El programa era él

Pedro Sánchez lleva meses en funciones. En funciones de relator. Lo último de su narrativa se titula Programa común progresista. Incluye 370 medidas. Algunas son propuestas de Unidas Podemos y otras, fruto de las reuniones de este verano con lo que llama sociedad civil.

Anunciado como "reflejo perfecto de la izquierda y el pensamiento socialdemócrata europeo", más bien evoca, desde el rótulo, su peor tropiezo en 47 años.

En junio de 1972, François Mitterrand, primer secretario del Partido Socialista Francés (PSF), y Georges Marchais, entonces secretario general del Partido Comunista, firmaron el llamado Programa Común. Procedía, en lo esencial, del programa comunista titulado Cambiar de rumbo.

Con ese programa la Unión de Izquierdas concurrió a distintas elecciones. Los franceses entendieron que el Programa Común era un programa comunista y lo derrotaron en todas las citas con las urnas. Incluso mereció un demoledor artículo de R. Aron en el periódico Le Figaro titulado El círculo cuadrado. Aron tachaba la propuesta de la izquierda de completamente absurda: perseguía aumentar el crecimiento y una nueva distribución de los ingresos por medios contraproducentes: nacionalizaciones, fiscalidad explosiva, reducción de beneficios empresariales, etcétera. Vaticinaba una "profunda crisis económica" si se ponía en práctica.

En mayo de 1981, François Mitterrand ganó las elecciones presidenciales francesas. Una nota del Departamento de Estado estadounidense de aquel mes le retrataba así: "Monsieur Mitterrand tiende a confundir la palabra y el acto, a preocuparse de lo que se dice de su política, más que del contenido de la política misma. Las ideas se envolverán en un discurso socialista que nos parecerá, en Washington, una letanía mediocre y sectaria. Evitemos reaccionar a los discursos de este presidente-camaleón. Debemos tener paciencia".

¿Con qué programa ganó Mitterrand la presidencia? En principio, no con el Programa Común. En 1978 había declarado rotundo: "Ese programa está prescrito". Pero, dos años después, en 1980 matizó su retractación con una reserva: "Políticamente, consideramos que la construcción del socialismo será la aplicación del Programa Común". Prescrito, dijo, no caducado: el Programa Común no obligaba jurídicamente al Partido Socialista Francés con respecto al PC; pero, en su espíritu y disposiciones esenciales, continuaba obligándole políticamente consigo mismo.

Ese sutil distingo permitía a Mitterrand usar un doble lenguaje muy eficaz. A los entusiastas de la unión social-comunista les daba a entender que el Programa Común conservaba toda su fuerza. Al electorado receloso de esa alianza le tranquilizaba la afirmación de su independencia. Mitterrand retenía a su alrededor al verdadero "pueblo de izquierda" (el Programa común no ha caducado), al tiempo que lanzaba la red hacia el centro (el Programa común ha prescrito).

¿Con qué programa votaron los ciudadanos franceses a François Mitterrand? Sólo había un texto disponible: el Proyecto socialista para la Francia de los 80. Giscard cargó en campaña contra las medidas colectivistas que contenía. Fue acusado de mentir. Respondió desgranando datos exactos del Proyecto. Pero intervino Michel Rocard: el programa socialista no era el Proyecto, eran las "110 proposiciones" aprobadas en el congreso extraordinario de Créteil, en enero de 1981, que, según el mencionado Rocard, limaban las uñas colectivistas del Proyecto. Resultado: en ese mar de proyectos, programas y medidas, en el que naufragaba la paciencia del elector, Mitterrand resultaba ser un candidato fuera de programa, inalcanzable. Podría haber dicho parafraseando la célebre cita: "¿Programa? El programa c'est moi".

Con la victoria, el candidato de programa confuso mutó en presidente comprometido con un "contrato solemne". ¿Cuál? Las 110 proposiciones de Créteil, que ni siquiera habían sido publicadas. Cuando se pidió al grupo socialista en la Asamblea Nacional que comunicase las 110 proposiciones, la respuesta fue: "Es un texto confidencial, pídanlo al Elíseo".

Conclusión: los franceses no tuvieron conocimiento del programa presidencial antes de votarlo; esas 110 proposiciones, tan bien guardadas, contenían lo principal del Programa Común, declarado prescrito. Si Mitterrand quiso presentar su programa de gobierno como «un contrato solemne»; no faltó quien pidiera su anulación «por vicio del consentimiento».

La disputa táctica por el espacio de izquierda costó a los franceses un precio imprevisto: la "ruptura con el capitalismo", teorizada en el Programa Común y traducida en nacionalizaciones, que puso al país al borde de la quiebra. Y que tuvo que corregirse a partir de 1984.

¿Era François Mitterrand un socialista duro, partidario del colectivismo y la planificación? Eso no se pregunta a un presidente-camaleón. En sus memorias, Revel, que le conoció muy bien, duda de que en aquella época supiera con precisión qué era una multinacional. Era un táctico, y su táctica tuvo, claro está, consecuencias.

La analogía tiene sus límites, por supuesto. España no se juega la nacionalización de ningún sector industrial. Desde aquel 1981 francés han sucedido muchas cosas; entre otras, 1989. La izquierda ya no nacionaliza los medios de producción. Ahora nacionaliza la memoria colectiva, la moral pública y la corrección ideológica. En el pasado, el Estado gestionaba el sector público y nosotros, los ciudadanos, nuestra propia vida. Ahora, el Estado progresista reclama su condición de guía moral y aumenta su autoridad para que nos comportemos correctamente. En política económica, la ligereza presupuestaria, la fiscalidad demagógica y la eliminación de los incentivos han suplantado a la vieja planificación central. No hay un procedimiento único para taponar el desarrollo económico.

Se convoquen o no nuevas elecciones en noviembre, los españoles debemos exigir claridad en propuestas y programas para que nadie pueda erigir el equívoco permanente en fórmula de gobierno.

Pedro Sánchez, el presidente del Ejecutivo en funciones, no debería malgastar el tiempo en juegos tácticos propios de segundas vueltas presidenciales a la francesa. Con una recesión a las puertas y el compromiso secesionista de volver a intentarlo, España no puede ser gobernada desde un malentendido.

Vicente de la Quintana es consultor político.

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