El Reino Unido y el final de la Europa de la carta

Son muchas las voces que han calificado el acuerdo alcanzado la semana pasada entre la Unión Europea y Reino Unido como un fracaso, como el inicio de una Europa a la carta en la que los países podrán decidir de manera arbitraria en qué políticas participar y en cuáles no. El acuerdo es, sin embargo, todo lo contrario, pues constituye la solución a todos los problemas de la Unión Europea: el final de la Europa a la carta y el inicio de una a dos velocidades formada por aquellos países con voluntad de crear una unión cada vez más estrecha y por aquellos con un estatus especial cuya participación se limitaría, esencialmente, al mercado interno.

La última década ha dejado claro que la UE sobrevive a golpe de crisis y sin rumbo fijo. La cooperación en materia económica y monetaria es cada vez más difícil, resultando en las tasas de crecimiento más bajas de todos los continentes. En política exterior somos incapaces de actuar, lo que nos hace vulnerables a todas las amenazas en nuestras fronteras. El capítulo de Grecia no está cerrado, Putin busca la división interna del continente, los populismos están en claro ascenso y la Unión Europea es cada vez más torpe a la hora tomar medidas que alivien la crisis de los refugiados. La crisis de la Unión Europea es, ante todo, existencial.

Por no hablar de los problemas derivados de la actual Europa a la carta, que permite que países como Suecia y Polonia no pertenezcan a la zona euro aunque en los tratados, contrariamente a lo que pasa con el Reino Unido, nada les exima de ello. Una Europa en la que Austria decide, unilateralmente, limitar el número de refugiados que pueden entrar en el país o en la que Francia puede violar sus obligaciones presupuestarias, y, sobre todo, una Europa a la carta en la que el Reino Unido dispone de innumerables excepciones a las reglas. Casi podríamos decir que ni siquiera es una Europa a la carta. Es una Europa a medida.

El acuerdo alcanzado el viernes va precisamente a ayudarnos a salir de estas crisis y del embrollo jurídico que ha convertido a la UE en un proyecto incomprensible para los ciudadanos. La solución está clara: necesitamos más integración europea. El debate sobre Brexit es la oportunidad perfecta para una revisión de los tratados. Por primera vez desde 2007, esta perspectiva ha sido oficialmente abierta por los jefes de Estado y de Gobierno, no solo para acomodar los dispositivos previstos para complacer a Londres, sino para revisar el funcionamiento de la UE y de la zona euro. Será, por fin, el final de esta Europa a la carta y el principio de la única solución viable a las múltiples crisis: una Europa a dos velocidades. Esta es la única manera de que todos los estados miembros sean escuchados y, al mismo tiempo, de finalizar con el caos organizativo en el que la UE está sumida.

La idea de una Europa a dos velocidades no es nueva. Sin embargo, hasta ahora muchos se mostraban reticentes a ponerla en funcionamiento por suponer un peligro para el principio de igualdad. A lo largo de estos años, parece que la realidad nos ha obligado a cambiar de doctrina. El mundo cambia a una velocidad vertiginosa, y aquellos que quieren progresar y hacer de Europa una potencia del siglo XXI no pueden permitirse el lujo de seguir esperando a aquellos que siguen defendiendo que la soberanía nacional es un límite inquebrantable. La soberanía será europea o no será. Esta Europa a dos velocidades contaría con un núcleo principal de países, formado por aquellos estados miembro con voluntad de profundizar en la integración económica, militar, en materia de política exterior y seguridad. El otro grupo estaría vertebrado por su pertenencia al mercado interior, pero no participaría en otras áreas. Este conjunto de estados no podría, por tanto, frenar una mayor integración del núcleo principal.

Sea cual sea el resultado del referéndum británico del 23 de junio, un cambio de tratados se revela inevitable. Si los británicos deciden permanecer con su estatus especial, este debería quedar reflejado en los tratados. En el caso de que los británicos decidan abandonar la UE, estos textos deberán asimismo experimentar cambios. Por eso, es hora de que los países decidan: pertenecer al grupo de aquellos que persiguen una integración mayor o no. Si los gobiernos de Renzi, Merkel y Hollande pretenden, como dicen, salvar Europa reformándola, no tendrán otra opción que saludar la Europa a dos velocidades y un cambio de tratados.

El 25 de marzo de 2017 se celebra el 50 aniversario del Tratado de Roma. Sería una oportunidad excelente para iniciar este proceso.

Guy Verhofstadt fue Primer Ministro belga y preside el Grupo de la Alianza de Liberales y Demócratas en el Parlamento Europeo.

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