El publicitario en la sombra

Ciertos individuos son importantes por sus prendas, otros por su origen y otros por sus coordenadas. Iván Redondo entra en la tercera categoría, sin que ello lo excluya por fuerza de las dos anteriores. A su cargo de jefe de Gabinete añade, según quedó manifiesto al constituirse el último Gobierno, poderes extraordinarios, tanto más intimidantes cuanto que nadie comprende muy bien en qué consisten. Pero ahí acaba todo: la eminencia gris de La Moncloa lo es en el sentido literal, casi radical, de la palabra. Así estaban las cosas, entiéndanme, en ningún sitio en particular, cuando me enteré por un amigo de que Redondo apadrina un blog en el que, día a día, va desgranando su visión de la actualidad.

Intrigado, combiné las voces oportunas («Iván», «Redondo», «blog») y di con el bicho en internet. La serie no es larga: arranca el 4 de diciembre de 2015 y concluye el 11 de agosto de 2017. Aunque tampoco tan corta, que no salgamos de ella instruidos, o, por lo menos, pensativos.

El publicitario en la sombraEmpiezo por el estilo, que es el hilo por donde siempre se saca el ovillo. El autor es propenso a sustituir los nombres propios por descripciones, a veces muy historiadas. Sánchez nos es presentado como «el Espartaco de la militancia»; Pablo Iglesias es el «león de Podemos»; Susana Díaz, «la leona del Sur». Y a Rajoy se le retrata más de una vez mediante una perífrasis un tanto cogida por los pelos: el lector inveterado del «Marca» se transforma en «ese samurái que medita en Sanxenxo». Estos rodeos suenan a Homero («Ulises, fértil en ardides», «Aquiles, el de los pies ligeros») y también, incongruentemente, a la parla florida de los cronistas deportivos («Di Stéfano, la saeta rubia», «Luis Aragonés, el sabio de Hortaleza»). Producen el mismo desconcierto las abundantísimas citas, extraídas unas veces de los clásicos (Thomas Paine, Oswald Spengler, Faulkner), e inspiradas otras en canciones y películas baratas (en no sé qué entrada, Redondo compara a su jefe con Jean Claude Van-Damme, el actor forzudo). Cuanto más trotaba por el blog, más perplejo me sentía. ¿Qué lee Redondo? ¿Qué jugos lo nutren? De pronto, di con la clave: los spots de televisión. Redondo es un vendedor que se comunica a través de flashes: todo lo que intenta, lo único que persigue, es la fijación de una marca en el sensorio de su interlocutor. Por eso revuelve Roma con Santiago y a Spengler con Van-Damme: no le importa en qué tecla haya que apoyar el dedo, mientras el mensaje adopte la forma inolvidable de un eslogan. Temo que nuestro hombre haya transferido este tic a sus labores de gobierno. Me objetarán que las consignas políticas son más complicadas que la crema untable de cacao, las bebidas energéticas o los viajes low cost al Caribe. De acuerdo. Pero tal vez la diferencia no sea tanta si el señor que cocina los mensajes para la ekklesia democrática no cultiva ninguna ideología en particular e interpreta su oficio, que es la propaganda, como una variedad más de la mercadotecnia. Redondo, conviene recordarlo, trabajó para el PP antes de ponerse al servicio de Sánchez. Ha cambiado su objetivo empresarial, no su concepto de la empresa. El perfil mercadotécnico se afila peligrosamente al contacto o roce con la idea dominante del blog: la realidad no se puede falsar. ¿Por qué? ¿Porque se trata de eso, de la realidad? ¡No! No se puede falsar, porque no existe.

Les pongo dos ejemplos, entre muchos posibles. En la entrada correspondiente al 4 de mayo de 2017, bebiendo en Faulkner, comenta Redondo: «Inteligencia es el poder de aceptar el entorno. Y comprender que los hechos no tienen nada que ver con la verdad». Añade inmediatamente: «Palabra de nobel en tiempos de la Post-verdad». Noten que sigue la fidelidad a la marca: Faulkner se diluye en su genérica condición de nobel, como sucede en esas colecciones ilegibles que se expenden a domicilio y en que Thomas Mann o T.S. Eliot empatan con Pearl S. Buck o Echegaray. Más significativo: Redondo saluda con ecuanimidad el tipo de infundio que también se conoce como «mentira emotiva». ¿Sólo eso? ¡Ojalá! Cuando se habla de mentira, se reconoce que existe la verdad, y aquí no está claro, no lo está en absoluto, que el contraste siga vigente. En efecto, en la entrada del 3 de mayo, un párrafo aparece encabezado por «La realidad es percepción», una anástrofe del «Esse est percipi» de George Berkeley. Berkeley, el filósofo idealista, sostuvo que no existen objetos en el espacio/tiempo objetivo, sino meras sensaciones. Y ese, por las trazas, es igualmente el punto de vista de Redondo, aunque con un toque comercial. Redondo infraestima los hechos y sobreestima las sensaciones por lo mismo que un anunciante valora poco que una aspiradora aspire o no aspire. El asunto, el busilis, consiste en que el producto se les meta por los ojos a los consumidores, que para el caso vienen a coincidir con quienes, en tiempo de elecciones, se acercan a la urna y depositan su voto.

Todo esto, considerado en abstracto, tiene su punta de gracia. Pero Redondo no es una abstracción. Es un agente político real: al moverse genera olas, y las olas nos salpican a los que estamos en la orilla. Cuando recuerda uno este detalle, lo que era gracioso deja de serlo. Al menos, yo he salido del blog con un inequívoco sentimiento de desasosiego. La gran pregunta, por supuesto, es si Redondo es un reflejo de Sánchez o este un reflejo de aquél, que tanto monta. El abajo firmante carece de miraderos que den sobre La Moncloa y no se atreve a aventurar una respuesta. En el supuesto de que la última fuera un «sí», haríamos bien en tentarnos la ropa. El publicitario metido a político es una bomba de relojería. El que anula la diferencia entre la verdad y la mentira se arriesga a no ver la verdad, o, si prefieren, el que se ha dedicado, desde que Dios lo trajo al mundo, a vender aspiradoras que no aspiran, se hace un lío y, nueve da cada diez veces, termina por ir al mercado y comprarse una.

Álvaro Delgado-Gal es escritor.

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