El PSOE en la encrucijada: el tiempo de divagar se ha terminado

La democracia española ha superado un golpe de Estado, una lucha sin cuartel del terrorismo, varias crisis económicas... Lo que no podrá so portar nuestra democracia es la ruptura de un pacto constitucional que nos mantuvo unidos en los peores momentos.

En un plazo relativamente corto, dos de los partidos que hicieron posible ese pacto, que ha hecho factible los mejores 35 años de nuestra Historia, han decidido romper unilateralmente el acuerdo que hizo posible la Transición. Por un lado, CiU se ha dejado llevar por el empuje de ERC y los cantos de sirena del independentismo y ha puesto fecha a su reto inconstitucional; por otro, IU, cuyo núcleo duro lo forman dirigentes del Partido Comunista, ha decidido recuperar las señas de identidad que Santiago Carrillo enterró a mediados de los años 70 para hacer posible la reconciliación nacional, y ha enarbolado la bandera republicana, asustado por el sorprendente ascenso de Podemos.

El PSOE en la encrucijadaSon dos deserciones relevantes. Una de ellas cuestiona el modelo territorial; la otra el modelo de Estado. Es decir, las bases de nuestra Constitución.

En ese contexto de deserciones, el PSOE vive su peor crisis desde que Felipe González propuso el abandono del marxismo. Ésta, yo diría que es incluso más grave, puesto que en aquella el debate ideológico fue superado por el liderazgo claro de González. Ahora, las dudas sobre lo que hay que hacer se suman a la ausencia de un dirigente hegemónico en el partido; el peor de los escenarios.

Todo se mueve a velocidad de vértigo. Esa es una característica de las situaciones prerrevolucionarias. Cosas que parecía que no podían pasar suceden de repente; estructuras que parecían sólidamente asentadas, se resquebrajan; el oportunismo está a la orden del día; muchos ciudadanos, en búsqueda de respuestas consoladoras y verdades absolutas, se abrazan a partidos populistas que prometen el paraíso a bajo coste...

Esta es una dura prueba para comprobar hasta qué punto la democracia construida tras la muerte de Franco es capaz de soportar nuevos y multipolares retos.

Respecto al PSOE, ahora en el ojo del huracán, lo más preocupante es lo que ha sucedido en Cataluña. La indefinición en temas esenciales, la búsqueda de un lugar cómodo al lado de los nacionalistas, ha llevado a un partido que durante años fue el más votado de Cataluña a ser prácticamente irrelevante.

Pere Navarro, un político bienintencionado, no era el hombre para esta situación. El liderazgo se demuestra en situaciones como ésta. Cuando el mensaje mayoritario y abrumador propone la ruptura de España, el PSC, en lugar de resaltar las contradicciones de un bloque que aglutina a fuerzas pretendidamente de izquierdas con lo más granado de la burguesía catalana, ha optado por ponerse de perfil. Su defensa de la unidad de España ha sido tan poco convincente que los votantes que querían un partido socialista capaz de enfrentarse a los defensores de los privilegios, han tenido que buscar en otras siglas acomodo, cuando su decepción no les ha llevado a la abstención.

El desmantelamiento que sufre el PSC como consecuencia del tsunami soberanista en Cataluña es, en cierta forma, parecido al que sufre el PSOE en el resto de España como consecuencia del fenómeno Podemos.

Un dirigente del PSOE, en su despacho en penumbra de Ferraz, me confesaba esta semana: «A nuestras bases hay una parte del discurso de Podemos que les hace tilín. Este partido tiene unos cimientos republicanos y anticlericales que salen a la luz cuando se ha perdido el poder y no se ven posibilidades de recuperarlo a corto plazo».

Cuando Eduardo Madina, el candidato a priori con más opciones para ganar el Congreso del mes de julio, afirmó en la reunión del Grupo Parlamentario celebrada esta semana su convicción republicana, estaba haciendo un guiño a ese militante del PSOE que cree que la solución a la actual pérdida de arraigo en la sociedad es volver a las esencias del PSOE fundado por Pablo Iglesias.

La realidad, sin embargo, es testaruda, como decía Lenin. El PSOE siempre ha perdido cuando se ha ido hacia la izquierda y ha ganado cuando se le ha percibido más en el centro. El último gran fracaso tuvo lugar con la alianza en 2000 del PSOE de Almunia con la Izquierda Unida de Frutos. Resultado: el PP obtuvo la mayoría absoluta.

Pero vivimos tiempos de memoria selectiva. Sólo se recuerda lo que a uno le interesa. Esa también es una característica de épocas prerrevolucionarias.

La tentación, por parte de los grandes partidos, es relativizarlo todo. No ser consciente de lo que está sucediendo ahora nos puede llevar a dar otro salto adelante, si las cosas se hacen bien, o a un parón histórico que lleve al país a un largo periodo de parálisis y de ruptura del actual modelo de convivencia.

«¿Podemos? Es un fenómeno pasajero. Como los kilos que se cogen en verano; luego uno se recupera, aunque hay unos gramos que se quedan para siempre...» bromea mi interlocutor en Ferraz.

¡Ojalá! Puede ser así si el PSOE resuelve bien su problema de liderazgo, si se reconstruye el PSC con un mensaje propio frente al nacionalismo; en fin, si el socialismo español puede volver a ilusionar a la gente con un proyecto creíble.

El peligro, insisto, es pensar que lo que estamos viviendo es una tormenta de verano. Y ese no es sólo un riesgo exclusivo del PSOE. Una dirigente catalana del PSOE me decía esta semana que con un crecimiento económico que vuelva a crear empleo de forma palpable, las aguas volverán a su cauce y los radicales quedarán convertidos en piezas de museo.

No y mil veces no. La recuperación puede atemperar, pero no eliminar el mar de fondo que aflora a través de partidos como Podemos.

Ya lo hemos comentado en esta página. Una de las diferencias esenciales, para peor, de lo que ocurre ahora en relación a lo que acaecía durante la Transición es que entonces la política y los políticos eran percibidos por los ciudadanos como solución y ahora se ven como el problema.

En los próximos 18 meses -de aquí a las elecciones generales de 2015- se va dirimir el futuro de España. En poco tiempo vamos a tener que hacer frente a muchos y graves problemas enquistados durante años.

Los políticos que entiendan este cambio sustancial podrán estar en disposición de dar respuesta a los ciudadanos. Los que se refugien en excusas tácticas o en cálculos personales serán arrumbados por la galerna.

Es hora de dar un paso adelante. Susana, Carmen... La hora de divagar se ha acabado. Afortunadamente.

Casimiro García-Abadillo, director de El Mundo.

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