El resurgir de las tribus

Se puede no amar a los Estados y considerar que son monstruos fríos al servicio de las élites, indiferentes a nuestras exigencias y nuestras emociones básicas. Pero hay que recordar las razones por las que existen los Estados, cómo han nacido y qué los ha precedido. El Estado no es un producto natural de la evolución histórica, sino una creación cultural destinada a contener, en la medida de lo posible, lo anterior. Lo anterior se llamaba tribu; la tribu se definía, de manera mitológica más que realmente documentada, por la pureza de su sangre y de sus costumbres en comparación con todas las demás tribus.

La ocupación principal de las tribus durante milenios fue entrar en guerra con las tribus vecinas. En Europa, esta tribalización del mundo concluyó progresivamente en la época romana, cuando determinadas tribus mejor organizadas que otras crearon federaciones, por la fuerza o por decisión propia. Estas federaciones se convirtieron en Estados cuando fue evidente que un poder central fuerte era el único que podía poner fin a las hostilidades. El Estado completó su obra de civilización sustituyendo la identidad tribal por la identidad nacional, lo que engendró más paz civil y más cultura, pues la cultura nace del mestizaje.

El resurgir de las tribusSe me objetará que a las guerras tribales sucedieron las guerras internacionales, aún más feroces. Pero en una contabilidad macabra, está por demostrar que las guerras entre Estados fueran más violentas que las de las tribus; fueron, en todo caso, menos frecuentes y hoy parecen terminadas, al menos en Occidente. Sabemos que las democracias nunca guerrean contra otras democracias. Sabemos también, aunque tendemos a olvidarlo, que la Unión Europea se fundó, con éxito, para instaurar una paz eterna entre los Estados miembros. Se recordará, por último, que la ONU, a pesar de su corrupción y de sus imperfecciones, ha contenido los conflictos en su área regional.

Este largo preámbulo merece ser recordado, porque todo lo que hoy parece evidente –la paz, los intercambios, la civilización– podría quedar en entredicho si se olvida su origen y el largo camino que ha llevado hasta ello. En mi opinión, el motivo por el que en este momento asistimos en todas partes al resurgir de la mentalidad tribal es que esta larga historia no se ha interiorizado. Los independentistas catalanes son una manifestación entre tantas otras. Detrás de estos impulsos independentistas, míticos y no racionales, adivino la poca memoria de los protagonistas. Y como han olvidado su propia historia, se condenan a inventar otra, a reescribir las páginas gloriosas de la tribu catalana, vasca, corsa, quebequesa, inglesa, magiar o birmana. La yihad islamista, que leemos equivocadamente solo bajo el aspecto religioso, se inscribe en realidad en ese mismo movimiento de resurrección tribal. Los yihadistas están repartidos en tribus, árabes, afganas, somalíes, malienses, libias, etcétera, más que reunidos por la voluntad común de unirse y obedecer al mismo califato único.

Los espíritus débiles que aman el folclore se unen de buena gana a esta autoglorificación y constituyen las tropas de choque de los emprendedores políticos, nacionalistas o religiosos, que llevan a los independentistas a su perdición. Sí, a su perdición, porque en el fondo, pierden siempre; y mejor para ellos, pues la pérdida les salva del desastre. Los quebequeses, los escoceses, los corsos, nunca serán independientes de su Estado central, que, en verdad, los protege, y los catalanes autoproclamados tampoco serán independientes. Si llegan a serlo, se encontrarán atrapados en el caos, como demuestra, a menor escala, una Gran Bretaña fuera de Europa que desearía volver a integrarse.

Por volver al ejemplo catalán, ¿Cataluña ha sido alguna vez, a lo largo su historia, más libre y más próspera de lo que lo ha sido hasta que los independentistas han sembrado el caos? Evidentemente, no. ¿Por qué surge entonces esa voluntad súbita de autodestrucción? Ya lo escribí en esta crónica del lunes, y no creo que sea necesario repetirlo: no existe ninguna razón racional que justifique este movimiento independentista. Por lo tanto, solo puede ser una empresa política destinada a aumentar el poder real y simbólico de los líderes independentistas.

Si una parte del pueblo los sigue es porque el mito a menudo entusiasma más que la razón. Este poder de los mitos no va a facilitar la tarea de los antiindependentistas, porque ellos solo son razonables. Pero al final ganará la razón, porque es real. Y existen soluciones pacíficas: yo propuse la semana pasada, por ejemplo, comisiones de la verdad y la reconciliación inspiradas en las anteriores surafricanas y checas. Esperemos que surjan otras ideas basadas en el poder de la palabra y no en el de las armas.

Guy Sorman

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