El referente tunecino

Túnez está dando los pasos necesarios para celebrar unas elecciones libres, pero no está exento de los típicos problemas derivados de una ruptura rápida con un régimen represor de varias décadas. El 23 de octubre elegirá la Asamblea Constituyente de la que emanará una Constitución, y posteriormente el Parlamento y un Gobierno que deberá poner orden a un país alterado por esta ruptura. Estos procesos que pueden conducir al país hacia la gobernabilidad necesitarán tiempo, un tiempo que desespera a quienes, mientras tanto, sufren situaciones límite por la parálisis económica.

Trasciende un amplio consenso a la hora de no volver al pasado, sistema de partido único y de aparato represor de seguridad que tanto han sufrido. Pero dentro de los revolucionarios se distinguen claramente dos bloques: los impacientes que quieren una purga inmediata, y los que participan en el proceso político de la transición y piden la calma necesaria para conducirlo exitosamente. Túnez, como Egipto, y como se prevé con los subsiguientes países que broten hacia la democratización, presenta los clásicos síntomas que suelen sacudir a los países en transición, pero con las características del mundo musulmán. Lo garantista de estos procesos es que se constituyen comisiones para la salvaguarda de los principios de la revolución: pluripartidismo, derechos humanos y Estado de derecho. Que los principales partidos y sindicatos se unan en manifestaciones pacíficas para recordar que no desean volver al pasado lleva a pensar que el arraigo de la revolución es fuerte.

La situación de interinidad, la ausencia de ley y de liderazgo transicional, están creando por otro lado un caldo de cultivo para la proliferación de grupos que se confunden entre una maraña de objetivos difíciles de diferenciar, y que ponen a Túnez al borde de la anarquía: impacientes con la marcha de la transición, pandilleros, delincuentes, simpatizantes del antiguo Gobierno que aprovechan para desestabilizar, estos asociados con traficantes de frontera, incipientes enfrentamientos tribales que antes no se producían y están instigados por los del régimen anterior (que empleó a las tribus durante la dictadura), desempleados a los que no se dan expectativas. A las autoridades les cuesta hacerse con el control de la situación, con el añadido del rechazo generalizado hacia la policía por haber sido anteriormente el aparato represor. Y este será uno de los pilares básicos de todas las transiciones árabes, democratizar no solo el sistema político, sino también a sus estructuras de seguridad. Bajo este clima todo es impredecible para la seguridad, cualquier nimiedad puede hacer estallar a una muchedumbre inflamada, basta que de un pequeño altercado salga una desgracia como para que se arme una batalla campal. Pero el proceso político seguirá su curso, aunque la seguridad pudiera alterar calendarios. Ninguna transición ha estado exenta de riesgos en sus inicios ni se han visto peligrar en algún estadio -ocurrió incluso con la española- sus posibilidades de éxito, que se pueden medir con el grado de apoyo social que susciten.

El mayor inconveniente es que la población exige cambios rápidos de forma desesperada porque coincide con una grave crisis económica. Todos los países que están brotando en la llamada primavera árabe repetirán estos esquemas. Lo que se echa en falta en estas revoluciones es liderazgo y está siendo difícil comunicar la transición en aras de una mayor estabilización durante la etapa anómica.

Otro fenómeno común es que se invertirán situaciones desnaturalizadas que se mantuvieron contenidas durante largo tiempo. En Siria una minoría alauí gobernante se verá invertida por una mayoría social suní que espera ocupar su espacio; en Bahréin el régimen suní será invertido por una sociedad chií que está haciendo la revolución.

Cabe esperar otra secuencia de repetición, y es que en muchos casos son los sectores liberales y de izquierdas los que están haciendo las revoluciones, pero no van a ser los beneficiados con los primeros resultados electorales. Cobrarán fuerza los partidos opositores durante el régimen, que no hicieron la revolución y se agregaron una vez exitosas, como los islamistas. Estos tienen unas estructuras y organización consolidadas históricamente, y más experiencia política que las nuevas formaciones, no conocidas, y que necesitarán tiempo para buscar su espacio. Las elecciones podrían invertir la situación en estos países, aquellos que más sufrieron la represión del antiguo régimen saldrán beneficiados en los primeros resultados electorales, explotando incluso un sentimiento de compasión y heredando el vacío al que les condenaron sus Gobiernos.

