El regreso de la política alemana

Los dieciséis años del reinado de Angela Merkel como canciller alemana están llegando a su fin. Más allá de lo que uno piense de ella, es innegable que le puso su sello a una era. Pero los finales de ciclos políticos no suelen ser tranquilos, y la larga despedida de «Mutti» («mamá» Merkel) no es la excepción.

La política electoral alemana comienza a activarse otra vez. Los resultados de las dos primeras contiendas de lo que será un superaño electoral indican que la elección federal del 26 de septiembre puede producir un nuevo gobierno de coalición, sin la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Merkel ni su aliada bávara, la Unión Social Cristiana (CSU).

Las elecciones de los estados de Baden‑Wurtemberg y Renania‑Palatinado mostraron un gran retroceso de la CDU, a la par de un avance comparable de los Verdes y una proporción de votos estable para el Partido Democrático Libre (FDP). Por eso se habla ahora de la posibilidad de una coalición con los colores del semáforo: los socialdemócratas (rojo), el FDP (amarillo) y los Verdes. De pronto un cambio de gobierno en Berlín parece una posibilidad realista.

Además, se oyen críticas cada vez más intensas a la gestión de pandemia del gobierno de Merkel (que incluyó niveles asombrosos de corrupción en la compra de mascarillas). Y en la cima de la coalición CDU/CSU persiste un vacío de poder. El poco convincente líder de la CDU, Armin Laschet, disputa el puesto con el más carismático líder de la CSU, Markus Söder.

Gane quien gane, a la CDU/CSU le aguarda una batalla cuesta arriba, sobre todo después de las resonantes derrotas en dos estados que la CDU había dominado por décadas casi como si fueran feudos hereditarios. Ambas debacles electorales, y el ascenso sostenido de los Verdes, auguran la posibilidad de un desastre para la CDU/CSU. Los alemanes están teniendo que acostumbrarse a la idea de que el gobierno de Merkel se está terminando. Y su partida será todavía más difícil en vista del vacío de poder que impera en el campo conservador.

La era Merkel coincidió en general con el auge de la globalización (es decir, con la apertura a las exportaciones del inmenso mercado chino). Pero en el plano interno su gobierno se caracterizó por la resistencia a las reformas, y será recordado más como un tiempo de debate que de dinamismo político. Se crearon muchas comisiones con expertos prestigiosos para analizar temas como la digitalización, pero hubo pocos resultados concretos.

Tomemos por caso la política climática y de energía. Después del desastre de 2011 en Fukushima (Japón) el gobierno alemán ratificó el abandono gradual de la energía atómica, lo cual fue sin duda una decisión valiente. Pero unas semanas antes Merkel había tomado una decisión en sentido contrario. Este ejemplo de marcha y contramarcha obedeció a un intento de favorecer a la CDU en la elección del estado de Baden‑Wurtemberg. Sin embargo, la maniobra no funcionó, y el estado (parte del núcleo industrial de Alemania) está desde 2011 bajo gobierno de un ministro‑presidente verde (Winfried Kretschmann).

Todavía más valiente fue la decisión que tomó Merkel en 2015 de abrir las puertas de Alemania a los refugiados que huían de la violencia en Siria y otras partes de Medio Oriente. Pero estos logros son la excepción que confirma la regla. La era Merkel se caracterizó ante todo por la quietud; y aparentemente eso complació al electorado alemán, ya que la reeligió tres veces. Si la economía parecía serle siempre propicia, ¿por qué arriesgarse a la reforma o a la audacia estratégica?

Pero después de un período tan largo de indolencia, no es extraño que el país enfrente enormes desafíos estructurales. Junto con la Comisión Europea y otros estados miembros de la UE, Alemania tendrá que hacer grandes esfuerzos para superar la pérdida de confianza tras la fallida campaña europea de vacunación contra la COVID‑19. El próximo gobierno (cualquiera sea su composición) tendrá que dar alta prioridad a enfrentar las consecuencias de la pandemia.

La crisis sanitaria aceleró la digitalización, pero ahora hay que aprovechar el envión para ayudar a Europa a ponerse a la par de Estados Unidos y China. Cualquier avance en esta cuestión (y en la innovación digital más en general) será un aporte decisivo a la soberanía europea y ayudará a las economías de Alemania y de Europa a seguir siendo competitivas en el siglo XXI. Pero se necesitarán inmensas inversiones en investigación y desarrollo, además de modernizar los sistemas educativos. Felizmente, el plan de recuperación de la UE, Next Generation EU, con un presupuesto de 750 000 millones de euros (884 000 millones de dólares) ofrece una oportunidad histórica para promover todos esos objetivos.

Sin embargo, el desafío más grande será lograr una economía más «verde» sin dejar de proteger a los trabajadores y preservar la cohesión social. Es una tarea demasiado grande para manejarla en el nivel nacional; demanda acciones colectivas por intermedio de una Unión Europea convertida en potencia global con todas las letras.

Por suerte Donald Trump se fue de la Casa Blanca (ojalá que sea para siempre) y los europeos son conscientes de que la protección de sus intereses en este siglo exige una alianza transatlántica fluida. Pero para fortalecer esa relación, Europa tendrá que asumir una cuota mayor de la responsabilidad militar y política, y hacer su parte frente al desafío del ascenso de China.

Ambas tareas serán difíciles para Alemania. Pero las elecciones en Baden‑Wurtemberg y Renania‑Palatinado demuestran que la era Merkel de grandes discursos y pocas acciones se terminó. La realidad llama insistentemente a la puerta de Alemania, y dentro de unos meses tal vez otros porteros salgan a abrirla.

Joschka Fischer, Germany’s foreign minister and vice chancellor from 1998 to 2005, was a leader of the German Green Party for almost 20 years. Traducción: Esteban Flamini.

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