El retablo de las maravillas

Como en el entremés cervantino, la representación comienza con el cómico de la legua Chanfalla-Zapatero dando instrucciones a su colega, partenaire y subordinada Chirinos-De la Vega. La conversación pudo tener lugar el domingo pasado camino del mitin de Vistalegre que, en la práctica, supuso el inicio de la campaña electoral del PSOE.

- No se te pasen de la memoria, Chirinos, mis advertimientos, principalmente los que te he dado para este nuevo embuste, que ha de salir tan a la luz como el pasado del llovista.

(Según las notas del hispanista Nicolás Spadaccini para la séptima edición de Cátedra de las piezas teatrales breves del manco de Lepanto, el embuste del llovista lo había protagonizado un joven estudiante que, tras prometer que traería la lluvia a un pueblo, ha- bía responsabilizado de la sequía a la actitud entre escéptica y contestataria de algunos grupos locales. Es decir, a la pertinaz... opo- sición. «Conciértense y lloverá», les había dicho, saliéndose por la tangente. ¿Cuánto hace que venimos escuchando que el mayor obstáculo al proceso de paz en el País Vasco es la actitud atravesada del PP?).

Pero he aquí la respuesta y disposición, primero complaciente, después extasiada y finalmente algo celosa de la vice:

- Chanfalla ilustre, lo que en mí fuere tenlo como de molde; que tanta memoria tengo como entendimiento, a lo que se junta una voluntad de satisfacerte que excede a las demás potencias. Pero dime: ¿de qué te sirve este Rabelín que hemos tomado? ¿Nosotros dos solos no pudiéramos salir con esta empresa?

La inmediata discrepancia sobre el valor y utilidad de las habilidades de Pepiño Blanco no tiene desperdicio. Él le defiende como parte esencial del elenco y ella parece tenerle tomada la medida:

- Habíamosle menester como el pan de la boca, para tocar en los espacios que tardaren en salir las figuras del Retablo de las Maravillas.

- ¡Maravilla será si no nos apedrean por sólo el Rabelín! Que tan desventurada criaturilla no la he visto en todos los días de mi vida.

Los dos tienen su parte de razón, pues en el montaje zapateril el secretario de Organización del PSOE no es sólo el encargado de amenizar los intervalos de la acción política con su retahíla de coplillas y denuestos, sino que aparece como una especie de incansable y omnipresente productor ejecutivo al que no se le escapan ni los últimos detalles de la «textura» (sic) del vestuario. Y, efectivamente, prescripciones tan ridículas como la de los «estampados con los dibujos muy pequeños» o la del «look» de los candidatos -«ni frío, ni calor»- pueden desencadenar en cualquier momento una lluvia de tomates y repollos sobre el escenario.

Aunque en la sociología política contemporánea fuera el periodista Joe McGinniss, con su libro The Selling of the President, el primero en analizar, a mediados de los 60, la aplicación de las reglas de la mercadotecnia a las campañas electorales -se vende al candidato igual que se vende un detergente-, casi cinco siglos antes los dos perillanes cervantinos habían demostrado conocer y dominar las reglas básicas del juego.

En primer lugar, la promoción idealizada de todo programa o conjunto de propuestas. A diferencia del buen paño, el Retablo de las Maravillas debe salir de su arca entre clarines y redobles de tambor, que para eso se le ha encargado la música al Rabelín-Pepiño. Aunque no tenga otro creador sino el mismísimo «sabio Tontonelo» -¿en quién estaría pensado Cervantes cuando le dio este nombre?-, la exhibición del retablo ha de ser anunciada como una «muestra de maravillosas cosas compuesta y fabricada debajo de tales paralelos, rumbos y estrellas» que necesariamente habrá de suponer el asombro de Damasco. ¿O acaso puede amortizarse a beneficio de inventario que juguemos «en la delantera de la Historia como país» y «seamos una referencia para el mundo» -además de para EL MUNDO- como proclamó el domingo un exultante ZP?

El segundo paso es acotar la definición del pueblo elegido, o más bien la del excluido. «El que tenga alguna raza de confeso o no sea habido y procreado de sus padres de legítimo matrimonio -judíos e hijos de puta dense por aludidos-, despídase de ver las cosas, jamás vistas ni oídas de mi retablo», advierte Chanfalla para ganarse la complicidad de la audiencia. Sólo a los españoles progresistas que defiendan los derechos humanos y la paz -nunca a los reaccionarios, conspiranoicos, meapilas o simpatizantes de Acebes y Zaplana- va dirigido el llamamiento de esta nueva izquierda redentora.