En el caso tunecino el partido islamista Nahda es el mejor posicionado, pero no sería hegemónico. Hay incluso sectores religiosos moderados que no les votarían porque no terminan de verle desprendido del salafismo, de ahí que su gran reto sea su definitiva definición hacia el voto religioso moderado, y se desmarque de sus bases más radicales, que le podría acarrear pérdidas por el centro. El centro-izquierda podría hacer de contrapeso en el juego político que abra al arco parlamentario.

En un escenario de triunfos islamistas estos Gobiernos combinarían el modelo mixto de islam y democracia turco. Para las materias legisladas por debajo de la constitución podrían limitar el alcohol, reflejar la "identidad musulmana", en especial en la educación, y no tocaría el estatus de las mujeres, que en el caso tunecino es de los más avanzados en el mundo árabe-musulmán. Túnez es el primer país que abolió la poligamia y la esclavitud y que reconoció la declaración de derechos humanos.

Turquía podría adquirir una gran influencia en la zona, sin menospreciar la de algunos países del golfo. No se atisba riesgo de que sigan el modelo iraní. Tampoco cuadraría que países suníes sigan a otro chií. Turquía busca hacerse grande geoestratégicamente a través de su apoyo a este bloque de países, lo que contrarrestaría al ya maltrecho eje sirio-iraní.

Tampoco la sociedad y el resto de partidos consentirían extralimitaciones de un Gobierno islamista, ni los partidos islamistas están por volver al sistema de abuso de un solo partido, del que han sido su exponente más sufrido. Occidente debe prepararse para escenarios de Gobiernos con partidos islamistas en esta zona, que no significa necesariamente que vayan a poder extralimitarse, pues por la lógica del sistema multipartidista deberíamos tener bien presente que la oposición es un instrumento de contención. Otra cosa es que la historia de las revoluciones acabe por reducirse al recambio de unas élites por otras, pero en todo caso estos nuevos sistemas políticos tienen que mantenerse ubicados en el sometimiento al Estado de derecho.

Las demandas sociales en curso son de mayor envergadura que el viejo debate islamista, y más urgentes de atajar, por lo que tampoco cabe esperar una concentración excesiva sobre el delirio islamista que tanto preocupa en occidente. En estos momentos es más urgente dar una respuesta a la multiplicación de demandas sociales en las calles a causa del alto desempleo, el colapso económico, los impagos de sueldos, la falta de expectativas. En definitiva, hay asuntos socio-económicos que apremian a la gobernabilidad del país, dejando más en la sombra la cuestión islamista.

Lo que pase en Túnez marcará tendencia, porque hay procesos similares abiertos en otros países que vienen de idénticas tiranías y están mirando a Túnez como referente, país estandarte que inició las revoluciones. Tiene, por tanto, una enorme responsabilidad por sacar adelante este proceso frente al mundo árabe-musulmán, en particular, y las relaciones internacionales, en general.

Algo bien distinto son las formas de ruptura, que en unos países han sido más o menos rápidas, costosas y traumáticas, en forma de guerra civil, de toma de un Gobierno militar transitorio o combinando a elementos civiles del régimen anterior con los nuevos, y necesitan en todo caso su tiempo para acometer las purgas y reformas necesarias de la forma menos traumática. El mayor elemento diferenciador de las revoluciones árabes-musulmanas es que definirán finalmente en la historia si islam y democracia pueden ser compatibles, y si estas vendrían acompañadas de un salto ilustrado hacia el Estado de derecho.

Por María Amparo Tortosa-Garrigós, consultora en política y seguridad internacionales.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *