El proyecto social del PSOE

Por Cristina Peri Rossi, escritora (EL MUNDO, 21/11/03):

La crisis en la que ha vivido hasta hace poco tiempo el Partido Socialista Obrero Español y que puede estar a punto de remontar es, fundamentalmente, una ausencia de proyecto social. ¿A quiénes representa, en definitiva? ¿A la clase obrera de la que ya ni se habla, como si no existieran más que individuos que negocian o pactan solitariamente sus contratos, sus despidos, sus trabajos basura, sus jornadas laborales y sus retiros anticipados?

Hace pocos días, en una resolución paradójica, la Audiencia de Barcelona culpó a un albañil, Enrique Pociño Ferrera, del grave accidente que sufrió al caer de una altura de tres metros y medio de un edificio en construcción que incumplía las normativas de seguridad, carecía de mallas o de vallas de cierre en un tramo.En primera instancia, la jueza había condenado al constructor por «una situación de peligro que es apreciable incluso por quien no es profesional de la construcción» (el albañil quedó tetrapléjico, condenado a una silla de ruedas), pero la Audiencia de Barcelona le retiró la indemnización considerando que el obrero había asumido los riesgos al no reclamar la protección necesaria. La empresa -que admitió su negligencia- ha sido absuelta. El albañil alega que, de haber reclamado la protección, hubiera sido despedido.Trabajo o muerte, parece ser el lema de algunas empresas.

Si traigo a colación este hecho que ocupó merecidamente la portada de los principales diarios de España es porque ilustra una cierta atmósfera de corrupción de algunos conceptos morales y sociales que existían en el siglo XX pero que el liberalismo a ultranza ha hecho desaparecer. Uno de esos conceptos morales era la defensa de los derechos de los trabajadores frente al abuso, la explotación o la amenaza. Se me dirá que para eso están o estaban los sindicatos.Pero lo peor que le puede pasar a un sindicato es apoyar a un partido que gobierna, aunque se reclame ideológicamente afín: zozobrará, entre fidelidades a veces opuestas o contradictorias.

¿A quién representa el Partido Socialista Obrero Español? Diez millones de votos eran demasiados votos como para identificarlos con una sola clase social, teniendo en cuenta, además, que por muchos motivos -a veces hasta autonómicos- no siempre existe una correspondencia entre clase social y partido político. Es más, en virtud del liberalismo salvaje, hasta el concepto mismo de lucha de clases parece haber desaparecido, aunque en la realidad la lucha de clases es inmune a su reconocimiento: existe, se la quiera reconocer o no. Por pudor, por no remover antiguas heridas o por oportunismo, la lucha de clases (que ha provocado sólo en España cientos de miles de despidos, de depresiones, de enfermedades psicosomáticas y la sensación generalizada de precariedad laboral) había quedado archivada.

La llegada de la campaña electoral de las catalanas no auspiciaba nada nuevo en esta especie de desconcierto ideológico y pragmático que sufre el PSOE, además de las luchas internas -éstas, las tiene cualquier partido-. Sin embargo, muy recientemente, el secretario general, José Luis Rodríguez Zapatero, y su avalador, Pasqual Maragall, dieron un giro interesante en un programa que parecía en principio reducido a la cuestión de la reforma del Estatuto. Quienes se creen grandes estadistas siempre sueñan con reformar la casa -o sea, el Estado-; los políticos sabios, en cambio, se vinculan con la calle, escuchan sus problemas, sus dificultades, conocen sus preocupaciones.

La primera gran oportunidad la ha tenido Zapatero con el asunto del superávit público. Una metida de pata -por soberbia- de Cristóbal Montoro. En la España de los pisos sobrevalorados, más de un 50% de los empleos basura, de los jóvenes que no pueden irse de casa de los padres hasta avanzados los 30 años, de las pensiones misérrimas, de la falta de asistencia a los ancianos y enfermos (atendidos casi siempre eufemísticamente por la familia, o sea, por las mujeres, hijas, hermanas, nietas) y de los grandes desastres naturales como el Prestige, ufanarse de medio punto del PIB suena a burla. ¿Cuál es el éxito? ¿Qué el Estado no ha gastado todo lo que ingresó? El Estado no es una empresa, ni pública ni privada: el Estado somos todos, y mientras algunos de los todos carezcan de empleo, de casa, de asistencia, de residencias para ancianos, de atención psiquiátrica, mientras los más necesitados sean los menos privilegiados, un superávit, por escaso que sea, se convierte en una negligencia. Y esto no es política ni de izquierda ni de derecha ni de centro: es sentido común. Si el superávit se consigue al no invertir en infraestructuras o en eliminar las becas, o en no aumentar los recursos de la enseñanza pública, es un pésimo negocio.

