El regreso de la política fiscal

Desde la crisis financiera global de 2008, la política monetaria ha sido la principal encargada de sostener la demanda agregada, estimular el crecimiento y prevenir la deflación en las economías desarrolladas. La política fiscal, por su parte, se vio limitada por grandes déficits presupuestarios y deudas públicas en aumento, que incluso obligaron a muchos países a implementar medidas de austeridad para evitar que se volvieran impagables. Ocho años después, llegó la hora de hacer un relevo.

Los bancos centrales se vieron forzados a adoptar políticas monetarias cada vez más heterodoxas porque eran la única alternativa disponible para el estímulo económico. Empezaron recortando los tipos de interés a cero, y más tarde introdujeron la estrategia de dar indicios de sus planes futuros (forward guidance), con un compromiso de mantener las tasas de referencia en cero por tiempo prolongado.

A continuación, los bancos centrales de los países avanzados añadieron la flexibilización cuantitativa (FC), mediante la compra de grandes volúmenes de títulos públicos a largo plazo para reducir sus intereses. También iniciaron la flexibilización crediticia (compra de activos privados para reducir el costo de endeudamiento del sector privado). Más cerca en el tiempo, algunas autoridades monetarias (entre ellas el Banco Central Europeo, el Banco de Japón y los bancos centrales de varios países europeos) llevaron los tipos de interés al terreno negativo.

Si bien estas políticas permitieron sostener los precios de los activos y el crecimiento económico, y evitaron una deflación, están llegando al límite. De hecho, las tasas de referencia negativas pueden perjudicar la rentabilidad de los bancos y, con ella, su disposición a otorgar crédito. En cuanto a la FC, en algún momento los bancos centrales se pueden quedar sin títulos públicos que comprar.

Pero la situación de la mayoría de las economías todavía dista de ser óptima. Si la escasez de crecimiento continúa, puede ocurrir que la política monetaria no tenga herramientas para atacar el problema, sobre todo si otros imprevistos (económicos, financieros, políticos o geopolíticos) contribuyen a debilitar la recuperación. Si por cualquier motivo los bancos se vieran obligados a reducir el crédito al sector privado, la política monetaria podría volverse menos eficaz, ineficaz o incluso contraproducente.

En este contexto, la política fiscal sería la única herramienta macroeconómica eficaz disponible, y su responsabilidad en la lucha contra las presiones recesivas crecería. Pero no debemos esperar a que los bancos centrales se queden sin munición. Hay diversas razones para empezar a activar la política fiscal ahora.

En primer lugar, las penosas medidas de austeridad han logrado una reducción de déficits y deudas, con lo que en la mayoría de las economías avanzadas ahora hay cierto margen fiscal para estimular la demanda. Además, el impacto de la política fiscal sobre la demanda agregada sería reforzado por las tasas de referencia casi nulas de los bancos centrales y la monetización efectiva de las deudas por medio de la FC. Y los intereses de los títulos públicos a largo plazo están en un mínimo histórico, lo que permite a los gobiernos aumentar el gasto o reducir los impuestos (o ambas cosas) y financiar el déficit con poco costo.

Por último, en la mayoría de las economías avanzadas hay infraestructuras decrépitas que necesitan reparación o reemplazo, y esto es una forma de inversión cuyo rendimiento es superior al interés de los títulos públicos, especialmente hoy que este es extremadamente bajo. La infraestructura pública estimula no sólo la demanda agregada, sino también la oferta agregada, ya que colabora con la productividad y eficiencia del sector privado.

La buena noticia es que aunque las economías avanzadas del G7 siguen hablando de austeridad, parecen dispuestas a empezar (o incluso ya empezaron) a apoyarse más en la política fiscal como herramienta para impulsar el deficiente crecimiento económico. En Canadá, el gobierno del primer ministro Justin Trudeau anunció un plan para aumentar la inversión pública. Y el primer ministro japonés Shinzo Abe decidió postergar un peligroso aumento de impuestos al consumo previsto para el año entrante, al tiempo que anunció refuerzos presupuestarios para aumentar el gasto y mejorar el poder adquisitivo de los hogares.

En el Reino Unido, el nuevo gobierno liderado por la primera ministra Theresa May renunció al objetivo de eliminar el déficit antes de que termine la década. Tras el resultado del referendo por el Brexit, el gobierno de May diseñó políticas fiscales expansivas que apuntan a estimular el crecimiento y mejorar las condiciones económicas de ciudades, regiones y sectores que durante la última década quedaron rezagados.

Incluso en la eurozona se ve algún movimiento. Alemania gastará más en recepción de refugiados, defensa, seguridad e infraestructura, y reducirá ligeramente los impuestos. Y ahora que la Comisión Europea se muestra más flexible en relación con el cumplimiento de metas y topes, es posible que el resto de la eurozona también pueda usar la política fiscal con más eficacia. De implementarse plenamente, el denominado Plan Juncker (en referencia al presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker) aumentará la inversión pública en toda la Unión Europea.

En cuanto a Estados Unidos, habrá medidas de estímulo sin importar que la elección presidencial la gane Hillary Clinton o Donald Trump. Los dos están a favor de más gasto en infraestructura y militar, la flexibilización de límites al gasto civil y una reforma del impuesto corporativo. Trump también tiene un plan de reducción de impuestos con efecto sobre la recaudación que aumentaría el déficit presupuestario (aunque es de prever que el efecto sobre la demanda sería pequeño, dada la concentración de beneficios en la cima de la distribución de ingresos).

Es muy probable que el estímulo fiscal derivado de estas políticas no coordinadas del G7 sea muy modesto: en el mejor de los casos, un estímulo adicional anual equivalente al 0,5% del PIB por algunos años. Es decir que probablemente habrá que complementarlo con otras medidas de estímulo, particularmente inversiones en infraestructura pública. Sin embargo, las medidas iniciadas o contempladas hasta ahora ya son un paso en la dirección correcta.

Nouriel Roubini, a professor at NYU’s Stern School of Business and Chairman of Roubini Macro Associates, was Senior Economist for International Affairs in the White House's Council of Economic Advisers during the Clinton Administration. He has worked for the International Monetary Fund, the US Federal Reserve, and the World Bank. Traducción: Esteban Flamini.

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