El referéndum más peligroso

El principio de la integración europea está en duda por la destrucción del orden internacional de 1945, del que era una de las piezas fundamentales. La elección de Donald Trump ha puesto fin al respaldo económico y estratégico de EE UU, y el Brexit supone la separación del Reino Unido. Y todo ello, cuando están renaciendo las amenazas procedentes del yihadismo y las democraturas turca y rusa. Sin olvidar que la coalición antisistema que gobierna en Italia ha elevado el déficit público al 2,4% del PIB con una deuda del 131% del PIB, lo cual puede provocar una nueva crisis del euro.

Al mismo tiempo, hay una crisis de la democracia que está golpeando a los países que componen la Unión: además de los movimientos populistas que agudizan las pasiones nacionalistas y el rechazo a la UE, el modelo de democracia iliberal de Viktor Orbán, cada vez más influyente incluso en Europa occidental, propone un régimen autocrático como alternativa al Estado de derecho y una Europa de los pueblos contra la Europa de Bruselas.

Las elecciones europeas de mayo de 2019 serán un reto sin precedentes, porque, si los partidos populistas obtienen la mayoría en el Parlamento, podríamos encaminarnos a la desintegración de la UE. En Europa, será un referéndum sobre la inmigración. Y en Francia, un referéndum sobre Macron, que, en las presidenciales de 2017, ligó su proyecto a la refundación de Europa.

Ante estos comicios tan decisivos, se ha creado una oposición artificial y suicida entre progresistas y nacionalistas. Hablar de progresistas remite a los compañeros de viaje de la URSS estalinista en los años cincuenta, que no son un modelo de lucidez política, ni un remedio para la crisis de la democracia, ni una solución para las disfunciones actuales de la UE. En cambio, al hablar de nacionalismo, los electores tienen claro que se refiere a la defensa de la nación, su identidad y sus fronteras, es decir, la respuesta a sus preocupaciones. Obligar a los ciudadanos a elegir entre Europa y las naciones es firmar el acta de defunción de la UE.

Es un nuevo intento de instrumentalizar Europa para sacar provecho en la política nacional que, como tantos otros, se volverá en contra de sus promotores. Quieren dividir y debilitar a lo que queda de derecha constitucional en Francia, pero van a conseguir reforzar la ola populista en Europa y resaltar el aislamiento de Macron tanto en el país como en el continente.

Pretender repetir las elecciones presidenciales de 2017 es equivocarse de elección y de época. Un año después del discurso de Macron en la Sorbona, con el que quiso establecer el marco para la refundación europea, la situación es totalmente distinta.

Emmanuel Macron ha perdido su aura al renunciar a transformar el modelo económico y social francés, para lo que necesitaba disminuir la deuda y el gasto públicos (en 2019, el déficit del 2,8% del PIB será el más elevado de la eurozona, y la deuda rozará el 100%). Su principal aliada, Angela Merkel, se ha convertido en una canciller zombi que ya no controla ni su Gobierno ni su partido. Los proyectos para reconfigurar la eurozona chocan contra un frente unido de Alemania y la Europa del Norte. La creación de nuevas tasas medioambientales, digitales y sobre las transacciones financieras está (afortunadamente) bloqueada por Luxemburgo e Irlanda. La confusión sobre qué hacer con los inmigrantes favorece a Gobiernos populistas. La situación es más difícil, tanto en el plano económico, con el regreso de la guerra comercial, tecnológica y monetaria emprendida por Trump, como en el plano estratégico, con más riesgos de conflicto en Asia y Oriente Próximo. La ola populista se ha extendido a Alemania, Austria, Italia y Suecia, y toda Europa central está apuntándose a la democracia iliberal.

Por lo menos, los 27 siguen unidos en las negociaciones del Brexit. Ha habido tímidos avances en inversiones y defensa, con la constitución de un fondo que, a la larga, movilizará 5.500 millones de euros. Se han aprobado sanciones contra las violaciones del Estado de derecho por parte de Polonia y Hungría. Pero la UE sigue dividida frente a EE UU y China, para los que sigue siendo una variable de ajuste, y frente a la crisis migratoria, un asunto cuya gestión es prioritaria porque se ha convertido en símbolo delos fracasos de la Unión para una mayoría de sus ciudadanos.

No hay que proclamar condenas morales de los populistas; hay que luchar políticamente contra las causas del populismo. No hay que crear una división entre Europa y las naciones, sino agrupar a los ciudadanos para protegerlos contra los peligros del siglo XXI y defender la soberanía y la seguridad tanto de los Estados como de la Unión. Si no actuamos, no será Macron quien cierre el paréntesis populista y refunde Europa, sino los populistas quienes entierren a Macron y la UE.

Nicolas Baverez es historiador.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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