El regreso de los monjes soldado

Entre la enorme lista de cosas estigmatizadas por nuestra sociedad está el uso de la violencia. Lo que voy a decir puede resultar inaceptable, políticamente incorrecto, casi delictivo, en una sociedad que hace del pacifismo idiota uno de sus mantras más poderosos. La violencia es a la historia de la Humanidad lo mismo que el sol y la lluvia, constante y permanente. La violencia es buena o mala en relación al fin que la motive, no en sí misma. Que los cuerpos de seguridad o nuestro Ejército hagan uso legítimo y equilibrado de ella para defender la libertad, el territorio nacional o terminar con una amenaza terrorista no solo es bueno, sino deseable. Que una banda terrorista como ETA la emplee para imponernos su voluntad y para llegar al parlamento es inaceptable.

Entre las múltiples amenazas violentas que amenazan a Occidente está el terrorismo yihadista. Un terrorismo al que europeos y estadounidenses somos especialmente sensibles –por los atentados a las Torres Gemelas, al periódico francés Charlie Hebdo y el 11 M en Madrid– pero que nos preocupa mucho menos cuando se produce lejos de nuestra zonas habituales de confort.

Escribe María Curiel en El Debate: «La violencia continúa en Nigeria. Los numerosos ataques terroristas en los últimos meses han puesto a los cristianos del país en alerta ante la gran cantidad de secuestros, ataques a iglesias, asesinatos e incluso amenazas de muerte al presidente Muhammadu Buhari».

En el Sahel los atentados contra las comunidades cristianas son constantes y el empleo del uso de la violencia legítima contra los grupos yihadistas del tipo de Boko Haram, que asolan estos países, es muy limitado, cuando no casi inexistente. Entre 2018 y 2021 los atentados de los grupos terroristas islámicos han aumentado el 43 por ciento. Terroristas afiliados a Al Qaeda como el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM), y al Estado Islámico (EI), como el EI del Gran Sáhara (EIGS), han multiplicado sus atentados y prosiguen su expansión y rivalidad por el control de Sahel, aunque sus acciones se fijan preferentemente en Níger, Mali y Burkina Faso. Los terroristas afines a Al Qaeda y al Estado Islámico compiten por la fidelidad de los grupos locales y llevan a cabo ataques constantes e indiscriminados contra la población civil y los gobiernos, sin que estos tengan, prácticamente, capacidad de respuesta. La naturaleza del enorme territorio donde se producen sus agresiones hace que las comunidades cristianas y no islámicas que son atacadas estén absolutamente indefensas.

Frente a estas agresiones los poderes locales, por incapacidad, y los gobiernos occidentales no están tomando casi ninguna medida: el gobierno francés ha decidido trasladar las bases de la Operación Barkhane a Takuba, a territorio nigerino, tras sus discrepancias con los malienses.

El regreso de los monjes soldado

Hace casi mil años los europeos y la Iglesia encontraron una forma de luchar contra las agresiones islámicas contra sus fieles. Nacían las Órdenes Militares.

En el pasado, para proteger a los cristianos, en tierras del Islam contra los ataques constantes que sufrían los cristianos nacían instituciones religioso-militares creadas como sociedades de caballeros católicos (Miles Christi), inicialmente para la defensa de los Santos Lugares (Templarios, Hospitalarios y del Santo Sepulcro) y la defensa de la fe cristiana, ya fuera en Tierra Santa o en otros lugares, frente a las agresiones musulmanas (como las órdenes militares españolas durante la Reconquista), contra los paganos (como la Orden Teutónica en el Báltico) o contra cristianos heréticos (como las militia Christi que combatían a los albigenses). Los caballeros-monjes de las órdenes militares estaban sometidos a los votos canónicos de las órdenes religiosas, siendo «mitad monjes, mitad soldados». La principal característica de las órdenes militares era la combinación de modos de vida militar y religiosa. Algunas órdenes, como los Caballeros de San Juan, la Orden de San Lázaro de Jerusalén y los Caballeros de Santo Tomás cuidaban también de los enfermos y los pobres.

Los miembros religiosos de las órdenes militares podían estar, y de hecho a menudo estaban, subordinados a hermanos no ordenados. Prácticamente la mayoría de los miembros no eran religiosos; existiendo muy distintos grados de pertenencia, desde el de los monjes-soldados hasta el de los simples caballeros asociados y todo tipo de servidores. Todos bajo las órdenes de su Gran Maestre.

La más famosa es, sin lugar a dudas, la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón (Pauperes Commilitones Christi Templique Salomonici), cuyos miembros son conocidos como caballeros templarios. Nació como una orden religiosa y militar fundada a comienzos del siglo XII por nueve caballeros franceses liderados por Hugo de Payns tras la primera cruzada. Fue aprobada oficialmente por la Iglesia católica en 1129, durante el Concilio de Troyes. Su objetivo era proteger las vidas de los cristianos que peregrinaban a Jerusalén, principalmente desde la ciudad portuaria de Jaffa. La orden fue reconocida por el patriarca latino de Jerusalén Garmond de Picquigny, que le impuso como regla la de los canónigos agustinos del Santo Sepulcro.

Dado el enorme grado de indefensión en el que viven en la actualidad muchas comunidades cristianas en África, en el Sahel, y en Oriente, ¿no sería el momento de que el Vaticano rehabilitase para su protección las órdenes militares de monjes soldados? El sacerdote soldado no es una figura que se pierde en las noches oscuras del medievo. En la historia reciente de Hispanoamérica son muchos los curas guerrilleros que con una mano daban la comunión y con otra empuñaban un fusil de asalto. La vida de los cristianos del Sahel bien merecen la recuperación de algunas de las instituciones más emblemáticas de la cristiandad como la orden militar del Temple o que las órdenes militares españolas regresen su verdadera esencia religiosa y militar.

Luis E. Togores es historiador.

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