El PSOE en la encrucijada

Los malos resultados obtenidos por el PSOE en las últimas seis citas electorales (mayo 2011-noviembre 2012) se deben en buena parte a la confusión y a los errores de Zapatero, que —sin apenas contestación interna— condujo a su partido por caminos que llevaban al descrédito.

El desastroso Estatuto de Cataluña fue el paradigma de aquella idea genial llamada la España plural, a la cual se unieron las alianzas oportunistas con partidos separatistas en Galicia y en Cataluña, los brindis al sol (cheque bebé, Plan E), la desatención absoluta respecto a los controles económicos y financieros y también respecto a la crisis fiscal que se estaba disparando (por ejemplo, no se tomó ni una sola medida para corregir el deterioro del IRPF) y, en fin, un sistema de selección de cuadros gubernamentales basado en el capricho y no en el mérito conformaron un panorama en el cual brillaban las improvisaciones, las ocurrencias y las aventuras que un partido socialdemócrata solvente nunca hubiera avalado.

Sólo faltaban la llegada de la crisis y su negación (el Gobierno de Zapatero se pasó los años 2007, 2008, 2009 y parte de 2010 preguntándose: «¿Crisis? ¿Qué crisis?») para que la tormenta arrojara aquel barco sin timonel contra el acantilado (pérdida de 59 diputados en sólo tres años).

Luego (a partir de noviembre de 2011), en lugar de pararse a pensar en cómo reparar las cuadernas, coser las velas y ponerse al pairo, se prefirió correr (como pollo sin cabeza) hacia un congreso («Hay que convocarlo para antes de las elecciones andaluzas», dijeron), no fuera a ser que a alguien le diera tiempo para presentar un proyecto y un liderazgo alternativos que hicieran olvidar el zapaterismo… y así se llegó al congreso, cuyo único debate relevante consistió en argumentar apasionadamente a favor o en contra de Rubalcaba o de Chacón, dos exministros de Zapatero.

Quienes pensaron que la derrota de noviembre de 2011 era el resultado de una mala y pasajera coyuntura se equivocaron y así quedó demostrado en las cuatro elecciones autonómicas siguientes (Andalucía, Galicia, Euskadi y Cataluña).

Tal como están ahora las cosas, la curva descendente no cambiará de signo ni con operaciones cosméticas de imagen ni subiéndose al carro de todas las protestas ni incurriendo en vaivenes oportunistas ni perdiendo el tiempo en personalismos extemporáneos sino recuperando la vocación de partido mayoritario, es decir, un partido de Gobierno. Para lo cual lo primero que se necesita es emitir un discurso adecuado a tal fin. Un discurso firme que deje muy claro ante los ciudadanos que el principal objetivo del PSOE es la defensa de la Constitución y el bienestar de los españoles y no el acomodo de sus afiliados o de sus cargos públicos.

Como era de esperar, con la crisis llegaron las movilizaciones y también los discursos iconoclastas y antipolíticos, pero ha resultado sorprendente que el PSOE, preso de una amnesia fatal, nada más abandonar el Gobierno apoyara todas las protestas con un oportunismo tan visible como suicida, pues una cosa es mostrar que hay otra forma —distinta a la gubernamental— de transitar la crisis y algo muy diferente es agarrarse a todas las pancartas reivindicativas que pasan por delante de la puerta.

Es cierto que dentro del PSOE existe una querencia militante según la cual cuando pintan malas hay que girar hacia la izquierda. Esto puede ser muy estético o simplemente milagrero, pero siempre es un error, porque los votos (los perdidos o los que hay que ganar) no están ahí. Para recuperarlos o atraerlos es preciso ganarse primero la credibilidad del espectro más amplio posible del electorado, que para ocurrencias izquierdistas ya se cuenta con IU.

Para empezar, debe quedar claro entre los españoles que el PSOE es un partido con una idea muy firme de lo que es y representa España como nación. Un partido que concibe el patriotismo no como retórica nacionalista, sino como un ejercicio civil, el del cumplimiento del deber. Por eso el PSOE debería estar dispuesto a promover el consenso con el PP en torno a todo aquello destinado al reforzamiento constitucional, incluidas reformas que mejoren el funcionamiento y la austeridad institucional. También es bueno el acuerdo con el PP a la hora de rechazar con claridad y contundencia cualquier aventura destinada a debilitar y/o destruir las instituciones del Estado, comenzando por oponerse con una contundente firmeza a las apuestas secesionistas que irresponsablemente y aprovechándose de la crisis y de la confusión ha puesto en la agenda política española el nacionalismo catalán. Y en esto no vale inventarse terceras vías, como esa del nuevo «federalismo», pues ¿qué otra cosa sino una deriva federal ha representado el desarrollo —siempre consensuado— del Título VIII de la Constitución?

Sin embargo, un año después de aquel apresurado congreso y sin atender los muchos ruegos de serenidad y de prudencia, se pretende volver con prisas —como la burra— al trigo de la monserga interna y pidiendo que se celebren ya las primarias para elegir candidato a la presidencia del Gobierno. Unas primarias que hasta ahora sólo le han traído desgracias al PSOE.

No sé qué poderes taumatúrgicos puedan tener esas primarias, pero para que tengan éxito no basta con que en ellas participen unos cientos de «simpatizantes», sería preciso que votaran al menos un millón de personas, y de este modo, como dice un defensor de ellas, «poner patas arriba a este partido. Abrirlo en canal, ofrecerlo a la sociedad y generar una dinámica democrática real y creíble para la elección de una referencia electoral cuanto antes». Pero si no hay más de un millón de votantes seguirán el tacto de codos y la maldita sindicación de votos internos que tanto gusta a los aparachiks y a otros aprendices de brujo.

Lo que yo le recomendaría a Rubalcaba es que abriera ya el censo a la ciudadanía para que se inscriban en él —y así poder votar en las primarias— cuantas más personas mejor… Y cuando el censo supere el millón de inscripciones (¡qué menos!) las convoque, y si no, no.

Joaquín Leguina, expresidente de la Comunidad de Madrid.

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