El regreso del Estado policial en Cuba

Luis Manuel Otero Alcántara en Havana.Credit Orlando García García/Wondereur
Luis Manuel Otero Alcántara en Havana.Credit Orlando García García/Wondereur

La casa del artista de performance cubano Luis Manuel Otero Alcántara en San Isidro, uno de los barrios pobres y de mayoría negra de La Habana Vieja, está a unos pasos del Archivo Nacional de Cuba y el hogar de infancia de José Martí, el glorificado héroe cubano del siglo XIX y activista por la justicia racial. Las promesas de la historia y las demoledoras realidades de la vida tras 62 años de régimen comunista colisionan en San Isidro.

Otero Alcántara es uno de los fundadores del Movimiento San Isidro, un grupo de escritores, artistas e intelectuales que disputan abiertamente las aseveraciones del Estado de que la revolución liderada por Fidel Castro eliminó el racismo y que el socialismo cubano ha beneficiado a los pobres más que al Estado. Al igual que otros que lo precedieron, Otero Alcántara ha pagado caro su activismo. Desde 2017, las fuerzas de seguridad del Estado cubano lo han arrestado una docenas de veces, lo han mantenido bajo una vigilancia constante, han incautado su arte y lo han sometido a interrogatorios recurrentes y a una campaña de difamación liderada por los medios estatales.

El acceso a las redes sociales, que se ha generalizado apenas en los últimos dos años, ha proporcionado una plataforma para la autoexpresión en una isla donde la narrativa ha sido cuidadosamente formulada por el Estado desde hace mucho. En el himno de protesta “Patria y Vida”, una contraposición a la consigna revolucionaria, “Patria o Muerte”, escrita por varios músicos y publicada en YouTube en febrero, Alexander Delgado, del grupo ganador del Grammy, Gente de Zona, canta: “¡No más mentiras! ¡Mi pueblo pide libertad, no más doctrinas!”. Otero Alcántara hace una breve aparición en una escena, enarbolando una bandera cubana. El video recibió casi cinco millones de vistas en unas cuantas semanas. Enfureció a los funcionarios cubanos, quienes tacharon a los artistas de “traidores” que peroraban “vómito” imperial. El 26 de abril, la policía arrestó a uno de los cantantes, Maykel Castillo, conocido como “el Osorbo”; hasta la fecha se desconoce su paradero.

Los funcionarios cubanos están siguiendo el viejo manual del régimen —arrestos e intimidación— para reprimir las voces de la oposición. Cuba ya no está liderada por un Castro y, aun así, estamos viendo un regreso a las tácticas estilo soviético para controlar las ideas y silenciar la crítica pública.

Entre finales de la década de los sesenta y los años ochenta, los cubanos vivieron sujetos a leyes que criminalizaban las actitudes, creencias y conductas que el gobierno consideraba una amenaza para la soberanía nacional. Tener ciertas ideas, gustos musicales e incluso maneras de vestir que a los funcionarios cubanos les parecieran ofensivos en términos políticos se consideraba un acto penado. Decenas de miles de ciudadanos sufrieron juicios públicos humillantes bajo acusaciones de promover una contrarrevolución; toleraron años de reeducación en campos de trabajos forzados del Estado por alimentar dudas sobre la viabilidad de las políticas estatales o la justicia de las órdenes judiciales del Partido Comunista.

Las expresiones abiertas de consciencia negra y los llamados a hacer un reconocimiento público del racismo en la Cuba revolucionaria eran respondidos con discriminación y represión. Los practicantes de la santería enfrentaban condenas de hasta dos años de cárcel. Miembros negros del Partido Comunista como el cineasta Nicolás Guillén Landrián y el escritor Walterio Carbonell, cuyo trabajo contenía críticas al gobierno, sufrieron censura, trabajos forzados, tortura psiquiátrica y castigos peores.

