El que pese más que pague más

Estamos engordando. En Australia, los Estados Unidos y muchos otros países, ha llegado a ser algo común ver a personas tan gruesas, que anadean en lugar de andar. El más pronunciado es el aumento de la obesidad en el mundo desarrollado, pero se está dando también en países pobres y de renta media.

¿Es el peso de una persona asunto sólo suyo? ¿Debemos simplemente mostrarnos más tolerantes con las diversas formas corporales? No lo creo. La obesidad es un asunto ético, porque un aumento del peso de algunos impone costos a otros.

Estoy escribiendo esto en un aeropuerto. Una mujer asiática menuda ha facturado unos 40 kilogramos de maletas y cajas. Paga un suplemento por superar el límite de peso. Un hombre que debe de pesar al menos 40 kilos más que ella, pero cuyo equipaje no supera el límite, no paga nada. Sin embargo, desde el punto de vista del consumo de combustible del avión, da igual que el peso suplementario sea de equipaje o de grasa corporal.

Tony Webber, ex economista jefe de la compañía aérea australiana Qantas, ha señalado que, desde 2000, el peso medio de los pasajeros adultos en sus aviones ha aumentado dos kilos. En el caso de un gran avión moderno como el Airbus A380, eso significa que se debe quemar un suplemento de combustible cuyo costo asciende a 472 dólares en un vuelo de Sydney a Londres. Si el avión hace ese trayecto en las dos direcciones tres veces al día, en un año gastará un millón de dólares más en combustible o, con los márgenes actuales, un 13 por ciento, aproximadamente, del beneficio de la compañía aérea correspondiente a ese trayecto.

Webber propone que las compañías aéreas fijen un peso normal de los pasajeros de 75 kilos, pongamos por caso. Si un pasajero pesa 100 kilos, se le cobraría un suplemento para sufragar los costos suplementarios de combustible. En el caso de un pasajero que superara el límite de peso en 25 kilos, el suplemento en un viaje de ida y vuelta Sydney-Londres sería de 29 dólares. A un pasajero que sólo pesara 50 kilos se le haría un descuento del mismo importe.

Otra forma de lograr el mismo objetivo sería la de fijar un peso normal para los pasajeros y el equipaje y después pedir a los viajeros que montaran en las básculas con su equipaje, lo que presentaría la ventaja de no resultar embarazoso a quienes no deseen revelar su peso.

Los amigos con los que hablo de esta propuesta dicen con frecuencia que muchas personas obesas no pueden eliminar su exceso de peso: simplemente tienen un metabolismo diferente de los demás; pero la razón para cobrar un recargo por el peso suplementario no es el de castigar un pecado, ya se aplique al equipaje o a las personas. Es una forma de recuperar el verdadero costo de llevar en el vuelo hasta su destino al pasajero correspondiente, en lugar de imponérselo a los demás pasajeros. Volar es algo diferente de la atención de salud, pongamos por caso. No es un derecho humano.

Un aumento en la utilización del combustible para aviones a reacción no sólo entraña un costo financiero, sino también un costo medioambiental, pues las emisiones de gases que provocan el efecto de invernadero intensifican el calentamiento planetario. Se trata de un ejemplo menor de cómo el tamaño de nuestros conciudadanos nos afecta a todos. Cuando las personas se vuelven cada vez más gruesas y pesadas, pocas de ellas caben en los asientos de un autobús o un tren, lo que aumenta los costos del transporte público. Ahora los hospitales deben encargar camas y mesas de operaciones más resistentes, construir retretes de mayor tamaño e incluso instalar refrigeradores mayores en sus depósitos de cadáveres, todos los cuales contribuyen al aumento de sus costos.

De hecho, la obesidad impone un costo mucho más importante desde el punto de vista de la atención de salud más en general. El año pasado, la Sociedad de Actuarios calculó que en los Estados Unidos y el Canadá, los gastos suplementarios en atención de salud a las personas con exceso de peso u obesas ascendieron a 127.000 millones de dólares, que suman centenares de dólares de costos anuales de atención de salud a los contribuyentes y a los que pagan seguros privados de salud. En el mismo estudio se indicaba que los costos de la pérdida de productividad tanto entre quienes aún trabajan como entre los que no pueden trabajar en absoluto por la obesidad ascendieron a 115.000 millones de dólares.

Esos datos son suficientes para justificar unas políticas públicas que disuadan de aumentar de peso. Gravar los alimentos que contribuyen desproporcionadamente a la obesidad –en particular los que carecen de valor nutricional, como, por ejemplo, las bebidas azucaradas– sería de ayuda. Después se podrían utilizar los ingresos así recaudados para compensar los costos suplementarios que las personas con exceso de peso imponen a las demás y el aumento del costo de dichos alimentos podría disuadir de su consumo a las personas que corren riesgo de obesidad, sólo superado por el tabaco como causa principal de la muerte prevenible.

Muchos de nosotros estamos preocupados y con razón por si nuestro planeta puede mantener a una población humana que ha superado los siete mil millones de personas, pero debemos pensar en el tamaño de la población humana no sólo en cuanto al número, sino también a su masa. Si valoramos el bienestar humano sostenible y el medio ambiente natural de nuestro planeta, mi peso –y el vuestro– es asunto de todos.

Por Peter Singer, profesor de Bioética en la Universidad de Princeton y profesor laureado en la Universidad de Melbourne. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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