El relevo en los servicios de inteligencia

El cambio de patrón/a en los servicios de inteligencia es una de las cuestiones más delicadas que existen en los relevos administrativos de los «no electos» en las instituciones del Estado, aunque en la actualidad también los políticos tienen dificultades para encajar en sus puestos, por otras cuestiones.

La nueva dirección de un servicio de inteligencia tiene mucho que ver con la causa que produce el relevo; en Francia, en el antiguo Sdece, en la campaña de cambios que supuso la llegada de François Mitterrand, el elegido para ello fue, Pierre Marion, civil acreditado en la Polytechnique, avezado gestor de las empresas públicas galas. Poco le duró el mandato, pues en su afán de «civilizar» el servicio creó una ola de malestar interior, y de recursos contenciosos, que hicieron al presidente de la República volver a elegir un director militar, el almirante Lacòste, pero al menos Marion cambió el nombre del servicio, la Dirección General de la Seguridad Exterior, la DGSE.

En nuestro vecino del norte las cuestiones de defensa nuclear se toman muy en serio, y el presidente de la República ordenó, al parecer, como no podía ser de otra forma, que se impidiera el paso de Greenpeace a la zona de pruebas nucleares en la Polinesia, aspecto que el Servicio de Acción de la DGSE ejecutó a rajatabla, hundiendo su buque insignia, el Rainbow Warrior, falleciendo un fotógrafo brasileño que se encontraba en su interior. Al margen de otros aspectos, esto supuso el relevo del almirante, fusible de la Presidencia de la República, como mucho más tarde reconocería el propio Lacôste.

Tras un periodo agónico, en el que se llegó a temer por la propia continuidad del servicio, el general Rene Imbot, antiguo jefe del Estado Mayor del Ejercito de Tierra, se hace cargo por un breve periodo de tiempo para poner orden «y cortar las raíces podridas», nombramiento que recuerda un tanto al de la llegada al CNI del anterior director general, Sanz Roldán, tras una etapa cuanto menos confusa del anterior director, nombrado en la época del presidente Zapatero y de ministro de Defensa Bono, su gran valedor, aunque el general Sanz ha estado en el cargo dos mandatos reglamentarios completos, es decir diez años. El general Imbot estuvo diecisiete meses, hasta que pasó a la reserva, después de blindar el servicio.

Los alemanes, tan reglamentarios, elegían como director, en su servicio de inteligencia de exterior, el BND, a un miembro destacado del Parlamento, diputado del partido que en ese periodo se encontraba en la oposicion, el SPD por más señas en aquel momento, aspecto que es indicio de credibilidad en el sistema de relevos.

Los servicios de inteligencia de un régimen autocrático poseen directores que pertenecen al aparato del sistema político imperante y, por tanto, no añaden ningún valor diferencial a una gestión tan primordial; solo apuntalan su régimen.

Un servicio de inteligencia de nivel nacional es una herramienta especial del Estado para hacer inteligencia, es decir, la máxima aproximación a la verdad de las cosas, para que los presidentes del Gobierno de turno puedan optar a tomar decisiones correctas en torno a los objetivos y amenazas de un país tipo. No se trata por tanto de un servicio de información operativo que ilustra la persecución del delito por la vía judicial. Si existiera otro método para realizar la función de los servicios de inteligencia, no existirían estos.

El director de un servicio no debe ser un político (el caso alemán es excepcional), ni pertenecer a ningún reservoir previsto para adecuar su posible perfil político al partido gobernante. Debe ser una persona activa, con imaginación, volcada al servicio del Estado, con un acendrado respeto y apego a su país, con un nivel de ética personal que supere todas las pruebas, con una ponderación en sus decisiones en momentos críticos que solo en ciertas profesiones se produce; no se puede experimentar personal al mando de un servicio de inteligencia, y tampoco es conveniente una persona que distinga entre civiles y militares, que no piense en la sociedad como un todo.

El servicio exigirá al nuevo director un trabajo febril, un serviam ut serviam diario, un acercamiento a la excelencia para saber elegir lo mejor entre lo bueno, para saber aconsejar con enorme prudencia cuando se lo soliciten, y para defender a su país en el concierto exterior de los intereses, distinguiendo lo que es política de lo que es simplemente amenaza a la convivencia e integridad de la sociedad a la que se debe, sin atenerse a consideraciones ideológicas, de las que debe estar desprovisto.

Un recuerdo emocionado, ahora con perspectiva, para el que supo hacer la transición entre servicios de inteligencia autocráticos y democráticos en España, el general Alonso Manglano.

Ricardo Martínez Isidoro, General de División (R).

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