El PSOE ante el enredo de la socialdemocracia

De modo reiterado se viene hablando sobre la crisis de la socialdemocracia. Ello deriva en la demanda de un debate que permita definir un nuevo proyecto ajustado a la realidad actual. En el PSOE, algunos dicen que hay que anteponer el qué al quién, priorizando la definición del proyecto frente a la resolución del liderazgo pendiente. Sin embargo, quienes defienden lo primero no consiguen apuntar demasiados detalles al respecto.

La socialdemocracia es el proyecto político que más bienestar, libertad e igualdad de oportunidades ha procurado a lo largo de la historia. En términos más emocionales, podríamos decir que es el proyecto que más felicidad ha traído. Además, vino a aportar una seguridad en presente pero también respecto del futuro que permitió cohesionar las sociedades. Y es la actual inseguridad respecto del futuro y la parálisis de las políticas socialdemócratas, lo que determina la crisis del proyecto.

Ahora bien, parece conveniente distinguir entre socialdemocracia como proyecto político y las políticas de la socialdemocracia, y muy especialmente las desarrolladas en los últimos años de crisis económica.

Un proyecto político, propio del espacio de la izquierda ideológica y política, que ha tenido como objetivo fundamental la superación de la desigualdad no puede dar por concluido éste. Decía Bobbio con referencia al rasgo principal de la izquierda que “como principio fundacional, la igualdad es el único criterio que resiste el desgaste del tiempo”. Pero pese a los esfuerzos realizados por la socialdemocracia, allá donde ha gobernado, la desigualdad ha aumentado estos últimos años y nuevas expresiones de desigualdad y exclusión han aparecido. Así pues, el desafío “fundacional” permanece y por tanto podemos declarar la vigencia del proyecto.

Ahora bien, desde el punto de vista de las políticas, como dijo Judt en 2010: “Los socialdemócratas hoy día están a la defensiva”. El buen desarrollo de las políticas socialdemócratas correspondió a periodos en los que la derecha se situaba en la moderación o bien en debilidad por encontrarse en recomposición. No es ésta la situación actual en la que la derecha se ha radicalizado y se mantiene en la ofensiva.

La crisis económica ha afectado también a los recursos que financiaban el Estado del Bienestar. Paralelamente, la globalización y las organizaciones supranacionales han limitado en un caso y reducido en el otro la capacidad para tomar decisiones o lo que es lo mismo, desarrollar políticas singulares. Lo anterior ha determinado una difuminación de los perfiles diferenciadores entre socialdemócratas y conservadores. La socialdemocracia se ha enredado con las exigencias de los espacios globales y supranacionales y al estrecharse su marco de actuación ha pasado de pretender extender el Estado de Bienestar a meramente defender lo conquistado de modo que aunque los recursos mermen el Estado de Bienestar siga formando parte del sistema institucional.

Cómo salir de este enredo es el reto que ha de plantearse la socialdemocracia. Para ello, la socialdemocracia ha de dejar la resistencia y pasar a la ofensiva; ha de superar sus miedos frente a los adversarios, fundamentalmente los poderes que se verían afectados por políticas netamente socialdemócratas, y generar empatía con los beneficiarios de dichas políticas. La socialdemocracia debe recuperar su espíritu transformador y no limitarse a ser una oferta de gestión de los asuntos públicos limitada por los escenarios económicos liberales. No puede quedarse, como decía, en un mero defensor de las conquistas sociales, a veces incluso reduciéndolas en aras de la propia supervivencia del sistema.

Citando nuevamente a Judt, éste señalaba que “el socialismo ha sido para los socialdemócratas un concepto distributivo”. En esta ofensiva, la socialdemocracia debe revisar el marco económico y el modelo social, claramente interdependientes; debe promover nuevos derechos y nuevas obligaciones solidarias. El derecho a la vivienda, a la garantía de una renta mínima o la extensión de la protección a los dependientes no pueden reducirse a meras declaraciones o a políticas asistencialistas. Invertir en crecimiento es también invertir en derechos, o dicho de otro modo, invertir en derechos es invertir en crecimiento. Invertir en educación, investigación, innovación y capital fijo es procurar crecimiento, generar empleo y financiar las políticas de bienestar.

El hecho de que tengamos una larga historia se debe a nuestra capacidad para interpretar las exigencias ciudadanas en cada tiempo. Hoy hemos de interpretar los anhelos de nuestros conciudadanos que constituyen una sociedad más instruida, más crítica, más exigente, a la que no le basta la buena voluntad del poder ni el asistencialismo y que dispone de instrumentos de comunicación para interactuar e incidir.