El 25 de abril, Otero Alcántara empezó una huelga de hambre luego de que la policía hizo una redada en su casa y confiscó o destruyó algunas de sus obras de arte. Al cabo de ocho días, los agentes de seguridad del Estado lo llevaron a la fuerza a un hospital de La Habana. El 4 de mayo, apareció un video del artista en la cuenta de Facebook del doctor que le asignó el gobierno. Un Otero Alcántara visiblemente delgado enderezó el cuello de la camisa del médico, compartió unas risas y luego les agradeció a sus captores por el excelente trato que le estaban ofreciendo.

Cómo había podido cambiar de opinión de pronto un hombre que tan solo unos días antes se mofaba del gobierno es un estudio de caso sobre la manera en que el Estado comunista de Cuba ha mantenido su poder durante décadas. No sabemos en qué ha consistido ese “excelente trato”, pero ahora la inferencia es que nunca fue un activista fiable a favor del cambio, sino que siempre estuvo loco. ¿Será que el aparente cambio radical de Otero Alcántara es una consecuencia de la misma tortura psiquiátrica a la que otros han sido sometidos?

De hecho, la actuación patrocinada por el Estado de Otero Alcántara no fue ninguna novedad. Las autoridades ya habían hecho esto antes con el poeta cubano Heberto Padilla, quien usaba su trabajo para emitir críticas mordaces contra el Estado comunista. Padilla también bromeó y expresó gratitud a sus captores en una confesión filmada en 1971, que fue escrita y extraída por el gobierno cubano mediante tortura .

A diferencia de Padilla, que nació y creció antes de la revolución, Otero Alcántara y otros músicos y artistas cubanos, así como los millones que apoyan su derecho a protestar, son productos de ella. Muchos son negros y pobres, exactamente el tipo de personas que el régimen aseveró durante 62 años que representaban su principal pilar de apoyo.

Sin embargo, la defensa que el Estado ofreció a su causa se basó no solo en afirmaciones de que el racismo contra las personas negras y la pobreza extrema habían dejado de existir en la Cuba comunista, sino también en silenciar a cualquiera que se atreviera a decir lo contrario. Declarar que el racismo y la pobreza continuaban —pese al comunismo o quizá debido a él— sigue siendo un tabú tan grave como lo era en los años sesenta y setenta.

Hoy en día, las palabras, las ideas y el compromiso con la protesta pacífica siguen siendo amenazas poderosas para el Estado cubano. El aparato legal de las fuerzas de seguridad del Partido Comunista está consagrado en la nueva Constitución de 2019. Ésta no solo estipula el derecho único del Partido Comunista a gobernar, sino que también obliga a todos los ciudadanos a apoyar la visión del socialismo del partido. Los cubanos solo tienen libertad para estar de acuerdo con el gobierno.

Sin embargo, el regreso del gobierno cubano a los controles políticos al estilo soviético es una iniciativa inútil. Las redes sociales les han dado a los cubanos una nueva manera de crear contenido y manifestarse a través del arte, y ahora ya no hay marcha atrás.

En videos publicados recientemente, Otero Alcántara se ve debilitado y desorientado. Preguntó por su madre, aunque ella murió en enero. El gobierno cubano debe liberarlo junto con los otros once artistas, periodistas independientes y manifestantes que fueron encarcelados por apoyarlo. Los líderes comunistas desde hace mucho han usado el embargo estadounidense a Cuba para asegurar que los ciudadanos que critican al gobierno son agentes del imperialismo estadounidense. Levantarlo inundará a la isla con las mismas armas que tanto teme el gobierno: ideas, debates y oportunidades.

Aquellos que exhortan a la manifestación pacífica y a un ajuste de cuentas público no son enemigos de la soberanía, la prosperidad y la igualdad racial de Cuba; son su mayor esperanza.

Lillian Guerra es profesora de historia de Cuba y el Caribe en la Universidad de Florida. Es la autora de Heroes, Martyrs & Political Messiahs in Revolutionary Cuba, 1946-1958 y Visions of Power in Cuba: Revolution, Redemption, and Resistance, 1959-1971.

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