El regreso de Daniel Ortega

Por Alejandro Bendaña, director del Centro de Estudios Internacionales, Managua, Nicaragua (FRIDE, NOV/06):
En las elecciones nicaragüenses ha salido ganador Daniel Ortega y la alianza “Unida Nicaragua Triunfa, Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN)”. Una de las interpretaciones más repetidas es que se trata del ingreso de Nicaragua a las filas de países latinoamericanos gobernados por la izquierda. Sin embargo, solamente la abierta e histórica hostilidad del gobierno de Estados Unidos sería indicio seguro de esa hipótesis. No hay mandato electoral para una izquierda, en tanto un 62 por ciento del electorado optó por no votar por aquella opción ideológica; segundo, no hubieron mayores diferencias en los programas de gobierno postulados por los diversos partidos; y, tercero y más importante, el FSLN desde hace un tiempo dejó de ser partido de izquierda, y ni se molestó en proclamarse como tal.

Entre ese 62 por ciento que no votó por Ortega, sin embargo, figuran muchos de izquierda quienes denunciaron que componendas políticas inescrupulosas del partido FSLN y el comportamiento ético personal de Ortega no ameritaron darle el voto. Y en el seno de la sociedad nicaragüense, tampoco ha variado en lo fundamental la escisión entre sandinistas y no sandinistas, irrespectivo del número de partidos. La gran diferencia en 2006 la marca la falta de unidad entre los no y anti-sandinistas, no obstante los intentos desesperados y vulgares de la Embajada de Estados Unidos de reunificar el Partido Liberal. A juzgar por los cómputos finales, queda claro que la unidad entre los liberales -el Partido Liberal y la Alianza Liberal- hubiera significado, una vez más, la derrota de Ortega.

Ortega triunfa con un porcentaje del electorado menor al que sacó en las tres elecciones anteriores. A sabiendas que contaba con una capacidad escasa para incrementar el número de seguidores, el FSLN optó por cambiar las reglas del juego. A partir del año 2000 Ortega se dio la tarea de cambiar la Ley Electoral, bajando el porcentaje necesario para llegar a la presidencia a un 35 por ciento. Tal fue la esencia del “pacto” firmado entonces entre Ortega y Arnoldo Alemán, ex Presidente, jefe del Partido Liberal y reo sirviendo condena por fraude contra el Estado. Al escindirse el Partido Liberal, y al hacer el FSLN todo lo posible para alimentar esa división, Ortega aseguró el triunfo electoral.

No hay por lo tanto un “mandato” para la izquierda ni mucho menos. Ni en términos de votos emitidos, ni en términos programáticos toda vez que el discurso y plan de gobierno fueran instrumentos de búsqueda de clientela electoral. Durante la campaña, Ortega no ofreció romper con el modelo neoliberal que en Nicaragua ha significado desempleo masivo y un 27 por ciento de la población desnutrida. A lo suma, se pliega a la crítica del “capitalismo salvaje” haciendo eco de la ocasional posición de la Iglesia Católica. Esa alianza resulta crucial, ganándose el apoyo tácito o al menos la neutralidad de los Obispos y el Cardenal, y cimentando el entendimiento con la decisión partidaria de revocar la ley establecida en el centenario Código Penal que permitía el aborto terapéutico.

Paralelamente, Ortega “reconciliador” procuraba neutralizar a Estados Unidos, su otro gran contrincante con peso en las decisiones de gran parte del electorado. El FSLN facilitó la aprobación de las leyes exigidas por las instituciones financieras internacionales, aprobó leyes de inversión facilitando la privatización de los servicios básicos, y dio el visto bueno para la aprobación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, compromiso reiterado el 7 de noviembre por Ortega tras su reunión con el ex Presidente Carter. Otra señal muy clara a Estados Unidos y al sector empresarial nicaragüense fue el nombramiento como candidato a la Vicepresidencia de Jaime Morales Carazo, ex representante de la Contra durante los ochenta y jefe de Campaña del ex Presidente Alemán.

Sin duda Ortega permanecerá bajo la lupa de Estados Unidos y el sector empresarial nacional e internacional. Por lo demás, el FSLN no puede gobernar solo: más allá de los compromisos y promesas hechas a sus aliados electorales, el sandinismo requiere de alianzas para lograr mayorías en el Parlamento.

En una agenda tan social como nacional, el punto primordial debe ser enfrentar el problema del hambre y desempleo en Nicaragua, el país más pobre de América Latina y el Caribe después de Haití. El cometido obviamente no es exclusivamente de izquierda, y tal vez Ortega quiera seguir el ejemplo de Lula y compaginar la agenda de alivio de pobreza con el de prestar todas las garantías macroeconómicas al capital y al Fondo Monetario Internacional. ¿Se podrá? El país de hecho necesita apoyo de donde lo pueda captar -de Venezuela para lidiar con la crisis energética y las necesidades económicas inmediatas, pero a la vez no asustar de sobremanera a Estados Unidos, la inversión privada y la ayuda internacional, con los cuales ha firmado compromisos y cuyo concurso también es necesario.

De manera que el FSLN asume el “poder” con numerosas desventajas y limitaciones. Ni la correlación política nacional ni internacional le es favorable. Sin embargo, muchos (aunque no son mayoría dentro del FSLN ni mucho menos en el electorado nicaragüense) piensan que el modelo imperante debe ser resistido con resolución tanto desde el Estado como desde la sociedad. Por ahora, sin embargo, cobra mayor importancia atender el reclamo a favor de políticas sociales contundentes. Sin la materialización a corto plazo de las mismas, los nicaragüenses habremos asistido a otro cambio de gobierno pero no de régimen económico -lo que equivale a preguntar si el gobierno de Ortega será simplemente el nuevo administrador del viejo esquema neoliberal. De ser este el caso, las víctimas del capitalismo salvaje tendrán que ir buscando otro punto de referencia y movilización.