¡El que se cansa pierde!

«¡El que se cansa pierde!» Es el lema del líder de la oposición en Venezuela, lema que surgió el día en que Leopoldo López se entregó al Gobierno para ser encarcelado arbitrariamente. Él es hoy el símbolo de muchos presos políticos que hay en esa nación.

Visité Caracas en la gratísima compañía de los señores expresidentes Sebastián Piñera, de Chile, y Felipe Calderón, de México. Como gobernantes que fuimos de tres grandes naciones latinoamericanas, que a pesar de las dificultades propias de los países en desarrollo cultivan con firmeza los ideales de la Libertad y de la Democracia, quisimos solidarizarnos con quienes, enfrentando toda clase de amenazas y peligros, luchan por que Venezuela recupere los ideales que realmente inspiraron al libertador Simón Bolívar, cuya memoria ha sido mancillada por el régimen que está asfixiando a la democracia venezolana. Y particularmente quisimos solidarizarnos con Leopoldo López, la figura que se ha convertido por su valentía y carácter en el símbolo de la oposición y de los presos políticos que sufren las arbitrariedades del régimen.

No acep to las críticas de quienes nos acusan de inmiscuirnos en los asuntos internos de Venezuela. Como colombiano, y como expresidente de mi país, la conciencia me grita que no puedo ser indiferente y sentarme a esperar que un sistema totalitario liquide los vestigios democráticos que aún perduran en ese país tan querido por los colombianos.

Un viejo refrán sostiene que «cuando le corten la barba a tu vecino, pon la tuya en remojo». Lo que sucede en Venezuela siempre repercute en Colombia, por los lazos comunicantes tan fuertes que existen entre nosotros. Pienso que, al defender la democracia en Venezuela, de alguna manera estoy defendiendo la de Colombia, donde ya el lobo totalitario ha empezado a asomar sus tétricas orejas.

No. No me quedaré callado. Es mi deber alzar la voz para pedir la libertad de Leopoldo López y de los demás presos políticos que son torturados hoy en las prisiones del régimen de Maduro. Es un imperativo moral decirles a los venezolanos que de todo corazón los acompañamos en su lucha por recuperar la Libertad. Es mi obligación advertirles a mis compatriotas que no podemos seguir indiferentes ante el martirio de Leopoldo y de sus compañeros, que no podemos callar por cobardía o por despreciables conveniencias económicas, que no podemos cometer el error histórico de hacer como el personaje de la fábula que alimentaba al tigre con la esperanza de que se lo comiera a él de último.

Como tampoco puedo callarme ante los cada vez más frecuentes atropellos de la Guardia Nacional Venezolana contra los colombianos que viven o visitan ese país. Defenderé en todos los escenarios a mis compatriotas que sufren la opresión de un régimen enemigo de los Derechos Humanos y de las libertades individuales.

En Venezuela se viven horas verdaderamente sombrías. No hay alimentos para los ciudadanos. El aparato productivo está destrozado por cuenta de expropiaciones abusivas, inestabilidad en las reglas del juego, temor de los empresarios. Pienso que es inminente un estallido social, una crisis humanitaria de devastadoras consecuencias. La escasez de productos elementales, como jabón y papel higiénico, de comida, de carne, de pollo, hará estallar el tejido social, y tengo un profundo temor de que el Gobierno responda con la fuerza a la protesta social.

Oí directamente de parte de las víctimas desgarradores relatos de violaciones a jóvenes estudiantes por parte de la Guardia Nacional, cárceles subterráneas (léase La Tumba) donde torturan a estudiantes presos arbitrariamente, violaciones permanentes a la libertad de prensa, censura a los medios de comunicación, seguimientos ilegales y presos políticos.

Tengo también el terrible presentimiento de que a Venezuela se lo está tomando el narcotráfico. No dudo de que los narcotraficantes estén aprovechando el caos de autoridad y la pobreza creciente para utilizar el territorio venezolano para sus propósitos. Las acusaciones contra altos funcionarios del Estado en este sentido son cada día más contundentes.

Pero, a pesar de todas las amenazas y dificultades, también encontré un pueblo valiente, con ganas de cambiar y de salir adelante. Hasta los más acérrimos opositores de Maduro abogan por una salida constitucional. No oí una sola insinuación de usar vías de hecho para derrocar el Gobierno, sino, por el contrario, encontré una oposición cada vez más unida en torno a la defensa de la Constitución Venezolana y de las libertades de los ciudadanos.

La oposición solo quiere que la democracia y el respeto a los derechos humanos regresen a Venezuela. Ellos están decididos a continuar por esa vía y el régimen de Maduro debería ver que su Constitución, aplicada sin trampas electorales, le permitiría a Venezuela salir de la crisis.

Regresé a Colombia con un dolor enorme en el corazón. Temo por las represalias contra nuestros anfitriones y sus seguidores. Se que son los venezolanos, y solo ellos, los que tienen la solución para la crisis, pero desde la comunidad internacional debemos hacer los esfuerzos posibles para que se respeten los derechos humanos y retorne la democracia.

Los demócratas del mundo no podemos cansarnos jamás ante el reclamo y la exigencia del respeto de los derechos humanos como base de toda democracia. No es un simple capricho ni una posición ideológica de la derecha o de la izquierda. Es una obligación de cada demócrata en el mundo moderno.

Andrés Pastrana Arango fue presidente de la República de Colombia entre 1998 y 2002.

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