El reportero que habría plantado a Lana Turner

Llamé a Fernando Múgica para quejarme de que no hubiera publicado una crónica que le había enviado sobre los muyahidines en Afganistán. Me dijo que si lo prefería podía cogerme un avión y ocupar su sitio en la mesa de edición de Internacional, que en aquellos días posteriores a los atentados del 11-S suponía pasarse el día cerrando páginas, además de tener que aguantar a corresponsales convencidos de que todo los que escribían merecía tratamiento de Pulitzer. «Tú editas la sección y yo me voy al frente, ¿trato?».

El reportero que habría plantado a Lana TurnerFue la primera y única vez que nos enfadamos y sé que no bromeaba cuando decía que me cambiaría el puesto. Fernando era de esos reporteros de raza para los que, como dijo Robert Capa, perderse una invasión era como tener que «rechazar una cita con Lana Turner». Tuve la suerte de que fuera mi primer jefe en Internacional cuando me marché de corresponsal: el maestro que me ayudó a limar las impaciencias de reportero novel, me animó a tomar las fotografías de mis reportajes y me aconsejó no hacer el idiota más de lo necesario, porque no conocía a «ningún corresponsal muerto que haya enviado su crónica a tiempo».

Unos días después de nuestra discusión le llamé para decirle que necesitaba regresar a casa un par de semanas. El periódico envió en mi lugar a Julio Fuentes, nuestro general de cuatro estrellas y uno de los reporteros míticos del oficio. Al poco de entrar en Afganistán lo mataron en una emboscada y en adelante compartí con Fernando un sentimiento de culpa que nunca nos abandonó del todo: yo por haber pedido el reemplazo que llevó a Julio a una guerra que podría haberse evitado y él porque se sentía injustamente responsable de que hubiera tomado aquella carretera entre Jalalabad y Kabul donde fue asesinado.

Fernando, que murió el pasado jueves a los 69 años, era el tipo cordial y humilde que han descrito sus amigos. Pero no coincido con los nostálgicos que dicen que su desaparición supone el fin de una época de reporterismo que ya no volverá, porque él mismo se encargó de que recogieran el testigo los que venían detrás. Rosa Meneses y Alberto Rojas, dos de nuestros periodistas jóvenes que han tomado ese relevo, recordaban en un vídeo homenaje dedicado a Múgica cuánto les inspiró a seguir sus pasos.Quizá por ello, porque sentía el compromiso de garantizar la continuidad del oficio, se tomó con tanto entusiasmo su labor como maestro de periodistas.

España tiene hoy, a pesar de la precariedad y de años muy difíciles para los medios, la generación de fotoperiodistas más reconocida internacionalmente de su historia, liderada por Manu Brabo, Álvaro Ybarra Zabala, Maysun, Ricardo García Vilanova y tantos otros que publican su trabajo en medios extranjeros de prestigio y ganan premios antes vetados para los nuestros. En los conflictos más arriesgados, y las guerras más olvidadas, periodistas como los recientemente liberados Antonio Pampliega, José Manuel López y Ángel Sastre siguen jugándose la vida por contar lo que pasa. Y otros colegas más veteranos, como Javier Espinosa, Mikel Ayestaran o Marc Marginedas empiezan a inspirar ya a la siguiente generación que busca emularles. Tiene razón Daniel Okrent, el que fuera defensor del lector del 'New York Times', cuando dice que los periodistas seguirán persiguiendo historias mientras los perros persigan coches por las calles.

Más difícil será volver a ver una figura más elegante y clásica que la de Fernando en mitad del horror de la guerra, desenvolviéndose con la humildad de quienes han visto demasiado como para creerse por encima de nadie. Con su barba cuidada y rubia, sus ojos azules y su voz calmada, no habría desentonado en una película de la época dorada de Lana Turner. Pero puestos a elegir, habría preferido coger su Leica y marcharse al frente para retratar, como sólo pueden hacer los grandes, las luces y las sombras de la condición humana.

David Jiménez, director de El Mundo.

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