El tercer y último truco de este prólogo de la representación, de esta especie de entremés del entremés, consiste en la atribución de valores positivos inexorables a la nueva comunidad de cuerpos y almas que el actor acaba de crear con el público. «En fin, la encina da bellotas; el pero, peras, la parra, uvas, y el honrado, honra, sin poder hacer otra cosa», recita Chirinos con la misma dosis de autosugestión con que Fernández de la Vega da por bueno que el PSOE es «el partido de la verdad» -ahí están los compañeros Felipe y Alfredo para atestiguarlo- y el PP «el de la mentira». ¿Maniqueísmo orwelliano? Desde luego, pero, sobre todo, puro cabaré político.

Así que, con las cosas claras y el chocolate espeso, ya está la audiencia -de la Uno, de la Dos, de la Cuatro, de la Cinco y de la Sexta- preparada para recibir a la primera de las figuras o atracciones del Retablo de las Maravillas. Toca hablar de la bonanza de la economía, de la fuerte creación de empleo, de la solidez del modelo de crecimiento, de la gran prosperidad que se respira por doquier en España, de la desaceleración incluso del precio de la vivienda y, por supuesto, del final del atroz intervencionismo que practicaba el PP inmiscuyéndose en la gestión de las grandes empresas. ¡Oooh! ¡Aaaah! Todo son expresiones de admiración y arrobo ante las bellas imágenes que sólo los escogidos pueden ver en el escenario, cuando de repente el Rabelín-Pepiño irrumpe con la literalidad del texto cervantino:

«Por aquella parte asoma la figura del valentísimo Sansón abrazado con las colunas -juro por la Biblia que Cervantes ya escribía como habla el Demóstenes de Lugo- del templo para derriballe por el suelo y tomar venganza de sus enemigos. ¡Tente, valeroso caballero; tente por la gracia de Dios Padre! ¡No hagas tal desaguisado, porque no cojas debajo y hagas tortilla de tanta y tan noble gente como aquí se ha juntado!».

Pero tal conminación es ya inútil porque la extraordinaria visión ha cobrado vida propia y, efectivamente, Sansón-Conthe, con todo el ímpetu y la fuerza de la letra de la ley, derriba las columnas del templo de la farsa y la impostura, sepultando con estrépito la credibilidad internacional de Zapatero, el prestigio inoperante de Solbes y los tejemanejes regados con Romanée Conti del servicial Arenillas. Entre los cascotes se vislumbran los restos calcinados de los Miguel Sebastián, David Taguas, Blázquez Lidoy y demás fontaneros -o para ser más exactos, chanchulleros- de la Oficina Económica de la Moncloa, mientras de tanto en tanto, en medio de la polvareda van desmoronándose las sobrevaloradas inmobiliarias como cornisas de cartón piedra abatidas por el primer golpe del viento.

Mejor tendrá que ser, sin duda, la suerte de la compañía gubernamental al sacar a escena su siguiente maravilla: la normalidad y el apaciguamiento territorial después de tantos alarmismos injustificados. Y así comienza el desfile de la alegre conga de la España plural, con el Estatuto catalán -tan exageradamente vilipendiado- abriendo la marcha que completan después el valenciano, el balear, el aragonés, los de las dos Castillas y ayudándose de unas muletas el escuálido texto que apenas sí apoyó la cuarta parte de los andaluces. ¿Quién se acuerda ya de esos detalles? Decían que España se rompía y luego a la hora de la verdad el PP ha consensuado todos los estatutos menos uno. ¿Cabe mayor prueba de que la oposición hizo electoralismo barato a costa de Cataluña y de que se ha avanzado decisivamente en la consolidación del Estado autonómico?

En estos embelecos estábamos cuando de nuevo el narrador da entrada al texto original creando una gran alarma y zarabanda: «¡Guárdate, hombre, que sale el mesmo toro que mató al ganapán en Salamanca! ¡Échate hombre; Dios te libre, Dios te libre». A lo que uno de los próceres, que no quiere pasar ni por marrano ni por nacido de rabiza, añade fuera de sí: «¡El diablo lleva en el cuerpo el torillo! Sus partes tiene de hosco y de bragado. Si no me tiendo, me lleva de vuelo».

