Hubo un tiempo en que la tuberculosis era una de las grandes preocupaciones del planeta. La tisis, como se la conocía, mataba indiscriminadamente, llevándose a luminarias como Franz Kafka, John Keats y el Presidente estadounidense James Monroe. En los dos últimos siglos, la TBC ha matado más que ninguna otra enfermedad, con la cifra no superada y sin precedentes de mil millones de personas.
Gracias a la aparición de una vacuna y medicamentos baratos, hoy en día la TBC causa la muerte de muy pocas personas en el mundo desarrollado, por lo que se la ha olvidado rápidamente, como si fuera una reliquia de la época victoriana.
No solo la TBC recibe escasa atención, sino también una fracción de los fondos de salud. Cerca del 3,4% de la ayuda para el desarrollo destinada a salud se asigna a la TBC, en comparación con el 27,7% para salud materno-infantil y un 29,7% para VIH en 2015.
Esa complacencia es peligrosa. A pesar de los contundentes argumentos económicos y morales para invertir en controlar la enfermedad, ha reasumido silenciosamente su posición como asesino infeccioso mundial, llevándose más vidas que el VIH o la malaria. Los datos de 2016, los últimos disponibles, muestran 6,3 millones de casos nuevos de TBC (desde 6,1 millones en 2015) y cerca de 1,7 millones de fallecimientos.
Estudios de la Universidad de Sheffield y la Escuela de Londres de Higiene y Medicina Tropical (LSHTM) estiman que en 2014 cerca de 1,7 mil millones de personas están infectadas de manera latente con TBC, poco menos de un cuarto de la población mundial. Cerca de un 10% de los casos latentes se activan. Casi 100 millones de niños ya son portadores de una infección de TBC latente.
Incluso si de algún modo el día de mañana se pudieran detener todas las transmisiones de TBC, los investigadores descubrieron que, por sí solo, el actual conjunto de infecciones latentes evitará que los casos de TBC se reduzcan para hacer posibles los objetivos globales de la Organización Mundial de Salud para 2035. Esto sugiere fuertemente que no se podrá lograr la ambiciosa visión de erradicación de la TBC para el año 2050.
En su investigación para el Centro del Consenso de Copenhague, que dirijo, Anna Vassall de la LSHTM ha argumentado para una mayor inversión en el control global de la TBC. “El tratamiento de la TBC tiene bajo coste y es altamente eficaz, y en promedio puede dar a una persona en la mitad de su vida productiva cerca de 20 años adicionales”, concluye. Más todavía, la inversión en TBC ayuda desproporcionadamente a los más pobres del mundo.
El control de la TBC en países pobres es muy vulnerable a los cambios de atención de los países donantes ricos, de los cuales los gobiernos de bajos ingresos dependen para casi el 90% de su respuesta. Si bien el financiamiento internacional llegó a los $1,1 mil millones en 2017, faltaron $1,5 mil millones para llevar a cabo con eficacia el Plan Global para Acabar con la TBC.
El tratamiento reduce la propagación de peligrosas y caras cepas de la TBC resistentes a múltiples fármacos, y la OMS recomienda proporcionar tratamientos preventivos en poblaciones de alto riesgo. Pero, si bien los medicamentos para tratar a la mayoría de los casos de TBC cuestan apenas $21 por persona, esto no cubre el coste de mejorar la detección de la TBC y otros aspectos del sistema sanitario. La enfermedad puede ser difícil de diagnosticar y muchos programas dependen de que los enfermos se presenten en los hospitales. Como resultado, cerca de un tercio de los casos de TBC activa queda sin reconocer.
A nivel global, Vassall concluye que cada dólar destinado a la inversión en el control de la TBC generaría beneficios a la sociedad equivalentes a $43. Son retornos extraordinarios, y un panel de premios Nobel que estudiaron los Objetivos Globales de las Naciones Unidas determinó que el control de la TBC es una de las 19 inversiones específicas en desarrollo a las que se debería dar prioridad en todo el mundo.
En los países de alta prevalencia, no caben los debates sobre si los gobiernos y donantes deben prestar más atención a la TBC. Un panel de expertos económicos y del desarrollo que evaluó las opciones de políticas para Bangladesh el año pasado determinó que el control de la TBC debe ser la máxima prioridad nacional.
La TBC causa una de cada 11 muertes en Bangladesh. Cada hora muere alguien por una enfermedad cuyo tratamiento eficaz y barato se conoce. Casi la mitad de los casos nunca se detectan. La inversión en TBC no solo es importante desde una perspectiva de salud, sino también para la reducción de la pobreza, porque la pérdida de ingresos obliga a quienes están enfermos de TBC a caer más en la indigencia.
En Bangladesh es posible un 95% de reducción de las muertes por TBC y un 90% de reducción de nuevos casos en un plazo de 20 años por cerca de $300 millones al año. Esto daría a cada paciente otros 25 años de vida, en promedio. Tratar a una persona previene al menos un nuevo caso, y cada dólar destinado a esta área rinde $21 en beneficios para la sociedad.
Las conclusiones de este estudio fueron parte de las razones de que el gobierno de Bangladesh aumentara sus inversiones en salud en su presupuesto para 2017-18. Pero Bangladesh es apenas uno de los 20 países de alta prevalencia que representan, en su conjunto, un 83% del total global.
A diferencia de enfermedades como el Ébola o el Zika, la TBC raramente llega a los titulares noticiosos. Debería hacerlo. Considerando todo lo que sabemos sobre su prevención y tratamiento, y los sólidos argumentos para invertir en campañas de erradicación, no hay excusas para el enorme daño que sigue causando.
Bjørn Lomborg, a visiting professor at the Copenhagen Business School, is Director of the Copenhagen Consensus Center, which seeks to study environmental problems and solutions using the best available analytical methods. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.