Willy Brandt señaló que “desde el punto de vista socialdemócrata, la libertad surge de la mayor igualdad posible entre los ciudadanos”. La Igualdad no es uniformidad, sino garantizar el derecho al pleno desarrollo personal. Ya Bernstein escribió que “el objetivo de todas las medidas socialistas (...) es el desarrollo y el aseguramiento de la libre personalidad”.

Ahora bien, las desigualdades relevantes para los socialistas han sido siempre derivadas de la organización social. El socialismo se ha rebelado siempre frente a la concepción de la desigualdad como un hecho natural, inevitable o fatal. Crick señaló que “la verdadera igualdad no es nada más, pero tampoco nada menos, que la eliminación de todas las desigualdades injustificables”. El pensamiento socialista ha pretendido siempre que su idea de igualdad fuera compatible con el principio de la diversidad.

Hoy nos preguntamos cómo podemos lograr la igualdad reconociendo la diferencia, más que cómo podemos eliminar la desigualdad (Phillips, 1997). La lucha por el reconocimiento se ha convertido en la forma paradigmática del conflicto político y social desde finales del siglo XX, según Daniel Innerarity. Las reivindicaciones que buscan el reconocimiento de una diferencia (de nacionalidad, cultura, género, tendencia sexual…) están hoy en el origen de muchos conflictos, para los que no valen las recetas del conocido compromiso social.

También la identidad colectiva llega a remplazar los intereses de clase y la injusticia fundamental no es ya la explotación sino la dominación cultural y política (Fraser, 1995). Es por ello que un nuevo proyecto socialdemócrata debe también comprender e integrar la diversidad territorial desprendiéndose de prejuicios y sentimientos anacrónicos. La autonomía de un proyecto político es tanto como la capacidad que tienen los promotores del mismo para elaborar su propio proyecto sin la interferencia ni los condicionantes que desde otros ámbitos, no precisamente carentes de interés, puedan tratan de imponer.

El partido socialista surgió como una necesidad de los propios trabajadores que desprovistos de todo poder concluyeron en que su fuerza solo podía alcanzarse mediante la organización. El poder de la clase trabajadora se cimentó en las primeras organizaciones obreras, los partidos y los sindicatos obreros. Como decía Michels (1911) a principios del siglo XX en un célebre ensayo sobre sociología de los partidos políticos, la organización es el arma de los débiles contra el poder de los fuertes.

La experiencia nos muestra la dificultad para preservar la autonomía respecto de la elaboración y desarrollo del proyecto político. Los poderes económicos desenvuelven todo tipo de maniobras, sutiles o descaradas, valiéndose de todos los medios a su alcance para influir en las decisiones de las formaciones y de sus dirigentes y representantes políticos. En ocasiones incluso puede tratarse de modalidades de corrupción aunque no siempre representen figuras ubicadas en el derecho penal. Puede ocurrir también, que las pretensiones de los grupos de poder coincidan con aspiraciones personales al interior de las formaciones políticas pero ello también lesiona la autonomía de la organización.

En la autonomía del proyecto político radica la fortaleza de la organización pero también el crédito que se deriva de una alternativa claramente identificable.

Un proyecto socialdemócrata moderno exige revisar el modelo de partido o de organización política más acorde con las personas de hoy, que exigen mayor reconocimiento, más transparencia, más democracia y más capacidad de decisión en la definición de las políticas, en la selección de sus dirigentes y representantes públicos y en la toma de decisiones de especial relevancia.

La ciudadanía hoy tiene mayor instrucción, es más crítica y dispone de herramientas de comunicación que las nuevas tecnologías han puesto a su alcance. Quienes se afilian a una organización es porque quieren implicarse más activamente aportando su compromiso y empuje personal pero también participando en las decisiones. Los afiliados no son soldados ni empleados, reclaman el protagonismo de personas comprometidas pero libres. La afiliación política no puede implicar renuncia ni menoscabo de los derechos de ciudadanía. Tampoco los partidos políticos pueden ser agujeros negros, carentes de transparencia y liberados de la exigencia del principio de legalidad en sus normas y procedimientos.

Como dice José María Maravall "la democracia representativa se socava cuando los ciudadanos votan, pero apenas deciden".

José Luis Ábalos Meco es portavoz adjunto del grupo parlamentario socialista en el Congreso.

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