El qué dirán

Dos filósofos que fueron contemporáneos, Aristóteles y Lao Tse –en el caso de que Lao Tse viviese cuando creemos, aunque su misma existencia se debate entre eruditos– reflexionaron sobre el qué dirán, sobre la repercusión que para nosotros puede tener lo que otros piensan de lo que hacemos. El sabio chino sentenció: «Preocúpate por lo que otras personas piensen de ti y serás su prisionero». El griego fue más allá: «Solo hay una manera para evitar las críticas: no hacer nada, no decir nada y no ser nadie».

Trasladando tales reflexiones al ámbito de la política, cuando gobierna la derecha el efecto del qué dirán alcanza un calado especial. Acaso por ello se suele hablar de centroderecha, lo que emana de un cierto complejo identitario, como si la derecha soportase una especie de pecado original. La izquierda no carga con ese complejo. Aunque sea centroizquierda suele eludirlo. A menudo hace lo contrario: si le conviene juega a presentarse radicalizada. No le apetece echar agua al vino.

El qué diránLa izquierda –por ejemplo el socialismo– cuando gobierna no se corta. Y si tiene una exigua representación en el Congreso y en el Senado y ha llegado a La Moncloa en un golpe de mano parlamentario, legal pero sin programa y falseado en sus motivos, emplea la triquiñuela como fórmula. Y con el complemento de pagar el precio de sus apoyos sea el que sea y dañe poco o mucho a los intereses generales de la Nación. Si nos atenemos a las decisiones tomadas por el actual Gobierno durante su corta andadura, ha hecho lo que cree que gusta a los suyos.

Ha reactivado la llamada memoria histórica aderezada para consumo propio, incluidos asuntos al parecer tan acuciantes para el ciudadano como remover los restos de Franco; ha amenazado con una Comisión de la Verdad que impondrá «su» verdad; ha anunciado que fustigará a los ricos aunque lo que se va concretando en impuestos y otras cargas suponga golpear a la ya sufrida clase media; ha decidido ampliar la Sanidad para controvertidos colectivos a costa de nuestros bolsillos; ha recibido a los inmigrantes que no aceptan Italia, Alemania y otros países europeos, mientras sufrimos aún preocupante paro; ha mirado para otro lado cuando centenares de asaltantes de la valla de Ceuta atacaron a la Guardia Civil; ha decidido retirar las concertinas en las fronteras con Marruecos que instaló en su día un Gobierno socialista; ha tratado de poner la radiotelevisión pública al servicio de los antisistema; ha favorecido a políticos delincuentes y también a terroristas sentenciados y, como fondo, se ha desarmado ante el desafío independentista y ha prometido lo imposible… Son decisiones con mayor o menor importancia pero que demuestran que la izquierda sigue su línea incluso contra la realidad y la lógica. Le importa la opinión de sus seguidores sin preocuparle qué dirán los otros.

Cuando la derecha gobierna, aunque sea con mayorías absolutas, los complejos se desperezan. Muchas veces desagrada a sus votantes que no reciben lo que esperan. Por acudir a ejemplos: no deroga la llamada ley de Memoria Histórica, no reforma la ley Electoral, ni la del Menor, ni la de Enjuiciamiento Criminal, ni la del Aborto, ni la del Deporte, ni se reafirma en una ley de Educación que ponga en su sitio a alguna Autonomía que no cumple las sentencias del Tribunal Constitucional ni del Tribunal Supremo. Estudiar en castellano en Cataluña sigue siendo una sucesión de trampas para elefantes. A la derecha cuando gobierna le agobia la preocupación de conseguir consensos imposibles. Todo lo quiere pactar incluso si por mayoría parlamentaria no lo necesita. Suele actuar al aire del qué dirán… los adversarios.

No todo es economía. Al final los ciudadanos olvidan qué Gobierno les arregla el bolsillo como olvidan quién se lo vacía. Se acuerdan cuando el agua les llega al cuello. Las buenas cifras del empleo se las acabará apuntando el nuevo Gobierno que no ha tenido tiempo aún de destruirlo y menos con los Presupuestos que ha heredado y cuando ha reconocido que no será derogada la reforma laboral salvo en mínimos aspectos que afectan a los particularísimos intereses sindicales. Al tiempo han desaparecido de nuestras calles como por arte de magia los airados pensionistas. Queda claro que estaban manipulados. El débil presidente se apunta públicamente el pago de los atrasos y la subida de pensiones que su partido votó en contra Y para su maquillaje de la realidad el Gobierno cuenta con la ayuda del CIS en manos del hasta ahora encargado de elaborar los programas electorales del PSOE, lo que es objetivamente impresentable. Ya hemos empezado a comprobarlo. Nada que temer del qué dirán.

Sánchez llegará a unas elecciones, cuando no tenga más remedio, en un equilibrio inestable, con una gestión política de gestos sin calado. La derecha, que se preocupa del qué dirán los adversarios, a menudo no se ha preocupado de los gestos para contentar a los propios. De ahí su tan discutible política de comunicación en contraste con la de la izquierda que vende humo pero consigue que los ciudadanos a menudo lo compren. Cuando el nuevo líder de una derecha centrada, con un apoyo parlamentario mucho mayor que cualquiera de los demás grupos políticos, expresa verdades como puños sobre el oscuro túnel al que nos conducen los graves errores del Gobierno, la respuesta de la izquierda es situarle en la derecha extrema. Y a algún partido que lleva desde su fundación (2006) con el mismo líder sólo se le ocurre recibir la renovación de liderazgo en el partido mayoritario en el Parlamento con un «más de lo mismo». ¿Ceguera? ¿Mediocridad? ¿Preocupación? Lo despejará el futuro.

La estrategia y las acciones que marque el partido mayoritario en el Parlamento a partir del inicio del nuevo periodo de sesiones deberán suponer una recuperación del pulso político, lejos de las trampas, de las falacias y de las cortinas de humo de un Gobierno que mide su día a día desde una debilidad extrema que cada vez se deja ver más intramuros de una formación política, como es el PSOE, con una larga historia detrás. No somos pocos quienes hemos escuchado a significados socialistas proclamar su inquietud ante la moción de censura, sobre todo por sus socios ocasionales, y las ocurrencias que vinieron después. Una moción de censura no es un mero cambio en el inquilino de Moncloa. Ni se puede enmascarar como diálogo un malbaratamiento de la dignidad nacional.

Como advierte Lao Tse sobre quienes se preocupan de lo que otros piensen de ellos, la derecha ha estado en riesgo de convertirse en prisionera, y con Aristóteles debemos aprender que no hacer nada y no decir nada es no ser nadie. Me arriesgo a discrepar del sabio griego: una actitud indolente ni siquiera evita las críticas. Al contrario. Tras el pavor al qué dirán hablan las urnas. La derecha, parlamentariamente mayoritaria, debe dejar atrás complejos, proclamar sus verdades, ocupar nítidamente su espacio, y exigir que las urnas se pronuncien. Hay que superar el Gobierno del apaño y restaurar un Gobierno amparado en la voluntad nacional.

Juan Van-Halen, escritor y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.

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