El punto de inflexión de Pakistán

En Pakistán se acerca rápidamente el momento de la verdad política. Unos 40 a 50 millones de votantes elegirán una nueva asamblea nacional el 11 de mayo. El resultado, precedido por un aumento de la violencia extremista, probablemente tendrá repercusiones de gran alcance.

Los grupos terroristas que se gestaron en el propio Pakistán saben que el país está en un punto de inflexión, y atacan a los candidatos y a los votantes que están a favor de un Estado laico. Cientos de personas han sido asesinadas y, sin duda, más van a morir antes del día de la elección, ya que se las toma como blanco porque, si estos grupos prevalecen, impulsarían lo que a veces se llama la “idea de Pakistán” llevándola a su conclusión lógica – y extrema.

Hace unos 70 años atrás, Muhammad Ali Jinnah, fundador de Pakistán, puso en marcha el movimiento para crear un Estado independiente para los musulmanes de la India británica. La administración colonial británica finalmente accedió, y se creó un país con las zonas de mayoría musulmana. La población de lo que hoy es Pakistán estaba compuesta por alrededor de dos tercios de musulmanes, y el resto de los habitantes eran en su mayoría hindúes y sijs.

Esta composición cambió dramáticamente con la división de los nuevos Estados de la India y de Pakistán en el año 1947, momento en el que 14 millones de personas se desplazaron a través de la frontera recientemente elaborada. Ocho millones de refugiados musulmanes huyeron de la India e ingresaron a Pakistán, y seis millones de hindúes y sijs se desplazaron en la dirección opuesta. Cuando dicha “limpieza étnica” finalizó, el 95% de la población de Pakistán era musulmana.

Con el tiempo, una proporción creciente de la población comenzó a exigir la creación de un Estado islámico en las zonas que ahora formaban parte de Pakistán. La próxima elección determinará cuán lejos el país marchará por dicho camino.

Pakistán no es el único país musulmán que busca redefinir su futuro político y económico. Se están desarrollando procesos similares en otros países de gran tamaño en la parte occidental del mundo islámico. Por el contrario, otros países musulmanes de gran tamaño, como por ejemplo Indonesia y Malasia, han tenido éxito en el establecimiento de órdenes políticos que sirven razonablemente bien a todos los segmentos de sus poblaciones altamente diversas. Eso también puede suceder con el tiempo en el mundo islámico occidental, pero sólo después de una lucha del tipo que acontece en Pakistán en la actualidad.

Los países de gran tamaño de esta parte del mundo islámico – en especial Egipto, Pakistán y Turquía – están intentando resolver cuatro problemas, el más difícil de los cuales es definir el papel que desempeña el Islam dentro del sistema político.

Turquía, estimulada por su deseo de unirse a la Unión Europea, parece haber encontrado una respuesta. Un partido gobernante conservador, con profundas raíces religiosas se contenta con dejar la religión a la observancia privada, sin que tenga influencia directa en las políticas públicas. El asunto permanece menos resuelto en Egipto, mientras que en Pakistán una pequeña pero muy motivada parte de la población abrazó la extrema violencia como una forma de expresión política.

El papel de los militares en la política también tiene que ser resuelto. Una vez más, Turquía se ha puesto a la cabeza; tanto en Egipto como en Pakistán, los uniformados han regresado a sus cuarteles, pero no han perdido su influencia sobre las políticas públicas.

El tercer problema es la división entre sectas, en especial el creciente conflicto entre sunitas y chiítas. Este conflicto puede ser exacerbado por el resultado de los acontecimientos en Siria. Si los sunitas triunfan allí, ellos pueden llegar a sentirse más seguros de sí mismos en los países que tienen poblaciones chiítas numerosas. No se reconoce a menudo que Pakistán tiene la segunda mayor población chiíta del mundo con unos 50 millones de adherentes, la más numerosa después de la de Irán. En los últimos años los chiítas han sido atacados sin piedad en Karachi y Quetta, muriendo más de 400 personas a causa de dichos ataques.

Por último, se encuentra el cuestionamiento de las relaciones del mundo musulmán con Occidente, especialmente los Estados Unidos. El antiguo “gran pacto” post-otomano – la aceptación occidental del autoritarismo a cambio del flujo seguro de petróleo, el uso de las rutas marítimas de importancia estratégica y cierta tolerancia con la existencia de Israel – se ha roto. Lo que lo reemplazará será determinado por la forma del nuevo orden político que finalmente emerja en el mundo islámico occidental. En otras palabras, en la próxima elección de Pakistán se encuentra en juego mucho más que simplemente el futuro de Pakistán

Existe cada vez mayor reconocimiento, en algunos casos a regañadientes, sobre que la coalición liderada por el Partido del Pueblo de Pakistán ha logrado crear una estructura política construida sobre bases bastante estables. Este es un verdadero logro en un país que se encontraba en una montaña rusa política durante la mayor parte de su historia. Pero la coalición no fue capaz de traducir el éxito político en buenos resultados económicos.

Durante los últimos cinco años, el crecimiento anual del PIB de Pakistán alcanzó un promedio de sólo el 3% – la mitad de la tasa necesaria para absorber a los dos millones de nuevas personas que ingresan en la fuerza laboral cada año. Si el crecimiento del PIB no se recupera, las filas de los desempleados y subempleados se abultarán, aumentando el tamaño del grupo poblacional en el cual las agrupaciones extremistas encuentran a sus nuevos reclutas.

Entre los paquistaníes la próxima elección ha alimentado esperanzas y también ha generado ansiedad. Esta elección podría inclinarse en cualquier dirección. Y, para bien o para mal, al lugar donde Pakistán se dirija, le pudiesen seguir otros países musulmanes.

Shahid Javed Burki, former Finance Minister of Pakistan and Vice President of the World Bank, is currently Chairman of the Institute of Public Policy in Lahore. Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

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