Por Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB (LA VANGUARDIA, 27/07/06):
Dos buenos amigos me han criticado el artículo del jueves pasado sobre las causas del final del franquismo y la relativa facilidad con la que se desarrolló la transición. El fondo de mi argumentación consistía en señalar que las transformaciones económicas, sociales y culturales que se produjeron en la sociedad española durante los quince años anteriores a la muerte de Franco fueron los principales motivos que explican el rápido paso de una dictadura a una democracia en el corto periodo 1975-1978.
Las objeciones de mis amigos eran dos: el escaso relieve que daba a la lucha antifranquista y la subestimación con la que trataba el periodo de la transición. Debo confesar que, si esto es lo que se desprendía del artículo, ambos amigos tienen razón: la oposición al franquismo fue determinante en la salida que se le dio a la dictadura y la habilidad en conducir las complicadas vicisitudes de la transición constituyó un elemento decisivo del resultado final. Por tanto, lamento no haberme explicado mejor y sólo puedo alegar como disculpa las limitaciones de espacio que impone un artículo de periódico.
No obstante, todo ello plantea un problema general de método: ¿cuáles son los elementos que explican la realidad política, los estructurales o los coyunturales, los objetivos o los subjetivos? Un ejemplo de trágica actualidad: ¿cuál es la causa de la guerra de Líbano, el secuestro de dos soldados israelíes por Hezbollah o los intentos de Estados Unidos por controlar Oriente Medio, poniendo fin a los regímenes de Irán y Siria? En definitiva, volviendo a las cuestiones de método: ¿hay que explicar la historia estudiando los acontecimientos concretos o las transformaciones sociales profundas?
No me cabe ninguna duda de que ambos planos - el estructural y el coyuntural, el objetivo y el subjetivo- son necesarios para entender la historia de una sociedad determinada, para estudiar uno de sus periodos concretos. Sin embargo, tampoco me cabe duda alguna de que el plano estructural y objetivo es el marco indispensable donde únicamente pueden entenderse los hechos coyunturales y subjetivos.
Vayamos al caso concreto del franquismo. ¿Por qué fracasó la guerrilla antifranquista en los años cuarenta? Entre otras causas, que no tenemos espacio para enumerar, porque no obtuvo la respuesta social que esperaba debido al miedo a las represalias, a la falta de ayuda exterior, a las luchas internas, al desánimo y desconfianza de los españoles, o debido a cualquier otra causa; pero en todo caso, debido a que la sociedad española no fue capaz, en aquellos años, de apoyar el movimiento guerrillero. Es decir, principalmente por causas objetivas del pueblo, no por causas subjetivas de la guerrilla.
Más ejemplos, ya en los años cincuenta, ¿por qué la muy importante y masiva huelga de tranvías de Barcelona en el año 1951 o la revuelta de los estudiantes universitarios en Madrid en 1956 quedaron como hechos aislados, sin capacidad alguna para derribar al régimen franquista? A mi modo de ver, la causa estaba en que la sociedad española que años más tarde, tras la muerte de Franco, mayoritariamente apoyará la democracia, todavía era incapaz de concebir una España sin Franco y sin otra guerra civil. Para que ello fuera posible, para que se afrontara sin miedo un futuro democrático - elemento subjetivo- era necesario que se produjeran transformaciones estructurales y objetivas: que desaparecieran el gran atraso económico y las brutales desigualdades sociales respecto a Europa y que se produjera un cambio en la cultura y en la mentalidad política de los españoles. Sólo en el caldo de cultivo de esa sociedad española económica, social y culturalmente nueva podrían tener los partidos y grupos de oposición al franquismo un efecto decisivo que ocasionara el final definitivo del régimen.
Asimismo, la transición entendida como un pacto implícito entre un sector de políticos comprometidos con el franquismo que deseaban el paso sin traumas a la democracia y unas fuerzas de oposición partidarias de la ruptura pero que, sin embargo, no habían encontrado el método eficaz para llevarla a cabo, sólo podía darse en una España profundamente transformada. Otra cosa es la inteligencia política y el sentido de Estado de sus principales protagonistas, y por ello no hay que regatear elogios al Rey y a su padre, ni a Fernández Miranda, Suárez, Carrillo, González, Gutiérrez Mellado, Fraga, Fuentes Quintana, Camacho, Redondo, Pujol, Ruiz-Giménez y Landelino Lavilla, entre otros muchos.
Pero el gran protagonista de la transición, como siempre se dice aunque sea para quedar bien, fue el pueblo español. Y, en efecto, así fue. Pero se trata de un pueblo español concreto, fruto de unas transformaciones sociales profundas, no un ente abstracto, demócrata de toda la vida pero que hasta entonces no había podido expresarse en libertad.
Probablemente, la gran diferencia entre la transición a la democracia de 1931 y la de 1975-1978 sea que en la segunda se habían operado en la sociedad española las necesarias transformaciones económicas, sociales y culturales que la hacían posible. La indudable mayor inteligencia y sentido de Estado de los políticos de nuestra transición respecto a los políticos de los años treinta es también un factor decisivo, pero condicionado por el anterior.
Estructura y coyuntura, lo objetivo y lo subjetivo, son tan indispensables como indisociables para el análisis político. Pero lo primero condiciona a lo segundo, no al revés.