ellos pasaba a ser «doy fe de que no hay más Dios que Alá y que Jesús es su enviado», sin mencionar a Mahoma.

La devoción de los musulmanes a Jesús es un ejemplo digno de destacarse de la forma en que una tradición resulta enriquecida por otras. No puede decirse que los cristianos hayan correspondido a este reconocimiento. Mientras que los musulmanes reunían tradiciones relacionadas con Jesús, los sabios cristianos de Europa denunciaban a Mahoma por libidinoso y charlatán y por su adición perversa a la violencia. Sin embargo, tanto los musulmanes como los cristianos son hoy culpables de muestras de intolerancia y con frecuencia parecen empeñados en ver sólo lo peor de los otros.

La devoción de los musulmanes a Jesús demuestra que no siempre ha sido así. En templos pasados, antes de los distanciamientos políticos de la modernidad, los musulmanes siempre fueron capaces de poner en práctica una autocrítica fructífera y rigurosa. Con ocasión del nacimiento del profeta Jesús, podrían preguntarse este año sobre cómo resucitar su larga tradición de pluralismo y comprensión de las demás religiones. Por su parte, los cristianos, tras meditar sobre la afinidad que los musulmanes sintieron en otros tiempos hacia la religión cristiana, podrían echar una mirada a su propio pasado y reflexionar sobre lo que puedan haber hecho para haber perdido ese respeto.

Karen Armstrong, colaboradora de The Guardian e historiadora de las religiones. Es autora, entre otras obras de Mahoma: biografía del profeta y La escalera de caracol.