El PSOE, una herramienta inútil

Cicerón está más vivo que nunca en Barcelona, en España. Un descomunal Josep Maria Pou le da vida en Viejo amigo Cicerón, una obra para ver y para repetir escrita por Ernesto Caballero y dirigida por Mario Gas. Las tribulaciones del gran político y orador romano acerca de la respuesta que cabía dar al populismo de Catilina, primero, y más tarde al autoritarismo de Julio César, resuenan muy actuales en nuestros oídos.

Admiramos el fluir de esa palabra sublime del pensador republicano, deslumbrante expresión de una conciencia que duda, que se cuestiona a sí misma para hallar la ley que anida en la primera naturaleza de las cosas, una conciencia que reconoce sus errores y se corrige para ser justa rectora de la conducta. Y es que no en vano fue Cicerón quien primero matizó la célebre locución latina "errar es humano", añadiendo el muy pertinente "pero es propio sólo del ignorante perseverar en el error".

También en esto se nos revela como un analista de nuestra actualidad política. Lo podemos imaginar pronunciando una de sus célebres filípicas ante la perseverante negativa del partido socialista español a establecer ningún acuerdo con el resto de partidos que defienden sin ambages la Constitución.

Una actitud tan perseverante en el error no puede responder a razones circunstanciales. Ha de haber un impedimento irremovible, motivo estructural que incapacite al PSOE para tender ciertos puentes y lo lleve sistemáticamente a tender otros. La preferencia del socialismo español por los partidos nacionalistas, frente a los constitucionalistas, no es una característica contingente, sino necesaria, inevitable, irremediable, fatal...

¿Cuál es ese motivo estructural que impide al PSOE hacer frente común con los constitucionalistas? Hasta aquí la retórica: cualquier lector que haya llegado a este párrafo sabe perfectamente que ese impedimento es la existencia del PSC.

El reciente vodevil a cuenta de la plurinacionalidad es un buen ejemplo. Primero Iván Redondo le dice a su jefe que elimine del programa la apuesta por la plurinacionalidad, que estamos en campaña y que ahora eso no conviene. Luego Sánchez acepta al vuelo, como suele hacer las cosas, la sugerencia, que a la postre a nada comprometía, pues en el programa del 28 de abril tampoco aparecía esa alusión y eso no había impedido que el Estado plurinacional, pluricultural y plurilingüe fuera la piedra angular de su modelo territorial.

Pensaban que en el PSC iban a ser comprensivos con las necesidades electoralistas del PSOE, toda vez que podían tener bien claro que pacta sunt servanda y que tras esas oportunistas palabras estaba la certeza rotunda que ofrecen la Declaración de Granada y la Declaración de Barcelona. Pero ni con esas. Sánchez ya se ha desdicho: la centrifugación del Estado en beneficio del soberanismo catalán está atada y bien atada.

Su meollo no era otro que "el establecimiento de un nuevo marco legal donde se reconozca y se desarrolle el carácter plurinacional, pluricultural y plurilingüístico del Estado", es decir, el mismo objetivo que sigue reclamando Iceta en un artículo reciente —"La sentencia no es el final"— y por añadidura una meta compartida por el PSC y el resto de partidos nacionalistas, si bien estos reconocen más claramente que los socialistas catalanes que tal meta era tan sólo una "estación" de su recorrido.

Pero no es esta la reflexión principal de esta tribuna. Que el PSC es el principal obstáculo para un amplio acuerdo constitucional no es ningún descubrimiento. De lo que no estoy seguro es de que seamos del todo conscientes de hasta qué punto esa carencia afecta al socialismo español en su conjunto. El PSOE no existe en Cataluña, no está ni se le espera. El PSOE no es, por lo tanto, el partido socialista español, sino un partido socialista del resto de España, confederado con un partido socialista catalanista.

Así pues, y esta es la pregunta clave, ¿puede un partido que no es nacional dar una respuesta válida para el conjunto de la nación?

La historia demuestra que no. Ni siquiera fue así en los años dorados de Felipe y Guerra. En aquel entonces creímos que esto sí era posible, pero en realidad estábamos equivocados. Pues fue en esos años cuando se inició el proceso de desconexión, en muy buena medida a iniciativa del PSC; fue entonces cuando se plantaron las semillas que han dado tan malas hierbas. El propio Alfonso Guerra se ha lamentado más de una vez en sus memorias del error que supuso la desaparición de la Federación Catalana del PSOE.

Hoy, tantas décadas de error han colocado al país en el límite. Sin embargo, haber cometido un error no te obliga a perseverar en él. Recordemos la frase de Cicerón.

España necesita un relato aglutinador, necesita detener una descontrolada tendencia centrífuga que la lleva a la desarticulación, al empobrecimiento, cuando no a la discordia extrema y al desastre. España necesita partidos que piensen en el interés del conjunto de los ciudadanos, que den preeminencia a lo común sobre lo particular; necesita una política democrática que refuerce los vínculos que unen a todos los miembros del demos, un proyecto ilusionante que nos reúna en torno a una nación de ciudadanos libres e iguales.

Ahora bien, siendo este el objeto, ¿qué características debe tener el instrumento? La pregunta es crucial, pues una de las características que definen lo que es un partido es su condición de organización instrumental que sirve para alcanzar determinados fines.

Un partido es, en efecto, una estructura estable, una forma que por un lado modela la materia, es decir, el electorado, y por otro debe cumplir una función. Si bien en política no es factible pedir que la forma siga a la función, como pide el funcionalismo en arquitectura, lo que sí está claro es que la forma no puede estar en franca contradicción con la función principal a la que está destinada.

Por eso, si consideramos que una de las funciones principales de un partido en la España de hoy debe ser, como decíamos, la de reforzar lo que nos une a los españoles, debemos concluir que un partido que carece de estructura nacional es un partido disfuncional.

Con su estructura actual, sin otra presencia en Cataluña que la de su acuerdo con un partido soberano y soberanista, el partido socialista del resto de España sólo puede ofrecer al conjunto de los españoles soluciones plurinacionales y plurilingües de federalismos asimétricos que encubran algún tipo de relación confederal. El PSOE es incapaz de hacer otra cosa, está estructuralmente impedido.

Dicho de otro modo: pretender que el PSOE-PSC sirva para el fin de reunir España es como tratar de arreglar un aparato desarticulado al que se le saltan los tornillos de ranura utilizando un destornillador de cabeza de estrella…

Para ese objetivo, ya urgente, el PSOE ha sido, es y será una herramienta inútil.

Pedro Gómez Carrizo es editor.

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