El PSOE en la encrucijada

Algún día el PSOE tendrá que decidir qué es más importante para él: impedir que el PP gobierne o ayudar a que España salga adelante. Y espero que lo decida pronto por dos razones, a cual de más peso: porque el PSOE representa esa mitad de españoles que, independientemente del sexo, edad, clase y condición social, se inclinan a la izquierda; y porque España se aproxima a otro de esos momentos críticos de su historia en que sale a flote o se da el tortazo.

Tras haber tenido durante la Transición un comportamiento en el que los intereses generales prevalecieron sobre los partidistas –como la mayoría de las restantes formaciones políticas, todo hay que decirlo–, el PSOE viene adoptando desde la primera victoria del PP una actitud obstruccionista que se convirtió en destructiva al llegar Rajoy al poder. Ojo, no niego a la oposición su papel de vigilante del Gobierno y censura de su gestión cuando la considere equivocada. Es su deber. Pero cuando esa vigilancia se convierte en buscar por todos los medios derribarlo, incluido el aliarse con las fuerzas antisistema o antiestatales, esa oposición rebasa su papel en la democracia, para convertirse en saboteadora de la misma. Es lo que ha venido haciendo el PSOE últimamente. Y como esa es una acusación muy grave, les pongo tres ejemplos.

El primero, su reciente negativa a apoyar en el Congreso la propuesta de «pedir al Gobierno que preserve la unidad de España como una nación de ciudadanos libres e iguales sometidos únicamente al imperio de la ley». El PSOE se abstuvo por considerar que una resolución semejante había sido aprobada recientemente y no hacía falta repetirla. Pero ante unos nacionalistas que no se cansan de proclamar sus tesis en todos los tonos y foros, lo más lógico y prudente es responderles con igual unanimidad y firmeza.

El segundo ejemplo lo tenemos en su reacción a la crisis de Ceuta y Melilla, que es en realidad la crisis de la frontera sur de Europa. Si partimos de ese hecho, junto al aún más irrebatible de que España no puede solucionar los problemas de África, incluso si quisiera, no se comprende que, ante el asalto continuado, temerario y cada vez más agresivo a esa frontera, el PSOE haya centrado su postura en la actuación de la Guardia Civil durante una de dichas embestidas, en la que murieron ahogados quince de los participantes, implicando que los guardias civiles fueron los causantes indirectos de tales muertes, al disparar pelotas de goma mientras aquellos estaban en el agua. Olvidando algo tan elemental como que el deber de la Policía de frontera es impedir que nadie la cruce ilegalmente; que las pelotas que dispararon no fueron contra ellos, sino ante ellos, como advertencia de que no avanzaran; que mucho indica que se ahogaron en aguas marroquíes, al otro lado del espigón, y que este tipo de críticas lo único que consiguen es fomentar el «efecto llamada» –como demostró el asalto consiguiente–, no ya entre los 30.000 que esperan en torno a las dos ciudades sitiadas y ni siquiera entre los 300.000 que pueden estar en marcha hacia ellas, sino entre 300 millones de africanos que intentan escapar de aquel infierno. Pero todo eso parece ser menos importante para el PSOE que cargarse a un ministro del Gobierno o, por lo menos, a su delegado en la plaza. Pocas veces se habrá visto tanta incompetencia y deslealtad en un partido con aspiraciones de gobernar.

Por último, la actitud que viene manteniendo Rubalcaba de advertir que en el momento que recupere el poder echará por tierra todas las reformas hechas por Rajoy no sabemos si es el colmo de la ignorancia o del cinismo. Pues él es el primero en saber que, aunque quisiera, no podría hacerlo. No podría como no pudo siendo vicepresidente con Zapatero y tuvo que tomar medidas incluso más duras, restrictivas y «antisociales», según su punto de vista, que las tomadas por Rajoy, por imponérselas la Comunidad Europea, Merkel, Obama, el primer ministro chino y el Fondo Monetario Internacional. Y en el hipotético caso de que llegara al poder, tendría que seguir haciendo lo que le dictasen esos personajes y esas instancia, si no quisiera estar en La Moncloa el tiempo justo de colgar la ropa en los armarios. O bien convertir España en algo parecido a la actual Grecia, solo que mucho mayor debido a su tamaño.

Podría seguir poniendo ejemplos por el estilo, pero pienso que los tres expuestos bastan e incluso sobran para probar que urge al PSOE decidir qué es más importante para él: impedir por todos los medios que el PP continúe en el Gobierno o colaborar con él para sacar a España de la crítica situación en que se encuentra, no ya ella, sino Europa y el mundo. Alguien me sacará el argumento subliminal: «La derechona», como la izquierda pura y dura gusta llamar al PP, es la causante de todos los males de España, por lo que, antes que nada, hay que desalojarla del poder. Pero, de ser así, tendrá que decirnos qué va a hacer una vez instalado en él: ¿lo mismo que ha hecho Rajoy e hizo Zapatero sin tanta eficacia en sus dos últimos y agónicos años de mandato, o montarse en la utopía que viene proclamando: federalismo, igualitarismo, mantenimiento del añorado Estado del bienestar, seriamente rebajado por la crisis? De eso no nos dice nada. Y es fundamental para nuestro futuro, si queremos tener alguno.

Mi sospecha es el que el PSOE viene manteniendo el viejo utopismo junto con esa actitud de acoso y derribo al Gobierno Rajoy por haberse quedado sin discurso, como buena parte de la izquierda europea. La crisis ha sido tan bestial que ha barrido todos los supuestos ideológicos que le quedaban, tras haberse desplomado el «socialismo real» o comunismo que la Unión Soviética representaba. Ahora es su versión amable y light, la socialdemocracia, la que tiene dificultades de mantenerse, con su Estado del bienestar acosado por la globalización, sus enormes costos, el descenso demográfico y la falta de competitividad. En los países más avanzados del centro y norte de Europa los socialdemócratas han hecho los ajustes necesarios para poder mantener el sistema a base de ajustes. A los de la zona mediterránea les cuesta cambiar el chip, y a los españoles, suponiendo que haya socialdemócratas en España, muy en especial, al predominar entre ellos el socialista a secas, quiero decir Largo Caballero, no Besteiro. Nada de extraño que en tiempos de crisis vuelvan a los postulados marxistas, como si no hubieran pasado casi dos siglos desde que vieron la luz. Postulados, por cierto, que fueron enviados por Felipe González a las bibliotecas en el Congreso Extraordinario de su partido en septiembre de 1979. Para que ahora don Alfredo Pérez Rubalcaba los rescate, como un alquimista medieval que trata de convertir el plomo en oro.

No creo que, pese a ser químico, tenga mucho más éxito.

José María Carrascal, periodista.

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