El punto de inflexión de China

A comienzos de marzo, el Congreso Nacional Popular de China aprobará su Duodécimo Plan Quinquenal, que podría pasar a la Historia como uno de las más audaces iniciativas estratégicas chinas.

Esencialmente, cambiará el carácter del modelo económico de China, al pasar de la estructura de los treinta últimos años, basada en la exportación y la inversión, a una modalidad de crecimiento impulsado por los consumidores chinos. Dicho cambio tendrá consecuencias profundas para China, para el resto de Asia y, más en general, para la economía mundial.

Como el Quinto Plan Quinquenal, que preparó el terreno para las “reformas y apertura” de finales del decenio de 1970, y el Noveno Plan Quinquenal, que desencadenó la apertura al mercado de las empresas de propiedad estatal a mediados del decenio de 1990, el próximo Plan obligará a China a revisar los fundamentos de los valores esenciales de su economía. El Primer Ministro, Wen Jiabao, preparó el terreno hace cuatro años, cuando formuló por primera vez la paradoja de los “Cuatro Fallos”: una economía cuya fuerza en la superficie ocultaba una estructura que era cada vez más “inestable, desequilibrada, descoordinada y, en última instancia, insostenible”.

La gran recesión del período 2008-2009 indica que China ya no puede permitirse el lujo de considerar los “cuatro fallos” una conjetura teórica. Es probable que la época posterior a la crisis se caracterice por réplicas duraderas del terremoto en el mundo desarrollado, lo que socavará la demanda externa de la que durante tanto tiempo ha dependido China. Así las cosas, al Gobierno de China apenas le queda otro remedio que volverse hacia la demanda interna y abordar de frente los “cuatro fallos”.

Eso precisamente es lo que hará el Duodécimo Plan Quinquenal, al centrarse en tres importantes iniciativas en pro del consumo. En primer lugar, China empezará a abandonar el modelo manufacturero que ha sustentado el crecimiento impulsado por la exportación y la inversión. Si bien la modalidad manufacturera fue muy útil a China durante treinta años, su dependencia de un aumento de la productividad con gran densidad de capital y ahorro de mano de obra le impide absorber el enorme exceso de mano de obra del país.

En cambio, conforme al nuevo Plan, China adoptará un modelo de servicios con una densidad de mano de obra mucho mayor. Es de esperar que entrañe un proyecto rector detallado para el desarrollo de las industrias en gran escala y con gran densidad de transacciones, como, por ejemplo, el comercio mayorista y minorista, el transporte interior y la logística de la cadena de suministro, la atención de salud y el ocio y la hospitalidad.

Semejante transición brindaría a China muchas más posibilidades de creación de puestos de trabajo. Con un contenido en materia de empleo de una unidad de producción china más del 35 por ciento mayor en el sector de los servicios que en el manufacturero o el de la construcción, China podría conseguir, en realidad, su objetivo en materia de empleo con un crecimiento del PIB más lento. Además, el sector de los servicios tiene una densidad mucho menor en materia de recursos que el manufacturero, lo que ofrecería a China los beneficios suplementarios de un modelo de crecimiento más ligero, más limpio y más ecológico.

La segunda iniciativa del Plan en pro del consumo irá encaminada a aumentar los salarios. Estará centrada principalmente en los estancados salarios de los trabajadores rurales, cuya renta per capita representa actualmente sólo el 30 por ciento de la de las zonas urbanas: lo opuesto precisamente de las aspiraciones de China a una “sociedad más armoniosa”. Entre las reformas, figurarán políticas tributarias encaminadas a aumentar el poder adquisitivo de las zonas rurales, medidas para ampliar la propiedad de tierras de zonas rurales y programas basados en la tecnología para aumentar la productividad agrícola.

Pero el impulso mayor se deberá indudablemente a políticas que fomenten la continua y rápida migración del campo a las ciudades. Desde 2000, la migración de las zonas rurales a las urbanas ha ascendido regularmente a entre quince y veinte millones de personas. Para que la migración continúe a ese ritmo, China tendrá que suavizar las prohibiciones de su hukou o sistema de registro de familias, que, al mantener a los obreros y sus beneficios fijados a su lugar de nacimiento, limita la flexibilidad del mercado laboral.

El aumento del empleo, mediante el sector de los servicios, y el de los salarios, mediante un mayor apoyo a los trabajadores rurales, contribuirán en gran medida a una subida de los ingresos personales de los chinos, que ahora representan tan sólo el 42 por ciento del PIB, la mitad de los de los Estados Unidos, pero será necesario un crecimiento mayor de la renta correspondiente al trabajo para impulsar el consumo privado chino. También son necesarias medidas importantes para lograr el paso del ahorro al gasto.

Esa cuestión constituirá el tercer componente importante del programa del Plan en pro del consumo: la necesidad de crear una red de seguridad social para reducir el ahorro cauteloso debido al miedo. Concretamente, significa una seguridad social, pensiones privadas y seguros de enfermedad y de desempleo, planes que existen en el papel, pero necesitan una financiación en una escala muchísimo mayor.

Por ejemplo, en 2009 los activos del sistema de jubilación de China –seguridad social nacional, planes de prestaciones de jubilación de las administraciones locales y pensiones del sector privado– ascendían en total a tan sólo 2,4 billones de renminbis (364.000 millones de dólares), lo que equivale a unos 470 dólares de prestaciones de jubilación correspondientes a toda la vida laboral para el trabajador chino medio. No es de extrañar que las familias ahorren por miedo al futuro. El nuevo Plan de China debe rectificar ese déficit inmediatamente.

El Duodécimo Plan Quinquenal contendrá mucho más que esos tres pilares de una política en pro del consumo. También es digno de mención que el Plan se centre en el desarrollo acelerado de varias industrias estratégicas en ascenso: desde la biotecnología y las energías substitutivas hasta la tecnología de nuevos materiales y de la información de siguiente generación.

Pero es probable que la insistencia en el consumidor chino sea la nueva característica que defina el Plan, suficiente, en mi opinión, para impulsar el consumo privado como porcentaje del PIB chino desde su mínimo nivel actual de un 36 por ciento, aproximadamente, a algo así como entre el 42 y el 45 por ciento en 2015. Si bien semejante aumento seguiría siendo bajo en comparación con los niveles internacionales, no por ello dejaría de representar un paso decisivo para China por la vía del reequilibrio.

También sería un enorme impulso para los más importantes socios comerciales de China: no sólo los del Asia oriental, sino también las economías europeas y de los Estados Unidos, con su limitado crecimiento. De hecho, es probable que el Duodécimo Plan Quinquenal desencadene el mayor proceso de consumo de la historia moderna. Nada mejor podría pedir el mundo actual de después de la crisis.

Pero hay un inconveniente: al pasar a una dinámica más impulsada por el consumo, China reducirá su ahorro excedente y tendrá menos remanente para financiar los permanentes déficits de ahorro de países como los Estados Unidos. La posibilidad de semejante reequilibrio mundial asimétrico –en el que China sea la vanguardia y el mundo desarrollado vaya a la zaga– podría ser la principal consecuencia no deseada del Duodécimo Plan Quinquenal de China.

Por Stephen S. Roach, miembro del profesorado de la Universidad de Yale, presidente no ejecutivo de Morgan Stanley Asia y autor de The Next Asia. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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