El racismo es propio del humano

El racismo es propio del ser humano. Es así y es mejor saberlo y actuar en consecuencia para que progrese y sea combatido por la ley. Pero ello no basta, hay que educar, desmontar sus mecanismos, demostrar la absurdidad de sus bases y permanecer vigilantes. La sociedad francesa es vista estos últimos tiempos como lugar de un racismo virulento pero en el fondo no es más racista que otras. El rechazo al extranjero, al diferente, al que es considerado como una amenaza para la seguridad es un reflejo universal del que no se escapa ninguna sociedad. En algunos casos el racismo puede focalizarse en una comunidad pero ello no significa que no se mezcle con otras. Dicho de otra manera, no hay discriminación en el ejercicio del odio.

Así, cuando en Francia se alzan voces que evocan “un racismo antiblancos”, me hubiera gustado tranquilizarlas: cuando se está carcomido por el racismo no se ama a nadie. Una vez es al judío al que se persigue, otra es al negro, una tercera es al árabe y según la época y el lugar en que se halle el objetivo también es el blanco. Todo depende de dónde se sitúe el malestar. El antisemita encuentra un particular goce estigmatizando la figura del judío que le obsesiona y perturba y que a veces le fascina. Este disfrute se vuelve deseo violento de exterminación. De todos los racismos el odio al judío ha sido el más mortífero. Ello no ha curado al mundo de otros deseos de exterminación.

Asistimos en la actualidad a graves derivas porque el racismo empieza con la palabra y podría continuar con los hornos crematorios. Tratar a una mujer de mona no es más que el comienzo. Si se deja hacer, del insulto se pasará fácilmente al castigo corporal, a la tortura (el caso de la joven Ilan Halimi) y al asesinato. Por eso hay que recordar que no existe racismo light y descafeinado. Tuvo razón Christiane Taubira, ministra de Justicia francesa, al lamentar que ninguna voz de dirigentes políticos se alzara contra el racismo del que ella misma ha sido víctima. Otra ministra ha sufrido el mismo trato, esta vez en Italia. Se trata de Cecile Kyenge, originaria del Congo, que ha sido llamada de todas las maneras por algunos diputados de la Liga Norte conocidos por su vinculación con el racismo. Futbolistas de piel negra han sido también el objetivo de un racismo bien enraizado. Cuando un jefe de Estado se permite hacer reír a su auditorio a propósito del “aspecto bronceado de Obama”, está abriendo las puertas y dando una señal a quienes no se atrevían a expresar su racismo, dejarse ir y cultivar sus nauseabundas ideas.

La crisis económica no es una excusa, es quizá un acelerador, un pretexto para refugiarse en la ignorancia, en el miedo y acercarse al confort mullido de los prejuicios.

El hecho de que Europa poco a poco haya perdido su lugar preponderante en el mundo, no sólo en el aspecto económico sino también cultural, favorece una acritud susceptible de transformarse en un desprecio de todo lo que es distinto. España aún no ha saneado aún su relación con el islam. A los emigrantes venidos del Magreb se les llama “moros”, sabedores e que este término es peyorativo, recordando el triste episodio de la Inquisición. La crisis económica no ha arreglado las cosas. Siempre se desconfía del que sea pobre, del que sea extranjero. Es eso lo que hace que el racismo sea una actitud fácil frente a las pruebas de la vida. Hay que hallar un culpable. Antes era el judío, ahora es el musulmán.

Si el racismo siempre ha existido, ahora algunos políticos han hecho de él su fondo de armario. Es más fácil extender el odio al extranjero que el respeto a lo diferente. El hombre tiende a dejarse llevar por los bajos instintos especialmente cuando ha sido fragilizado por situaciones que no ha sabido o podido controlar. Durante mucho tiempo el principal eslogan del Frente Nacional ha sido “Tres millones de parados, tres millones de inmigrantes de más”. Esta contraverdad, fácil de desmontar, funciona bien. El racismo es la pereza del pensamiento, por no decir el rechazo a pensar. Siempre encontrará a alguien que piense por usted y que le simplifique la lectura del software del malestar.

Se nos dice hoy que todos los seguidores del Frente Nacional no son racistas. Quizá. Pero seguro que todos los racistas son acogidos en el seno de este partido a condición de ser discretos sobre sus convicciones. Ni la derecha ni la izquierda han sabido combatir las ideas del Frente Nacional. Algunos creen que plantea buenas preguntas y aporta malas respuestas; otros piensan, acercándose a ellos, que podrían ganar algunos votos en las elecciones.

Como el objetivo principal de los políticos es asegurarse la reelección, veremos las acciones más indignas. Añadamos a ello la eficacia del nuevo traje del Frente Nacional que lo vuelve tratable e incluso banal. El hecho de rechazar ser etiquetado de “partido de extrema derecha” es un signo interesante para pasar de un estado a otro, Si no es más que una cuestión de palabras, se podría admitir que el aspecto extremista ha sido reemplazado por algo más profundo y más peligroso, la canalización de los prejuicios y de la xenofobia.

Para combatir las ideas de este partido hace falta un derecho de respuesta sistemático cada vez que uno de sus líderes afirma contraverdades o propone un programa no sólo inaplicable sino que puede arruinar el país. Junto a esta vigilancia cruelmente inexistente en todos los partidos hay que desarrollar un camino pedagógico en las escuelas y hacer un trabajo en profundidad y duradero. Es necesario que los niños sepan, porque su espíritu es aún maleable, en qué se basa el racismo, su historia, su inhumanismo. Hay que decir y repetir que el miedo y la ignorancia son las dos pechos de esta plaga, que hay que desmontar su mecanismo por el saber y la inteligencia, por el debate y el fin de los tabúes. Hay que abordar todos los temas y no cerrar los ojos a los desmanes de algunos que también desarrollan un racismo frente a las acciones de las que son víctimas.

Es importante que la Asamblea Nacional haya reconocido que “las razas no existen”. Es fundamental insistir en esta verdad que Albert Jaccard no había dejado de enseñar. Existe una única raza humana, compuesta por más de siete mil millones de individuos todos únicos y parecidos. No hay raza negra ni raza blanca ni raza amarilla…

El hecho de afirmar y demostrar que las razas no existen no hará desaparecer el racismo, por supuesto, pero al menos es una verdad que sacudirá algunas certezas. A menudo, cuando las exasperaciones campan a su aire, las derivas racistas se multiplican y se piensa que el racismo crece mientras que siempre ha estado ahí, pegado en las mentalidades y dispuesto a expandirse cuando se acentúan el malestar y la necesidad de arrogancia para sentirse vivos y sobre todo considerarse superiores al otro.

La lucha contra el racismo debe ser diaria y abarcar todos los campos. Porque el racismo no es una moda, es un estado de espíritu que forma parte de las debilidades del hombre, de sus fallos y de sus errores.

Tahar Ben Jelloun, escritor, miembro de la Academia Goncourt

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