El Renacimiento

EL término «Renacimiento» fue una invención de los historiadores. El primero en usarlo fue probablemente Jules Michelet que tituló así, «El Renacimiento», el tomo VII de su monumental Historia defrancia (1855-1867). El libro que, con todo, fijó el concepto fue Lacivilización del rena cimiento en Italia (1860), la gran obra del historiador suizo Jacob Burckhardt (1818-1897), un académico culto, de vida rutinaria y tranquila que enseñó siempre en la universidad de su placentera ciudad natal, Basilea.

Burckhardt, efectivamente, hizo del Renacimiento, que circunscribía a la Italia de los siglos XIV y XV —la Italia de Dante a Miguel Ángel—, no ya un estilo o un movimiento o un periodo sino una civilización (como pudieron serlo la Antigüedad clásica o el cristianismo), esto es, una totalidad, un sistema orgánico de ideas, creencias y formas de vida: un tipo de poder y estado (las repúblicas italianas), un mundo complejo de gustos y valores estéticos y morales (fascinación con la Antigüedad, humanismo), una forma de vida social (refinamiento, sociabilidad), una moral. La esencia del Renacimiento en su interpretación era el desarrollo del individuo, el descubrimiento del mundo y la afirmación de la dignidad del hombre (de ahí el gusto renacentista por la biografía y la autobiografía, o la importancia del retrato en la pintura renacentista): el Renacimiento, en suma, como un espíritu profano, pero no antirreligioso, impregnado de humanismo clasicista y ennoblecido por el arte, la etapa que para Burckhardt, que veía en la democracia de masas, el nacionalismo, la industrialización y el militarismo amenazas a toda la vieja cultura europea, debía ser «faro y guía de la edad del mundo en que vivimos».

Burckhardt planteó así uno de los grandes temas de la historia. Pero también, uno de los más debatidos. La idea de Renacimiento conllevaba elementos equívocos. Implicaba ruptura con la época anterior, con la Edad Media, ruptura que en puridad no existió. Los hombres de los siglos XIV a XVI no supieron que vivieron en el Renacimiento, que en muchos sentidos fue la prolongación natural de la Baja Edad Media. Renacimiento era, además, un término demasiado genérico e inespecífico, y de geografía y cronología en exceso imprecisas. Hubo, en realidad, varios «renacimientos». El primer Renacimiento italiano, que apareció en la Toscana, y el Renacimiento «nórdico» (Flandes, Países Bajos: Borgoña) fueron tempranos: surgieron ya en la primera mitad del siglo XV. El pleno Renacimiento sólo cristalizó, sin embargo —en Florencia, en Roma— en torno a los años 1500-1520. El Renacimiento veneciano, los renacimientos francés, español, portugués e inglés (éste, además, un Renacimiento muy singular) fueron en cambio tardíos, un hecho del siglo XVI.

Con los focos iniciales de la Florencia de los Médici (Brunelleschi, Masaccio, Donatello, Ghiberti, della Robbia…) y de los Países Bajos borgoñones (la pintura de Jan y Hubert van Eyck, Van der Weyden, Memling, Patinir y el Bosco; la arquitectura civil y religiosa de Amberes, Malinas y Brujas) y el precedente intelectual de la primera generación del humanismo italiano (Petrarca, Bocaccio, Salutati, Bruni, L. B. Alberti, Valla), el Renacimiento fue un hecho europeo: un periodo de la historia europea (entre 1450 y 1560) y uno de los más grandes periodos, ciertamente, de la historia del arte. La edad, según Gombrich, de Leonardo y Miguel Ángel, de Rafael y Tiziano, de Correggio y Giorgione, de Durero y Holbein, y de muchos otros maestros; la edad —añadamos— de la arquitectura de Brunelleschi, Bramante y Miguel Ángel, Maderna y Sangallo, Vignola y Palladio ( y de los castillos de Blois y Chambord en Francia, y del plateresco, el Alcázar de Toledo y las universidades de Salamanca y Alcalá en España) y de la música de Palestrina, Thomas Tallis y Antonio de Cabezón.

El Renacimiento trajo un nuevo sentido del mundo. Los descubrimientos geográficos de los portugueses en el siglo XV (costas africanas, océano Índico, India, sureste asiático, China, Japón…) y el descubrimiento, exploración y conquista de América por los españoles ampliaron dramáticamente el conocimiento de la geografía del mundo y enfrentaron al hombre con los múltiples dilemas de descubrir un Nuevo Mundo. Los descubrimientos científicos en astronomía (Copérnico, Tycho Brahe), medicina y fisiología (Vesalio, Paracelso, van Helmont, Servet, Ambroise Paré), matemáticas (Regiomontanus), física (Tartaglia), química y ciencias naturales, transformaron paralelamente el conocimiento de la realidad física y de la naturaleza humana, en algunos casos —esfericidad de la tierra, gravitación de los planetas alrededor del sol, anatomía del cuerpo humano— de forma asombrosa y estupefaciente.

Aunque el Renacimiento siguió creyendo en profecías, milagros, hechicerías, hadas y nigromancia, y fue un periodo de profunda revisión y graves tensiones religiosas que culminarían en la Reforma luterana, cambió la conciencia de la humanidad. El humanismo renacentista, asociado al neoplatonismo florentino de Marsilio Ficino y Pico della Mirandola — y también, a Roma y al papa Pío II (Enea Silvio Piccolomini) y a la Academia de Nápoles— y a la obra entre otros de Erasmo, Luis Vives, Tomás Moro, Budé, Lefebvre d’etaples y Reuchlin, convertidos en una república de las letras gracias a la imprenta, suponía una nueva visión del hombre, de su destino como yo individual y primera realidad para sí mismo; una búsqueda de la verdad, de la razón, a través de la especulación filosófica y del estudio y conocimiento de los clásicos greco-romanos. El mundo de buena parte de la mejor literatura renacentista, una literatura ya «nacional», en lengua vernácula, y muy difundida también merced a la imprenta, esto es, el mundo de Lacelestina (1499), de Elcortesano de Castiglione (1527), de las aventuras de Gargantúa y Pantagruel de Rabelais, de Ellazarillo de Tormes (1553), de los poetas de la Pléiade (Ronsard, De Belly), de los poetas isabelinos ingleses (Sidney, Spenser), de Oslusiadas (Camoens, 1572) y Jerusalén libertada (Tasso, 1575), del ensayismo discursivo e intimista de Montaigne ( Ensayos, 1580), era un mundo profano, secular, culto, civilizado, muy alejado ya o del espíritu religioso o de los ideales épicos y caballerescos de la Edad Media.

El Renacimiento se le presentaría al hombre de los siglos XIX y XX ante todo como un ideal de belleza. En sus ensayos sobre arte y poesía que con el título Ensayos sobre la Historia del Renacimiento publicó en 1873 —aunque algunos eran de 1867 y 1869, casi contemporáneos del libro de Burckhardt—, Walter Pater, el profesor de Oxford, asociaba ese ideal a Pico della Mirandola, a Botticelli y della Robbia, a Miguel Ángel y Leonardo, a la escuela de Giorgione y la poesía de Joachim du Bellay. Y tal fue, probablemente, el Renacimiento esencial.

Juan Pablo Fusi, historiador.

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