El rector de UCJC tiene un problema

Me llama Sigfrido, no sé si se acordarán de él. Un tipo sobrado que me encontré en una boda y que ofrecía treinta mil euros por ver la tesis de Sánchez, anécdota que ya relaté. Su cabreo es morrocotudo. Me acusa de haberle robado la idea y de publicarla en ABC, sin citar su nombre. Le pregunto si conoce la ya célebre definición de Lastra de lo que es un plagio, a la que me acojo con fervor. Lastra es la número dos del PSOE, su elocuencia no solo ensombrece la de un Sigfrido en sus mejores tardes, sino que podría cambiar la jurisprudencia de nuestro derecho de cita. Defiende esta diputada, de manera entrañable, que un texto ha sido hurtado cuando exhibe más líneas de coincidencia que las de la tesis de su jefe.

No obstante, lo preocupante ahora es la Universidad Camilo José Cela; universidad que se ha visto envuelta en la movida del doctorado de nuestro presidente que socava uno de sus propósitos fundacionales: «la mentalidad innovadora». Este leitmotiv se recoge en el espíritu de «La Colmena», su mayor aportación original como centro educativo. Y podría ser que su rector, ante el maremágnum de noticias incómodas que se publican –y seguirán publicando– cada día, se esté planteando qué hacer, porque es obvio que, hacer, tiene que hacer algo. Las alternativas que se les ofrecen son tres: a) mantenerse silente como si el tema de Sánchez no fuera con ellos, b) reafirmarse en su declaración inicial y revindicar la solvencia de la tesis a coste indeterminado o c) cortar por lo sano para que el escándalo se pare donde se debería haber frenado.

El rector de UCJC tiene un problemaLa primera opción es asumir la postura del PSOE de aguantar –aunque el grado de coincidencias del plagio supere el 90%, o Sánchez falsifique los billetes de cien–; después de todo, entre la regeneración democrática y comer todos los días, la salud es lo primero. Esta opción desde luego no es la que nuestro premio nobel, don Camilo, recomendaría con su voz atronadora. Mientras escribo estas líneas, una fotografía suya, Palma 6/9/72, parece mirarme desde el anaquel de una librería, pidiendo, en recuerdo a los viejos tiempos, que echemos una mano a su universidad. No en balde Cela dejó escrito en su inauguración que «su campus aspira a sembrar saberes, actitudes y conductas», mensaje esclarecedor, que ahora resulta incluso impertinente recordar. El capricho de un desaprensivo, por ser doctor a cualquier precio, ha colocado en situación expuesta a una institución cuyo único error, del que imagino se arrepiente, es la negligencia de cuatro profesores y un sonrojante «cum laude».

La segunda alternativa que tiene el rector, «defendella y no enmendalla», es una posición numantina porque lo único que cabría esperar de este mal rollo es un deterioro inadvertido –de márgenes imprecisos– en la imagen de su Facultad de Económicas. No tengo el gusto de conocer al rector de la universidad, que imagino lo estará pasando mal, ni a sus propietarios que todo el mundo dice son gente excelente, pero sí al presidente de su Consejo Asesor Internacional, Arpad von Lazar, un prestigioso economista que fue asesor de Robert Kennedy y cuya valentía le permitió salir de su Hungría natal huyendo a nado del régimen comunista. Arpad, a quien frecuenté en sus años de estancia en Madrid, era hombre decidido que no se andaba por las ramas.

Desconozco si esta opción o la anterior son ya posiciones definitivamente tomadas, pero a estas alturas supondría una temeridad contraponer la calificación de normalidad, en el enjuiciamiento de la tesis, como respuesta precipitada al escándalo, a los nuevos datos que medios de distintas ideologías (ABC, El País, El Mundo…) siguen aportando. Tampoco conviene olvidar que la empresa alemana PlagScan (propietaria del software de valoración de plagios más comúnmente aceptado y que cifra el de Sánchez en un 20%) ha denunciado la manipulación por parte de Moncloa de su mecanismo interno de escrutinio, y sin excluir, por último, que el presidente todavía tendrá que dar explicaciones en el Senado, lo que agrandará el problema.

Que Sánchez copió con largueza empieza a ser lugar común para los medios extranjeros, lo que debilita el segundo pilar fundacional de la Camilo José Cela, que es la deseada internacionalización de alumnos y profesores. La opción roqueña de mantenerse, caiga quien caiga, perjudica por otra parte la asignatura esencial del programa interdisciplinar de la Colmena: el pensamiento crítico. Lo preocupante no es que desde fuera se pueda censurar la actitud de la universidad, lo preocupante es que lo que se enseñe en ella y lo que esta haga después, no tengan buena «llevanza».

La tercera opción es el cortafuego. Implica reconocer que el objetivo esencial de la universidad es mantenerse en el tiempo como institución educativa de prestigio, y que con ese prestigio no se juega. Ello va a exigir, como dirían los anglosajones, a clear cut case: una separación limpia y precisa de todo aquello que ponga su excelencia en entredicho. La pregunta del millón es cómo se hace. ¿Acaso dejando el tema en manos de una comisión disciplinaria? Y en esa eventualidad, ¿cuál sería la cirugía reparadora?: ¿Trasladar una declaración distinta a la de normalidad basada en los nuevos datos aparecidos? ¿Recomendar que se retire el cum laude del expediente? O ¿llegar más allá y revocar el titulo de doctor a Sánchez?

El rector acaso haría bien resolviendo estos interrogantes porque las universidades españolas esperan una respuesta. Las opciones formuladas han de ser contrastadas a la luz de las preocupaciones más evidentes: por ejemplo, qué solución resulta más pacífica con los propósitos fundacionales, o qué postura aceptarán mejor los estudiantes, o de qué manera se protege más el prestigio de los profesores, o cuál es el menoscabo económico que acompañaría a cada alternativa. Que una universidad privada una su destino a intereses espurios por miedo a las amenazas del poder, trasladaría un mensaje demoledor a sus alumnos potenciales. Enfrentarse o no a Sánchez no es el problema de fondo; el problema de fondo es si «La Colmena va a aumentar su zumbido a costa de proporcionar menos miel». No estamos ante un embrollo de criterio (hasta el bedel del claustro sabe que hubo plagio) sino de una inaplazable y ejemplarizante decisión que es por lo que esta universidad debería ser positivamente recordada. El señor Sánchez es contingente, la universidad no. Y es que se quiera reconocer o no, como Sigfrido el otro día en la boda, con más copas que Yeltsin, y después de haberse ceñido con arte «El Manisero» (un bolero de Antonio Machín), ya profetizó: «Oiga, por si no se han dado cuenta, el rector tiene un marrón».

José Félix Pérez-Orive Carceller, abogado.

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