Lo de Salamanca y el ganapán no va por la requisa del Archivo y el papelón de Caldera, pero ahí está Pasqual Maragall bufando de nuevo en la arena de Sepharad, dando la vuelta entera al anillo de la pell de brau, embistiendo al sobresaliente de León y su cuadrilla: ha sido un error, nos hemos equivocado, no ha merecido la pena, debimos haber esperado a la reforma de la Constitución, a mí me ha engañado el presidente... Y su derrote por la izquierda nos recuerda a todos que ese era el planteamiento inicial del propio Zapatero. ¿Qué se hizo de las sabias recomendaciones del Consejo de Estado que el presidente prometió tomar como hoja de ruta? Pues muy sencillo: han desaparecido por el sumidero de las improvisaciones y la frivolidad política que hasta su propio ex colaborador Javier Valenzuela reprocha al presidente. Esa es la cruda realidad.

Cambiamos de asunto y toca desfilar por el retablo a los acusados del 11-M, declarados culpables de antemano por la propaganda gubernamental como prueba fehaciente de las mentiras y la manipulación del PP, tanto cuando estaba en el Gobierno como ahora que ejerce la oposición. Pero el tropel que sale a escena no aporta la armonía de un rompecabezas bien resuelto, sino una nueva batahola de confusión, caos y espanto.

«Esa manada de ratones que allá va, desciende por línea recta de aquellos que se criaron en el arca de Noé -proclama el narrador-; dellos son blancos, dellos albarazados, dellos jaspeados y dellos azules; y finalmente, todos son ratones». Y es que los principales imputados se dividen entre los que estaban controlados por la UCO, los que estaban controlados por la UDYCO, los que estaban controlados por el CNI y los que estaban controlados por la UCIE. Finalmente, todos eran confidentes. Y después del desfile de los comisarios amnésicos, encabezados por El Gordo y El Flaco -¿quién dijo que la mafia policial había pasado a la Historia?-, aún queda el número fuerte de los peritos en explosivos.

Nuevo click en el mando a distancia de las maravillas gubernamentales y el gran Chanfalla comienza a cantar las glorias del proceso de paz que avanza en el País Vasco en medio de la incomprensión y las dificultades de toda índole. Su voz suena más meliflua y apaciguadora que nunca, pero una vez más al Rabelín-Pepiño se le trabucan los guiones y termina anunciando a nuevas criaturas de Cervantes: «Allá van hasta dos docenas de leones rampantes y de osos colmeneros. Todo viviente se guarde que, aunque fantásticos, no dejarán de dar alguna pesadumbre y aun de hacer las fuerzas de Hércules con espadas desenvainadas».

Sobre el tablado se dibujan, pues, las figuras de Otegi, De Juana Chaos, sus chicos de la gasolina y los muchachos del comando Donosti. «¡Mirad que Tontonelo no nos envíe ruiseñores y calandrias, sino leones y dragones!», comenta aterrorizado el respetable.

A grandes males, grandes remedios. Es hora de atajar toda confusión y de llamar a escena a la diosa de la virtud, la sacerdotisa de la honradez, la musa de la integridad. Porque el Partido Socialista es el que lucha contra la corrupción, el que mantiene tolerancia cero con la venalidad, el que persigue incansablemente a quienes aceptan coimas, mordidas y sobornos. En el colmo del desatino el productor ejecutivo vuelve a poner la cinta equivocada del entremés cervantino: «Esa doncella que agora se muestra tan galana y tan compuesta es la llamada Herodías, cuyo baile alcanzó en premio la cabeza del Precursor de la vida. Si hay quien la ayude a bailar, verán maravillas».

La hetaira se mueve a ritmo de chill out. Va vestida de ibicenca, trae recuerdos de parte de un amigo de Roldán y lleva un maletín como los del coronel Hernando. «Ea, sobrino, ténselas tiesas a esa bellaca jodía», clama de excitación uno de los lugareños. «Pero si ésta es jodía, ¿cómo ve estas maravillas?», replica su pariente.

«Todas las reglas tienen excepción», aclara Chanfalla muy tocado ya en su amor propio de secretario general del partido. Y es en ese instante cuando «treinta hombres de armas» de carne y hueso -¿una alegoría de la España real?- irrumpen en el lugar y disuelven por las bravas -ahora tendrá que ser por las urnas- el falso Retablo de las Maravillas. «El diablo ha sido la trompeta», protesta la Chirinos, que aún debe andar persiguiendo al Rabelín con una estaca en cada mano.

Pedro J. Ramírez, director de El Mundo.