El referéndum del 10-N

Lo del 10 de noviembre será un referéndum en el que lo que se nos va a preguntar es así de sencillo: Sánchez sí o Sánchez no. Sánchez me da igual contará en este caso como sí.

Por mucho que todos lo repitamos, y hasta lleguemos a convencernos, lo del próximo noviembre no son unas elecciones legislativas más que en la apariencia, que, como todo el mundo sabe o sospecha, suele engañar. Supongo que esto ya lo habrá dicho o dejado escrito alguien en alguna parte y lamento no citarlo. Por complejo que nos parezca el panorama y por candidatos que se presenten, seis cuando se escriben estas líneas, Pedro Sánchez y el Partido Socialista han conseguido convertir unas legislativas en eso: un referéndum. No sólo no es su menor logro, sino que es su único logro.

En principio, en un mundo donde el personalismo y el narciseísmo (perdón por el neologismo) lo dominan todo, se diría que no había más remedio que explotarlos en favor de una figura tan inesencial como la de nuestro primer ministro, alguien capaz de aguantar entrevistas de una hora sin decir absolutamente nada, al menos, absolutamente nada que tenga alguna sustancia. Pero el tiro podría salirle por la culata según dicta la experiencia de otros líderes enamorados de lo que les devolvía el espejo y les susurraban las encuestas.

Para que eso pase, sin embargo, es evidente que entre los representantes del Sánchez no, que, aparentemente, son casi todos los demás candidatos menos Errejón, tendría que pasar algo, tendría que darse un revulsivo: dimisiones de los líderes fallidos. Por ejemplo, que Albert Rivera, después de sus patinazos, cediera su puesto de una vez, un golpe de efecto que nos sacara del cada vez más plácido dejà vu que, si no eres un hooligan de alguno de los partidos, conduce, por horas de tertulia televisiva que le eches encima, a la indiferencia. Nos anestesia hasta ese punto en el que ya el sí o el no dan exactamente lo mismo.

Yo creo que en esto Sánchez ha aprendido la lección de Alí: deja que Foreman trate de pegarte durante varios asaltos, a sabiendas de que como te toque una sola vez de verdad te vas al suelo, y cuando el hombre ya no pueda con sus brazos, cuando lo hayas llevado al agotamiento, entonces ataca. Y al agotamiento nos han ido llevando, sin duda.

He dicho aparentemente porque parece claro que tanto Ciudadanos como Podemos piden el voto para que ellos lo traduzcan luego por un sí con adversativa o preposición. "Sí, pero...". O "Sí, para...". Para vigilarlo y azuzarlo desde el lado comunista, para controlarlo y hacer de freno de mano desde el lado liberal.

Resulta bastante paradójico que una sociedad tan compleja acabe resolviéndolo todo con un sí o un no, y no haya más alternativas por adversativas que le echemos. Es obvio que nuestro sistema electoral está muy avejentado -el nuestro y el de casi todo el mundo- y que la única posibilidad de rejuvenecerlo es desbloquear las listas, para tratar de alejar la política del fútbol todo lo posible, ya que, es bien sabido, uno no puede ser a la vez del Betis y del Sevilla, o sea, no puede ser un 40% del Betis y un 60% del Sevilla.

Para que elegir representación legislativa no se convierta en lo que ha sido, es decir, un acto de espectador deportivo, sería bueno que uno pudiera dividir su voto como quisiera: darle por ejemplo el 50% a unos, un 25% a otros, un 12,5% a aquéllos, y otro 12,5% a éstos. Incluso sólo darle un 50% de su voto a un candidato y el otro 50% a la abstención.

Se me dirá que eso haría muy complejo el recuento, lo que diría muy poco acerca de lo mucho que nos ha facilitado la tecnología hacer cuentas. Esa misma táctica funcionaría perfectamente para un referéndum de verdad, no digo ya en Cataluña, si alguna vez llegaran a ser capaces de organizarlo conforme a ley -para lo cual no les cabe otra que cambiar la Constitución-: podría comprender sin dificultad a alguien que está un 60% seguro de la necesidad de independencia que aqueja a un territorio, pero carga con un 40% de inseguridad que le hace inclinarse por el no, y no sé por qué no habría de reflejar esa división interna en su voto. ¿A qué líder vas a votar?, acaban de preguntarle en televisión a alguien. Ya no se pregunta ni por los partidos que lideran. Las ideologías están tan -supuestamente de nuevo- bien repartidas que damos por hecho que Pedro Sánchez es progresista -¿en serio?- y que ser progresista es saludable.

Éste es nuestro principal problema hoy: no la falta de liderazgo, sino la multiplicación de líderes hasta el punto de que no se habla más que de ellos, con el resultado de que una debilidad doméstica -eso de que te hackeen el smartphone porque has sido tan bobo de darle tus claves al hacker contestándole un mensaje- puede hacer perder muchos votos a un candidato, mientras que el combate de ideas se ha quedado en una cabalgata de chascarrillos para humoristas. Frases hechas, lugares comunes, soluciones tan mayestáticas como simplonas para problemas complejísimos. Si es verdad que la clase política es espejo de la ciudadanía a la que se convoca para elegir representación, no podemos estar en lugar más deprimente.

Después de las últimas elecciones, con el reparto de asientos del Congreso, parece ya evidente que Sánchez tenía la vista en el siguiente asalto, en cómo llegar vivo a él. Y lo ha conseguido, eso parece que no admite dudas. Como estratega no sé quién está detrás de su táctica, pero el aluvión de golpes que le ha caído por andar huyendo y agarrando de la nuca al rival para amortiguar los golpes, apenas ha mermado su efectividad y ahora, en el rincón, esperando que suene la campana para el nuevo asalto, se diría que ya sabemos lo que va a pasar. Y si la política se ha convertido en el arte de vaciar de contenido las cosas para gobernar a golpe de campaña publicitaria, hay que reconocer que no hay mejor candidato que él. Lograr que haber copiado en tu tesis doctoral no te pase la menor factura es una cosa admirable. Que una frase como "el dinero público no es de nadie" no destruya a la dirigente que la dice, es verdaderamente glorioso. Llevar la complejidad de una situación a un mero sí o no, es cosa que se estudiará en las facultades de Ciencias Políticas.

Sánchez sí, Sánchez no, Sánchez me da absolutamente lo mismo. Esa es la gran victoria de Sánchez antes de que empiece la campaña electoral.

Juan Bonilla es escritor.

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