El regreso de ETA y su contexto (La deriva de los nacionalismos)

El asesinato ayer de un guardia civil en Francia -otro se encuentra en estado crítico cuando se redactan estas líneas- perpetrado, de nuevo, por la banda terrorista ETA no precisa, en su desnuda brutalidad, de ninguna exégesis ni interpretación. Es un acto vesánico, de factura mafiosa, de crueldad infinita y vacío del más mínimo sentido. Pero el contexto en el que se produce el crimen y la forma de ejecutarlo, sí requieren de alguna reflexión adicional que active las defensas policiales, judiciales y sociales ante una organización delictiva que, en fase terminal, agota su propia existencia en el hecho de matar, destruir, coaccionar y extorsionar.

La banda terrorista ETA se declara nacionalista vasca, dice pretender la independencia del País Vasco -la autodeterminación y la territorialidad- y proclama que entre aquella comunidad y España existe «un conflicto político» cuya expresión más extrema es la llamada «lucha armada». De estas tesis etarras -en el terreno discursivo- participa el nacionalismo vasco llamado «moderado» y «democrático». A tal punto que el propio presidente del Gobierno vasco ha convocado para octubre de 2008 una «consulta popular» que, o será «resolutiva» sancionando un pretendido acuerdo entre el Ejecutivo autónomo y el Estado, o será «habilitadora» de tal manera que, de no haber acuerdo que ratificar, Ibarretxe se sentirá plenamente legitimado para plantear la soberanía vasca y proponer -otra vez- el estatuto de Euskadi como «comunidad libre asociada a España». Es decir: el nacionalismo vasco, tanto del PNV como el de EA, asumen punto por punto la falacia del «conflicto», la aspiración independentista y, oblicuamente, «explican» que si desaparecieran determinados supuestos políticos y jurídicos, la banda terrorista dejaría de matar. A mayor abundamiento -despachado al exilio universitario estadounidense el defenestrado Josu Jon Imaz y sustituido por un oscuro funcionario del partido, Iñigo Urkullu- tal consulta popular la celebrará el mesiánico lendakari con o sin violencia, importándole bien poco -aunque pueda decir lo contrario- que la actividad terrorista de ETA siga, después de cuarenta años de violencia, legitimada por el discurso victimista del nacionalismo vasco.

Esta directa acusación de connivencia ideológica entre el nacionalismo vasco y la banda terrorista ETA suele escandalizar -pura gestualidad, nada más- a los jelkides del PNV. Pero les guste o no, esa connivencia es rigurosamente cierta y actúa a modo de vasos comunicantes. Sólo cuando el nacionalismo vasco se plante ante ETA, desactive su discurso independentista y ambiguo, niegue legitimidad a las pretensiones etarras y establezca una moratoria sobre las propias, podrá plantearse seriamente una solución. Mientras eso no suceda, el régimen nacionalista que impera en el País Vasco retroalimentará la supuesta pelea criminal de ETA. La involución democrática del PNV es tan clamorosa que ejerce como un efecto llamada a la radicalidad y al paroxismo nacionalista. El inmovilismo nacionalista se corresponde con la contumacia etarra y aquel circuito endogámico que se logró quebrar con la ilegalización de Batasuna en la segunda legislatura del Partido Popular se ha recompuesto en forma de tenaza: ETA revalida su papel de «vanguardia» nacionalista y el PNV -en versión simuladamente moderada- con ANV -ritualmente radical, pero al alimón con aquel-, trabaja desde la legalidad para converger con el tiempo en un mismo objetivo: la Euskadi territorialmente completa e independiente. Para ser sucintos: se actualiza aquello de que unos mueven el árbol para que otros recojan las nueces. Y mientras tanto unos matan -los etarras-; otros no dejan vivir en paz a los disidentes del régimen -los peneuvistas- y hasta los restos mortales de las víctimas -los de Miguel Ángel Blanco- necesitan exiliarse para descansar en paz. Pobre tierra mía.

Pero en el crimen de ayer se encriptan algunos mensajes más y todos ellos tan inquietantes como lo es el contexto que acabo de describir en el que se produce el brutal atentado. La banda terrorista -con escaso margen operativo en España- ha desafiado a Francia y por primera vez consuma un crimen con premeditación y alevosía contra dos funcionarios policiales españoles en labores de información. Estas circunstancias son nuevas, porque el país vecino ha sido -y sigue siéndolo- la retaguardia de los criminales y porque da la entera impresión de que los terroristas disponen de datos suficientes para identificar a guardias civiles que rastrean sus movimientos en una impagable y heroica labor de campo que, más tarde, propicia magníficos resultados policiales. La reacción de París será -hay que suponerlo- contundente a partir del suministro informativo de los servicios españoles y éstos deberán actuar en lo sucesivo con la alerta de que hayan podido ser detectados.

La banda terrorista asume estos riesgos porque le urgía una respuesta inmediata al encarcelamiento de su «trama civil» que va a ser condenada en el procedimiento judicial 18/98, tramitado en la Audiencia Nacional. La inmovilización de todo el entramado de complicidad con el que en el interior del País Vasco cuentan los asesinos, requería -en la lógica abstrusa de los terroristas- una respuesta que acreditase su capacidad criminal ante un auditorio de descerebrados radicales que interactúan con la banda terrorista cuando ésta emite con vibraciones mortuorias y destructivas. La tesis según la cual, el asesinato de ayer en Francia se produjo por la concatenación de casualidades de tal forma que la acción criminal haya respondido al simple aprovechamiento de un encuentro fortuito entre los asesinos y sus víctimas, decidiendo los etarras perpetrar el crimen sobre la marcha, resulta inverosímil por más que suscite alguna sorpresa el desafío etarra de enfrentarse a las autoridades francesas encabezadas por un decidido Sarkozy cuya resolución en estos asuntos es superior a la de sus predecesores.

Por fin, la ejecución del crimen -regresa el tiro en la nuca, el asesinato frío y alevoso- remite a episodios históricos que se creían superados y a técnicas terroristas que se suponían fuera del alcance de los nuevos delincuentes que se integran en ETA. Acaso los asesinos fueran dirigentes de la banda o veteranos en la carnicería humana, pero sea así o no lo sea, los etarras han vuelto a métodos propios de los años de plomo, a las fases terroristas más sangrientas e insoportablemente crueles. Y todo ello compone un cuadro en el que la única y exigible respuesta debe venir de la mano de los dos grandes partidos nacionales -el PSOE y el PP- luego de comprobar que los nacionalismos, incluido el catalán que ayer por la tarde en Barcelona ofrecía un lamentable espectáculo de irrealidad y extremismo, se hayan mostrado insensibles a la tragedia política y humana del atentado. La manifestación de la Ciudad Condal -nacionalismo catalán- y el tumefacto discurso del nuevo presidente del PNV -nacionalismo vasco- son piezas de convicción sobre la estricta necesidad de un pacto de Estado que rescate a la Nación de un futuro que, sobre patético y trágico, resultaría también ridículo en la Europa del siglo XXI.

José Antonio Zarzalejos, Director de ABC.

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