El regreso de la opción jordana

La iniciativa de Francia para organizar una conferencia internacional y relanzar las conversaciones directas entre israelíes y palestinos, con miras a alcanzar la escurridiza «solución de dos estados», es producto de una resistente fantasía. Después de décadas de fracasos en las negociaciones, es hora de que comencemos a pensar como adultos.

Ni la sociedad israelí ni la palestina están preparadas para llegar a un acuerdo; por el contrario, en Israel el creciente nacionalismo se ha convertido en un obstáculo fundamental para cualquier negociación. Mientras el primer ministro Benjamín Netanyahu intente satisfacer a los elementos ultranacionalistas, no hay posibilidades de que logre producir las propuestas de paz buscadas por sus predecesores, Ehud Barak y Ehud Ólmert. En cuanto a los palestinos, su fragmentada política socava cualquier posibilidad de negociación eficaz.

Pero aún más allá de las circunstancias actuales, existen motivos más fundamentales por los cuales el proceso de paz israelí-palestino nunca ha funcionado. El papel de la historia y la religión en el conflicto, junto con lo reducido del territorio por el que luchan las partes, dejan un margen de ajuste demasiado estrecho.

Y existe otro motivo fundamental: el interlocutor palestino no es un estado, sino un movimiento impredecible. Es un movimiento institucionalmente invertebrado y dividido entre islamistas, que sueñan con una nación árabe sin límites, y nacionalistas seculares ineficaces, que rechazaron cuatro veces (en 1937, 1947, 2000 y 2008) ofertas para crear un estado palestino.

Durante las negociaciones con los estados árabes, Israel se mostró mucho más comunicativo que con el movimiento nacional palestino. A principios de la década de 1990, el primer ministro Isaac Rabin prometió al por entonces presidente sirio Hafez al-Assad reinstaurar las fronteras de 1967 sin siquiera una reunión. En 1979, Egipto recuperó la totalidad de las tierras que Israel le había quitado en la Guerra de los seis días de 1967.

Por supuesto, Israel también comenzó como un movimiento, pero casi desde su creación, el proyecto sionista estuvo impulsado por un sentido de propósito unificador para crear un estado nación independiente. En cada encrucijada a lo largo de los años que llevaron a la creación de Israel, las decisiones de los líderes del movimiento fueron más pragmáticas que fantasiosas.

El nacionalismo palestino, por el contrario, nunca se centró en la creación de un estado. Impulsado por la tragedia de la expulsión y el desheredamiento, se centró en el sueño de la restitución. El fracaso y eventual despido en 2013 del primer ministro palestino Salam Fayyad —cuya intención era emular al sionismo a través de una laboriosa política de construcción del estado— resulta reveladora.

De todas formas, existe una alternativa a la solución de dos estados que tiene en cuenta estos factores: Cisjordania podría volver a Jordania, que entonces se convertiría en una especie de confederación jordano-palestina. En esencia, esta opción representa un regreso a los parámetros de la Conferencia de Paz de Madrid en 1991, donde la delegación jordano-palestina representó a la causa palestina.

Israel, en este escenario, tendría el beneficio de conseguir como interlocutor a un estado ordenado con tradición de negociar y cumplir acuerdos —e interés en ello—. Esto debiera bastar para impulsar a los líderes israelíes al menos a considerar la opción y a comportarse con menos falsedad que la que han mostrado en las negociaciones directas con los palestinos.

Si Israel deja de contar con la debilidad institucional palestina como justificación para su constante ocupación de Cisjordania, Palestina podría verse beneficiada. Además, Israel no podría, como ha intentado en el pasado, anexar áreas estratégicas de Cisjordania y devolver el resto a Jordania, sino que tendría que retirarse hasta las fronteras de 1967 con modificaciones e intercambios de tierras acordados.

Los palestinos parecen reconocer estos beneficios. En 2013, según encuestas llevadas a cabo por el Centro Palestino de Investigación sobre Políticas y Encuestas, el 55 % de los palestinos estaba a favor de la opción jordana, esto indica un aumento del 10 % en 5 años.

Tal vez el mayor obstáculo sea Jordania, que actualmente no está interesada en involucrarse. Eso solo cambiará si enfrenta una amenaza para su propia seguridad que surja, digamos, de un derrame de inestabilidad palestina desde Cisjordania.

Paradójicamente, un posible disparador de ese tipo de riesgo para la seguridad podría constituir un aparente avance hacia la solución de dos estados. El ya fallecido rey Hussein temía que un estado palestino independiente pudiera convertirse en una entidad radical irredentista, y su propia decisión en 1988 de desestimar el reclamo de Cisjordania por parte de Jordania —tomada bajo presión de la liga árabe— nunca fue ratificada en el parlamento y aún es considerada por muchos como inconstitucional.

El temor por la inestabilidad Palestina también impulsó a dos ex primeros ministros jordanos, Abdel Salam al-Majali y Taher al-Masri, a defender una confederación jordano-palestina. Majali continúa siendo un defensor incondicional de la idea, algo que dejó en claro en una reciente reunión en Ammán con el presidente palestino Mahmud Abás. Su intrincado plan de 2007, indudablemente compartido con el consentimiento del rey Abdalá, fue instigado por las perspectivas de caos en caso de que un gobierno israelí decidiera asegurar la supervivencia de su país como estado judío retirándose unilateralmente de gran parte de Cisjordania. El gobierno jordano temía que ese caos pudiera extenderse a Cisjordania y dar un golpe fatal al reino.

La comunidad internacional está por embarcarse, una vez más, en un proceso de paz que busca crear un estado palestino ordenado, viable e independiente en Cisjordania. Ese sería el resultado más justo. Desafortunadamente, es algo extremadamente improbable, lo que nos deja con la confederación jordano-palestina como última esperanza de un estado palestino.

Shlomo Ben Ami, a former Israeli foreign minister, is Vice President of the Toledo International Center for Peace. He is the author of Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

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