¿El resistible ascenso de Asia?

Un tema favorito en el debate internacional actual es el de si el ascenso de Asia significa la decadencia de Occidente, pero, al centrarse la atención en el malestar económico en Europa y en los Estados Unidos, se está distrayéndola de las numerosas amenazas graves que ponen en entredicho el éxito continuo de Asia.

Desde luego, los actuales cambios de poder mundial están relacionados primordialmente con el fenomenal ascenso económico de Asia, cuyas velocidad y escala carecen de paralelo en la historia mundial. Evidentemente, en Asia, con las economías que crecen más rápidamente, los gastos militares que aumentan más rápidamente, la competencia más feroz por los recursos y puntos calientes de lo más graves del mundo, está la clave para el futuro del orden mundial.

Pero Asia padece limitaciones importantes. Debe afrontar disputas territoriales y marítimas muy enconadas, como, por ejemplo, en el mar de la China Meridional, herencias históricas perjudiciales que pesan sobre las más importantes relaciones interestatales, un nacionalismo cada vez más fervoroso, un extremismo religioso en aumento y una competencia cada vez mayor por el agua y la energía.

Además, la integración política de Asia va muy rezagada respecto de su integración económica y, para colmo, carece de una red de seguridad. Los mecanismos regionales de consulta siguen siendo deficientes. Persisten diferencias sobre si una estructura o comunidad de seguridad debe extenderse por toda Asia o quedar limitada a una mal concretada “Asia oriental”.

Una preocupación fundamental es la de que, a diferencia de las sangrientas guerras de Europa en la primera mitad del siglo XX, a consecuencia de las cuales la guerra resulta ya inconcebible en ella, las guerras en Asia en la segunda mitad del siglo XX acentuaron aún más las rivalidades enconadas. Desde 1950, cuando comenzaron la guerra de Corea y la anexión del Tíbet, se han reñido en Asia varias guerras interestatales sin por ello resolver las disputas asiáticas subyacentes.

Tomemos el ejemplo más importante: China lanzó intervenciones militares aun siendo pobre y teniendo una situación interna difícil. Un informe del Pentágono de 2010 cita acciones militares preventivas en 1950, 1962, 1969 y 1979 en nombre de la defensa estratégica. Además, hubo la toma por parte de China de las Islas Paracelso de Vietnam en 1974 y la ocupación en 1995 de Mischief Reef, en las Islas Spratly, ante las protestas de las Filipinas. Esa historia contribuye a explicar por qué la capacidad militar de China, en rápido aumento, inspira importantes motivos de preocupación en Asia actualmente.

De hecho, desde que el Japón ascendió a la posición de potencia mundial durante el reinado del Emperador Meiji (1867-1912) no ha habido otra potencia no occidental que haya surgido con semejantes posibilidades para moldear el orden mundial, pero hay una importante diferencia: el ascenso del Japón fue acompañado de la decadencia de las otras civilizaciones asiáticas. Al fin y al cabo, en el siglo XIX los europeos ya habían colonizado gran parte de Asia y no habían dejado en pie potencia asiática alguna que pudiera poner freno al Japón.

Actualmente, China está ascendiendo junto con otros importantes países asiáticos, incluidos Corea del Sur, Vietnam, la India e Indonesia. Aunque China ha desplazado ahora al Japón como segunda economía mundial en tamaño, el Japón seguirá siendo una potencia fuerte en el futuro previsible. En renta por habitante, el Japón sigue siendo nueve veces más rico que China y posee la mayor flota naval de Asia y sus industrias de tecnología más avanzadas.

Cuando el Japón surgió como potencia mundial, siguió la conquista imperial, mientras que los impulsos expansionistas de una China en ascenso están contrapesados, hasta cierto punto, por otras potencias asiáticas. Militarmente, China no está en condiciones de arrebatar los territorios que codicia, pero su gasto en defensa ha aumentado casi dos veces más rápidamente que su PIB y, al provocar disputas territoriales con sus vecinos y aplicar una política exterior agresiva, los dirigentes de China están obligando a otros Estados asiáticos a colaborar más estrechamente con los Estados Unidos y entre sí.

De hecho, China parece seguir la misma senda que hizo al Japón un Estado agresivo y militarista, con consecuencias trágicas para la región… y para el Japón. La Restauración Meiji creó un ejército potente con el lema “Enriquecer el país y fortalecer el ejército”. Con el tiempo, el ejército llegó a ser tan fuerte, que podía poner condiciones el gobierno civil. Lo mismo podría acabar sucediendo en China, donde el Partido Comunista está cada vez más enfeudado con el ejército para mantener su monopolio del poder.

Más ampliamente, es probable que la dinámica del poder de Asia siga siendo inestable y nuevas o cambiantes alianzas y capacidades militares fortalecidas sigan desafiando la estabilidad regional. Por ejemplo, mientras China, la India y el Japón maniobran para conseguir una ventaja estratégica, están transformando sus relaciones recíprocas de un modo que augura un compromiso más estrecho entre la India y el Japón y una competencia más enconada entre ellos y China.

El futuro no pertenecerá a Asia tan sólo porque sea el continente mayor, más populoso y con un desarrollo más rápido. El tamaño no es necesariamente un activo. Históricamente, Estados pequeños y orientados estratégicamente han ejercido el poder mundial.

En realidad, con muchos menos habitantes Asia tendría un mayor equilibrio entre el tamaño de la población y los recursos naturales disponibles, incluidas el agua, la comida y la energía. En China, por ejemplo, según cálculos oficiales, la escasez de agua cuesta unos 28.000 millones de dólares en producción industrial anual, pese a que China, a diferencia de otras economías asiáticas, incluidas las de la India, Corea del Sur y Singapur, no figura en la lista de las Naciones Unidas de países que afrontan una crisis hídrica.

Además de sus cada vez mayores dificultades políticas y en materia de recursos naturales, Asia ha cometido el error de insistir en un crecimiento excesivo del PIB, con exclusión de otros índices de desarrollo. A consecuencia de ello, Asia está volviéndose más desigual, se está extendiendo la corrupción, está aumentando el descontento interno y la degradación medioambiental está llegando a ser un problema grave. Peor aún: mientras que varios Estados asiáticos han hecho suyos los valores económicos de Occidente, rechazan sus valores políticos.

Así, pues, no nos equivoquemos. Las dificultades de Asia son mayores que las que afronta Europa, que encarna un desarrollo integral más que ninguna otra parte del mundo. Pese al aura de inevitabilidad de China, dista de ser seguro que Asia, con sus apremiantes amenazas internas, pueda encabezar el crecimiento mundial y moldear un nuevo orden mundial.

Brahma Chellaney, Professor of Strategic Studies at the New Delhi-based Center for Policy Research, is the author of Asian Juggernaut and Water: Asia’s New Battleground. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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