El reparto de la tragedia griega

Circula por Bruselas una broma macabra según la cual Europa nació en Atenas y muy pronto terminará en ese mismo lugar. Aunque el comentario puede parecer cruel y exagerado, cumbre tras cumbre, los griegos continúan en el epicentro de la crisis europea, sin perspectivas de salir adelante. Primero les fallaron sus líderes y después los demás europeos; ahora están solos, con una mano recortando y la otra protestando.

Los líderes griegos cometieron graves errores y trampearon las cuentas públicas, condenando a su país al sufrimiento. Pero no parece de justicia el castigo al que los planes de austeridad están sometiendo a la población, en donde cada vez se conocen más casos de desnutrición en sus escuelas y donde la tasa de suicidios ha aumentado un 40% tras el inicio de la crisis. Circunscribir la responsabilidad en exclusiva a los griegos sería una simplificación. Y es que en el reparto de la tragedia griega ha habido otros actores de gran peso.

Gordon Brown, que como muchos líderes agudiza sus análisis tras la salida del poder, lo describió con claridad en un artículo en el International Herald Tribune: «Cada vez que los líderes europeos abordan el asunto lo tratan como si la calamidad estuviera circunscrita a la nación griega». En efecto, la deficiente forma en que se gestó el primer rescate griego, aprobado en mayo del 2010, se puede explicar bajo la premisa de que los líderes parecían ignorar que en realidad el problema abordado era también suyo. Fijaron para Grecia unas condiciones imposibles de alcanzar. O mejor dicho, una hoja de ruta de austeridad y recortes del sector público de tal calibre que condenaban al país a una recesión duradera que haría imposible el crecimiento, sin el que pagar las deudas es pura quimera.

La debilidad de los líderes europeos a la hora de dar respuesta al drama griego se explica además por una doble fuerza centrífuga y centrípeta que se contradice y condiciona: la que ejercen de un lado los mercados sobre los gobiernos, en busca de una solución contundente que garantice el pago de la deuda y, de otro lado, la que ejercen los votantes sobre sus líderes, que ven con recelo el apoyo económico a un vecino del que tienen malas impresiones por la caricatura que se ha hecho de él.

Ahora pesa demasiado la acusación de que los griegos han gastado más de lo que tienen y que por eso se encuentran en apuros. Quizá si los líderes europeos hubieran explicado que en realidad las dificultades griegas, irlandesas, portuguesas, italianas o españolas son de todos los europeos, los votantes les juzgarían de otra manera y considerarían que apoyar a Grecia es invertir en realidad en su propia supervivencia. Cuestión de liderazgo y pura estrategia.

El Gobierno griego ha aprobado un total de cinco planes de ajuste con diversas medidas de recorte de gasto y aumento de la presión fiscal. La estrategia de despido de funcionarios públicos, reducción de sus salarios, recorte de las pensiones y privatizaciones ha causado demasiadas víctimas, incluido su anterior primer ministro, Papandreu, quien sufrió una suerte de chantaje de Merkozy y tuvo que abandonar el poder tras amagar con la convocatoria de un referendo. El nuevo plan de ajuste votado el pasado domingo no hará sino hundir más a los griegos en el sufrimiento, sin esperanza alguna: «Fuera del euro hará frío; dentro nos están achicharrando», pensarán.

Nada es suficiente a ojos de Merkel. Hace poco propuso crear un comisario europeo encargado de vigilar y en su caso vetar los presupuestos griegos, pero tuvo que dar marcha atrás después de que el ministro de finanzas griego levantara la voz y dijera «cualquiera que imponga a un pueblo un dilema entre la ayuda Financiera y la dignidad nacional ignora las enseñanzas históricas fundamentales». Quizá la cancillera debió recordar que, tras la segunda guerra mundial, Grecia condonó deuda a Alemania, consciente como otros países de que el germen de la primera guerra mundial fue la humillación del Tratado de Versalles.

Curiosamente, la dieta impuesta a los griegos por Merkozy no ha encontrado contestación en los gobiernos progresistas de la zona euro. No se han conocido propuestas de líderes socialdemócratas exigiendo menos intereses por el dinero prestado. Con sus estrategias nacionales hipotecaron la socialdemocracia como alternativa, pero sobre todo deberían tener una especial sensibilidad con ciudadanos que han sido víctimas de la manipulación de las cuentas públicas de un Gobierno conservador que gastó demasiado y unos banqueros, sobre todo alemanes y franceses, que les prestaron más de lo que debían.

Y esta es precisamente la esencia de la gran tragedia griega, en realidad europea. La solidaridad entre mal avenidos vecinos que, todavía con las heridas calientes, hizo posible la construcción de una Europa en paz, está hoy en un proceso de desmoronamiento imparable. Si lo que hizo posible construir el sueño europeo está en declive, no debiéramos descartar lo peor en un futuro próximo.

Carlos Carnicero Urabayen, politólogo. Master en Relaciones Internacionales de la UE por la London School of Economics.

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