El progreso contra Chavez

Este siete de octubre (7-O) reviste un especial significado para la democracia. Es la oportunidad de la oposición venezolana de hacerse con la presidencia del país y después, el 16 de diciembre (16-D) generar la necesaria alternancia política en todos los estadios de poder regionales. Ahora, hay que poner el pero necesario porque las cosas, aunque se sientan festivas desde las campañas, tienen frenos institucionales muy bien montados por el comandante Hugo Chávez, lo que implica que el estudio de la coyuntura pase por revisar las diferentes aristas y posibilidades electorales de este próximo octubre.

Una de las facetas de este entramado está conformada desde la Constitución y contempla a dos de los poderes fundamentales: la Asamblea Nacional y el Tribunal Superior de Justicia. La otra faceta es que el ganador de esta contienda tomará el poder en enero de 2013. Fíjese bien en las fechas porque a continuación se desvela la otra parte del entramado.

La Asamblea está compuesta por un 58,3 por ciento de diputados del partido del presidente Chávez (PSUV), lo que impediría cualquier reforma de leyes orgánicas que requieran de dos terceras partes del hemiciclo, toda vez que la vigencia de estos diputados es hasta el 15 de diciembre de 2015.El otro poder es el Tribunal Superior de Justicia. Este órgano del Estado tendrá a 23 de sus 32 magistrados manteniendo sus funciones entre 2016 y 2022. Esa condición hace poco probable a la oposición márgenes de maniobra mediante la vía de la aplicación de justicia.

Los números de las encuestas son variopintos. Unas dan como ganador a Henrique Capriles, abanderado de la oposición y las otras a Chávez. Fiarse a estas alturas de las encuestas cuando la campaña tiene mucho que recorrer, sobre todo en demostraciones de programas de gobierno, apariciones en los medios de comunicación, alianzas, mítines, no es posible. Lo interesante desde el punto de vista político es tratar de vislumbrar el futuro. Las dos campañas tienen que tener fuelle porque la lucha por el favor de los votos está, y eso lo sabe la oposición, en el terreno de Chávez.

Así, varios escenarios políticos son los que operarían en esta campaña. Si el 7-O Capriles gana las elecciones, tendría dos años de desgaste legislativo y de justicia de manos atadas… salvo que de los casi 19 millones de electores inscritos en el registro electoral logre obtener las firmas del 15 por ciento de ese padrón, es decir, dos millones setecientas mil voluntades férreas para hacer frente al tinte rojo, con un referéndum para llamar a una asamblea constituyente. De esa forma se ganaría tiempo y credibilidad política.

Lo que sí está claro es que el chavismo sin Chávez a la cabeza es un saco de gatos. Bastó que se fuera a Cuba a su convalecencia para que las apetencias por el poder dejaran al descubierto de qué está hecho el grupo seguidor del presidente.

Ahora, dicen que Chávez está muy enfermo, que no llegaría a la toma de posesión y que esta falta absoluta del poder tendría complicaciones varias. Pues las tiene. Si Chávez gana las elecciones y muere antes de asumir la presidencia, quedaría en el mando Diosdado Cabello, actual presidente de la Asamblea Nacional, con un saldo de tiempo adecuado para formar dentro de las filas del chavismo al delfín, convocar nuevas elecciones y ver qué pasa con el pueblo opositor, ahora desmoralizado por una derrota electoral y evaluando en las cafeterías por qué no ganaron y en qué se equivocaron, buscando articularse para las elecciones de alcaldes y gobernadores del 16-D. Si el escenario es que Chávez nunca estuvo enfermo, la estrategia amañada de campaña sería que un milagro le ha curado y así, el crédulo pueblo, le adjudicaría poderes místicos al líder, lo que lo convertiría nuevamente en presidente.

La campaña de Capriles acertadamente denuncia los desmanes de la gestión de Chávez, subraya los 180.000 muertos en manos del hampa en los trece años de gobierno, destaca los errores en su política educativa y sanitaria, desvela corruptelas, señala la inacción en materia de inversión en infraestructuras, constata las divisiones sembradas sobre la base del odio.

Las posibilidades de Capriles siguen en la estrategia emprendida en esta campaña de recorrer al país casa por casa y, por supuesto, en el compromiso ciudadano por la acción cívica de votar. La campaña también es mostrar al mundo que las relaciones diplomáticas del chavismo venden a una Venezuela ficticia que avergüenza a los ciudadanos y que demuestra un plan de apropiación del país.

El 7-O es una cruzada libertaria para elegir entre dos países: el de Chávez y el del progreso.

Max Römer Pieretti, consultor político y profesor en la Universidad Camilo José Cela.

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