El reto de desmantelar Fukushima

El incidente registrado en la central nuclear de Fukushima Daiichi, el 11 de marzo de 2011, marca, posiblemente más que el de Chernobyl, el futuro de la energía nuclear. Las lecciones aprendidas de este incidente tienen hoy un impacto determinante en el coste y en la continuidad misma de esta fuente energética. Esta experiencia no se limita a cómo evitar un nuevo incidente sino que también servirá para buscar soluciones a posibles incidentes futuros.

Toda la información acerca de las causas del incidente y sus consecuencias inmediatas resulta fácilmente accesible. No obstante, parecería que, tras esta primera oleada informativa, se haya desvanecido el interés público por el proyecto de dar soluciones a las consecuencias de este incidente, que, sin embargo, por sus implicaciones técnicas, económicas y políticas, tiene una gran trascendencia.

Este proyecto, de manera esquemática, consta de tres fases. La primera, aún en ejecución, consiste en la reducción de los riesgos para la población. La segunda es la creación de las condiciones precisas para abordar el desmantelamiento de los reactores de una manera convencional. Por último, la tercera consistirá en el desmantelamiento, en condiciones lo más próximas posible a las convencionales, de los mencionados reactores.

Dentro de la primera fase, habiéndose desechado, por consideraciones tanto técnicas como políticas, la solución aplicada en Chernobyl de aislar el combustible fundido y sus efectos radiológicos a través de la construcción de un “sarcófago” que cubriera los reactores dañados, se ha de llevar a cabo una tarea, definitoria del conjunto del proyecto, como es la de proceder a la retirada del combustible fundido en los reactores. Para ello es imprescindible regular el flujo de agua que entra en los reactores dañados y que es necesario para controlar la temperatura del combustible fundido aún en el núcleo. El control del flujo se realiza a través de un espectacular muro de tierra congelada, de 30 metros de profundidad, que rodea a los cuatro reactores dañados. El agua contaminada, resultado de su paso por el núcleo, es limpiada de hasta 62 radionucleidos. Esta agua, aún contaminada por tritio, es almacenada, alcanzando un volumen próximo al millón de metros cúbicos, en cerca de mil depósitos. Esta acumulación impone serias limitaciones logísticas y es objeto de una intensa polémica a la que no es enteramente ajena la política local.

Esta estabilización de los núcleos ha permitido arrancar con la segunda fase mediante el inicio de la retirada del combustible gastado, almacenado en las correspondientes piscinas. En diciembre de 2014, se retiraron los 1.533 elementos del reactor número 4, el menos afectado. Los otros tres reactores aún alojan otros 1.573 elementos, para lo que está en marcha la construcción de un pedestal móvil que permita el acceso a la piscina del reactor número 3, de manera que la retirada pueda iniciarse en julio de 2018. La programación de trabajos prevé que la retirada del combustible gastado de las unidades 1 y 2 pueda realizarse a partir de 2023.

La mayor dificultad en esa estrategia de “normalización” del proceso de desmantelamiento es la retirada del combustible alojado en el núcleo de las unidades 1, 2 y 3, en el momento del incidente, y que resultó fundido, por efecto de la ausencia de refrigeración. Los altos niveles de radiactividad registrados en los núcleos de los reactores, hasta los 650 Sieverts por hora, imponen la adecuada selección de técnicas y, particularmente, la identificación de las vías de acceso más idóneas para la retirada de estos residuos. Para ello, es imprescindible saber, con la mayor precisión posible, la localización y el estado de estos residuos dentro de los reactores. Con este fin, se han utilizados dos técnicas. La primera, ha sido la realización de una tomografía de muones, que, midiendo la densidad de los materiales contenidos en el reactor, permite obtener una “radiografía” muy elemental de la localización del combustible fundido. La segunda, más conocida por el gran público, consiste en la introducción de cámaras en el núcleo de los reactores, a través de robots u otros medios mecánicos, que, por primera vez, han permitido la visualización, no sin limitaciones, de su interior.

Desde un punto de vista técnico quedan aún muchas incógnitas que despejar como, por ejemplo, la gestión de los residuos resultantes de todo el proceso de desmantelamiento de los cuatro reactores de la central.

No menos importantes son las incertidumbres acerca de la financiación de este proyecto, en el que hoy trabajan cerca de 7.000 personas, que exigirá una inversión total que se estima sobrepasará los 40.000 millones de euros y que se prolongará durante más de treinta años. En 2017, el gobierno japonés creó un fondo, gestionado por NDF y dotado por los beneficios de TEPCO, destinado a financiar este proyecto. No obstante, la clave de la dotación de este fondo depende de otras actividades, entre las que destaca la definitiva puesta en marcha, tras su parada en 2007, de la central nuclear de Kashiwazaki-Kariwa, la mayor del mundo. Asimismo, tanto la magnitud técnica y financiera como su extensión en el tiempo exigirán un importante esfuerzo en términos de planificación, programación y control presupuestario del proyecto en su conjunto.

Finalmente, parece claro que el éxito del proyecto es inseparable de su dimensión humana, que, a su vez, tiene tres componentes básicos: el financiero, el informativo y el social. El primero implica la canalización de recursos financieros que compensen a los afectados por los daños sufridos. El segundo exige la gestión de un flujo constante y comprensible acerca de la evolución del proyecto. El tercero supone la progresiva normalización de las condiciones de vida en el entorno de la central que permita el retorno de la población evacuada.

Son muchos los retos y muchas las facetas de este complejo proyecto, pero su éxito final supondrá la acumulación de un ingente volumen de conocimientos, técnicas y experiencias que facilitarán la gestión de otras adversidades que, innegablemente, son consustanciales al desarrollo humano.

Juan José Zaballa es presidente de ENRESA y asesor de NDF.

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