Paralelamente a su inteligente respuesta a Cristóbal Montoro, el líder del PSOE ha esbozado un proyecto de política laboral donde por fin, enhorabuena, menos mal promete ocuparse de algunas de sus lacras más ostensibles: la temporalidad encubierta (empresas que contratan y despiden al mismo trabajador varias veces), los contratos basura, el acoso laboral, la discriminación salarial de las mujeres o simplemente la falta de remuneración. Recordemos que en el siglo XIX se pagaba a los aprendices; hoy, en muchas empresas, no se les paga. De esta manera, el PSOE está buscando una clase social en la que apoyarse, aunque en definitiva, sean objetivos que hasta la derecha puede asumir. (Hasta la derecha que considera un éxito medio punto de superávit del PIB.)

Este giro que ha dado el PSOE en la campaña de las catalanas no ha sido solitario. Ignoro -por suerte- los entretelones de los distintos grupos que hay dentro de cada partido, pero no se me ha escapado que uno de los puntales del proyecto de Zapatero, el candidato a la Generalitat de Cataluña Pasqual Maragall, introdujo en sus mítines un discurso semejante. Al principio organizó una campaña con un tema único, obsesivo: la reforma del Estatuto.En este sentido, su proyecto difería muy poco de Convergencia i Uniò, empeñada también en cambiar la estructura del Estado español y de la Autonomía catalana. El votante tenía en dos partidos aparentemente opuestos el mismo discurso, las mismas prioridades.Pero han pasado algunos meses de la primera reunión de Maragall con los notables de Barcelona y su discurso y su proyecto, sin abandonar para nada la reforma del Estatuto, empezó a incluir temas de interés público y preocupaciones sociales.

Si bien Barcelona es una de las ciudades europeas con más propietarios de pisos (sólo un 10% de la oferta corresponde a alquileres), también es verdad que el precio de la vivienda ha aumentado un 50% en los últimos años, a pesar del efecto aluminosis (pisos construidos con materiales defectuosos cuyas paredes se agrietan) y de la falta de responsabilidad civil de ciertas constructoras fantasmas. Barcelona, por lo demás, se inunda cuando llueve y sufre cortes de luz. Cuando se recorren sus barrios más elegantes, se descubre que la mayoría de las grandes residencias fueron construidas con ayuda oficial, en tiempos del franquismo; sin embargo, en los últimos años, se han construido pocas viviendas de protección y fueron sorteadas en un teatro, de manera algo escandalosa, como si se tratara de un espectáculo de televisión.Recientemente, Pujol ha confesado que la Geneneralitat ha hecho trampa en el tema de los centros de enseñanza privada concertados (también la ha hecho en los centros concertados de salud; pero esta confesión todavía no nos ha sido revelada). Pasqual Maragall y sus asesores necesitaron muchos meses para incluir alguno de estos temas en su campaña electoral. Lo hicieron, aunque a juzgar por los resultados tal vez lo hicieran demasiado tarde. Además de la reforma del Estatuto, reconocieron algunos de los problemas de la sociedad en la que viven y propusieron soluciones.

A la búsqueda de una clase social en la que apoyarse, tanto el PSOE como el PSC han tenido que bajar a la realidad y escuchar el rumor de la calle. Las ciudades están llenas de jóvenes sin empleo, subempleados o explotados; la economía sumergida continúa creciendo, la seguridad ciudadana es una inseguridad diaria.Si se llegara a producir un aumento del interés de las hipotecas, estallaría la burbuja inmobiliaria. Más de dos mil mafias distintas operan sólo en Cataluña. Pero eso sí, tenemos superávit.

El Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, en su reciente libro Los felices noventa. La semilla de la destrucción, observaba una aparente contradicción: a veces, los partidos llamados de izquierda practican una política limitadora de los gastos de presupuesto mientras la derecha aboga por el gasto estatal. No es lo que está ocurriendo en España. Pero la contradicción no es forzosamente negativa. Si no, que le pregunten a Alberto Gallardón.