Pedro Sánchez es el primer presidente de Gobierno en anunciar que sería acusado de pucherazo. Fue ante sus grupos parlamentarios del Congreso y del Senado; aquella sesión de palmeros insistentes. Dijo: «Hablarán de pucherazo; lo harán unos, y otros dirán que hay que detenerme como responsable de ese pucherazo». Existe el antecedente del voto de Sánchez, sin control y tras la cortina, en el Comité Federal del PSOE. Ese hecho decantó la postura de sus críticos. Fue cesado. «Pucherazo» viene de la forma del recipiente en que se guardaban los falsos votos antes de introducirlos en las urnas para trampear los resultados, singularmente durante el turnismo diseñado por Cánovas y Sagasta en el Pacto de El Pardo. Pero venía de antes. Romero Robledo, llamado «el cacique de caciques» o «el gran elector», tres veces ministro de Gobernación, había organizado sucesivos pucherazos. Ha pasado a la historia como el experto apañador de elecciones.
No creo que ahora vaya a darse un pucherazo. Las posibilidades son realmente escasas. Pero lo cierto es que, por primera vez en nuestra democracia, se habla de ello como de algo que está ahí y se teme. En estas vísperas electorales es uno de los temas recurrentes en las tertulias, en los cafés, en el trabajo. El fantasma del fraude. El ciudadano desconfía. Se piensa en el papel de Indra, entidad que procesa y transmite los recuentos. En Correos, presumiendo alteraciones en la recogida y custodia de los votos. En el INE. Estos organismos han cambiado sus cúpulas llegando a ellas personas afectas y en algún caso muy cercanas a Sánchez. La fecha elegida para las elecciones, en plena canícula y periodo vacacional, tampoco ayuda a tranquilizar a los ya de por sí intranquilos.
A menudo recordamos la más que centenaria historia del PSOE, pero esa historia no está exenta de pucherazos o de reacciones violentas cuando la izquierda perdía las elecciones. En la campaña electoral de noviembre de 1933, Francisco Largo Caballero, líder socialista conocido como Lenin español, proclamaba en Murcia: «Si los socialistas son derrotados en las urnas, irán a la violencia». El Socialista, órgano oficial del PSOE, en su editorial del 27 de septiembre de 1934, amenazaba: «Tenemos nuestro ejército a la espera de ser movilizado». Y el 30 de septiembre se sinceraba: «Nuestras relaciones con la República no pueden tener más que un significado: el de superarla o poseerla».
Días después, el 6 de octubre, Companys proclamaba el Estado Catalán y estallaba, promovida por socialistas, comunistas y anarquistas, la llamada revolución de Asturias, que produjo alrededor de dos mil muertos, contra el Gobierno legítimo de la República por el único motivo de que el centroderecha había ganado las elecciones y la izquierda radical se negaba a que entrasen en el Gobierno ministros de la CEDA, con holgura la coalición más votada. Entonces no existía el pretexto de la extrema derecha pero la estrategia era la misma: no aceptar el veredicto de las urnas ni los legítimos pactos entre los partidos ganadores.
El diplomático, escritor y exministro republicano Salvador de Madariaga afirmó: «Con la rebelión de 1934 la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936».
En la campaña de las elecciones de febrero de 1936 la izquierda radical optó por la amenaza y la violencia. Se produjeron 41 muertos y 80 heridos graves. Largo Caballero dejó claro que el socialismo no aceptaría una derrota. La campaña tuvo un tono guerracivilista: «Si triunfan las derechas tendremos que ir a la guerra civil declarada» (19 de enero de 1936, Alicante). «La clase obrera debe adueñarse del poder político, convencida de que la democracia es incompatible con el socialismo, y como el que tiene el poder no ha de entregarlo voluntariamente, por eso hay que ir a la revolución». (Recogido en El Socialista, 26 de mayo de 1936). «La transformación total del país no se puede hacer echando simplemente papeletas en las urnas... Estamos ya hartos de ensayos de democracia; que se implante en el país nuestra democracia». (Cine Europa, 10 de febrero de 1936).
Estas y otras amenazas mucho más graves asustaron a la izquierda más centrada y a Azaña, hombre temeroso. Acaso ahí haya que buscar que se silenciasen y no se investigasen los numerosos fraudes electorales bastante burdos en muchos casos. El presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, fue cesado en sus funciones en abril de 1936 por un golpe parlamentario que aún estudian los constitucionalistas. Dejó los llamados Diarios y papeles robados de Alcalá-Zamora, aparecidos en 2008 y publicados en 2013, en los que por primera vez se destapa el pucherazo de las elecciones de febrero de 1936. En 2017 los profesores e historiadores, expertos en el periodo, Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García, publicaron, tras un pormenorizado estudio provincia a provincia, utilizando materiales de primera mano, la obra 1936. Fraude y Violencia en las elecciones del Frente Popular. Es una investigación sin resquicios y con todos los datos. Se demuestra el pucherazo electoral. Numerosas actas de diputados fueron amañadas. El hispanista Stanley Payne sostuvo que la obra pone fin a uno de los «grandes mitos políticos del siglo XX».
Con estos antecedentes históricos del socialismo y sus socios no es extraño que pueda temerse un fraude electoral. Resulta aún más inoportuna la referencia a un pucherazo por parte de Sánchez. Me ocurre como con las meigas, sé que no existen pero nunca querría tener que reconocer que haberlas, haylas.
Juan Van-Halen es escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.