El reto de los liberales

Decía Joaquín Garrigues que los liberales «somos otra cosa distinta de los conservadores y socialistas, una forma diferente de estar y de entender la política. Es el talante abierto al cambio y al futuro lo que distingue a los liberales de la izquierda y la derecha».

Nuestra sociedad es cambiante. Nos hemos convertido en una sociedad dinámica y en constante movimiento a causa de la globalización y la aparición de las nuevas tecnologías. Una sociedad que plantea, continuamente, nuevos retos y nuevos desafíos. Ante esta situación, creo que no existe más camino que el de ser capaces de atender eficazmente y con acierto a los cambios que se nos proponen. En caso contrario, estoy convencido de que corremos el riesgo de quedarnos atrás, tanto en términos de competitividad como -lo que es mucho más importante- de progreso, avance y cohesión social.

Sinceramente, creo que sólo desde los presupuestos del pensamiento liberal y desde el espacio político que éste está llamado a ocupar, y que no es otro que el centro, se puede hacer frente, con garantías de éxito, a los retos que nos plantea este nuevo siglo.

Los retos a los que hemos de dar respuesta son distintos en cada momento, y los problemas concretos que se plantean también. Los responsables políticos debemos ser conscientes de ello, porque actuar haciendo caso omiso podría acarrear una ruptura entre lo que preocupa a los ciudadanos y lo que los responsables públicos somos capaces de ofrecerles. ¿Qué podemos hacer, como sociedad, para garantizarnos el éxito en esta nueva etapa que se abre? ¿Desde qué premisas podremos responder a estos nuevos desafíos?

He de confesar que siempre me he sentido cautivado por el ideal liberal. Por sus premisas de libertad, de tolerancia, de respeto y de solidaridad. Por ello, ante todos estos nuevos escenarios que puedan surgir, siempre reivindicaré una visión y un tratamiento de los mismos desde posiciones liberales.

El liberalismo que nos legaron y enseñaron personas como el ya mencionado Joaquín Garrigues o Joaquín Muñoz Peirats, personas que creían firmemente en la libertad y la autonomía individual. En el consenso y en el diálogo. Personas cuyas ideas siguen siendo plenamente vigentes, innovadoras y actuales. Que siempre apostaron por un Estado con un importante papel moderador en la economía, capaz de crear estabilidad macroeconómica y fomentar la inversión. Fueron personas que entendían que el Estado debía también garantizar la igualdad de oportunidades. Nos enseñaron que corregir las desigualdades no significa, en ningún modo, incurrir en un igualitarismo sin sentido, y que la igualdad debía consistir en ofrecer a todos los ciudadanos y ciudadanas las mismas posibilidades de desarrollo profesional y personal.

El liberalismo, lejos de ser una ideología cerrada y excluyente, es un cúmulo de ideas, de valores y de actitudes, que se organizan en torno a la convicción de que a mayores cuotas de libertad individual corresponden mayores índices de prosperidad y felicidad colectivas. Es una ideología que reconoce al individuo como protagonista de la escena política, jurídica y social, y que entiende que el Estado está concebido para servir al individuo y no a la inversa.

Ésos son los principios que hizo suyos primero la Unión de Centro Democrático y luego el Partido Popular, un partido que en lo ideológico se ha situado en ese punto en el que libertad individual y la responsabilidad social se encuentran en perfecto equilibrio. Ofreciendo una alternativa plausible tanto a los discursos colectivistas como a los radicalmente individualistas.

Los liberales tenemos una forma moderada y serena de concebir el mundo y la política. Perseguimos desde el centro político el equilibrio de la sociedad civil. Recuerdo una intervención de José María Aznar cuando decía que el centro reformista se basa en el diálogo como método y en la moderación como talante, e insistía en que los valores del PP son la libertad, la democracia y un humanismo militante.

Si el centro es el espacio natural del liberal, entiendo que el reformismo es la mejor manera de permanecer en él. Ser reformista significa estar permanentemente abierto, tener capacidad de innovar y de aprender, trabajar para compaginar crecimiento y prosperidad, con solidaridad y cohesión social. Estar convencido de que no puede haber convivencia sin cohesión social, ni cohesión social sin progreso económico. Por tanto, creo que el centro como espacio político que ocupa el pensamiento liberal es el único referente ideológico con respuestas para todo tipo de preguntas, retos y desafíos. Así como el mejor camino desde el que afrontar los retos y desafíos a los que tiene que hacer frente la sociedad española en los próximos años.

En palabras muy acertadas del Manifiesto de Oxford: «La libertad, la responsabilidad, la tolerancia, la justicia social y la igualdad de oportunidades, son los valores centrales del liberalismo y los principios sobre los que debe constituirse una sociedad abierta».

Ahora bien, ¿podemos esperar una respuesta semejante del pensamiento socialista? Creo de verdad que los postulados de la izquierda, que surgen como reacción necesaria a los abusos de un régimen económico y social pensado, única y exclusivamente, en unos pocos, están claramente superados.

Hoy en día nadie, excepto en regímenes autoritarios o extremistas, cuestiona principios como el de la justicia social, el de avance o progreso social o el de ofrecer iguales oportunidades a todas las personas sin distinguir por razón de raza, sexo, clase social, etcétera.

Si exceptuamos al nuevo laborismo británico con su Tercera Vía, no ha habido un intento serio de redefinición del pensamiento socialista para adecuarlo a la nueva realidad sin muros del siglo XXI. La izquierda española, tras abandonar -en épocas muy recientes- los ideales revolucionarios o postulados que le dieron origen, se encuentra ahora en un estado de permanente búsqueda.

¿Qué podemos esperar del socialismo que nos gobierna en España? ¿Es capaz de dar respuestas eficaces a los retos actuales? Creo sinceramente que no. Veo un socialismo excesivamente intervencionista y en no pocas ocasiones demasiado sectario. Un socialismo que, lejos de basar sus decisiones en el diálogo, el consenso y la negociación con el principal partido de la oposición -que, no lo olvidemos, representa a la mitad de la sociedad española-, ha optado por otras alternativas, en algunos casos, más radicales. Un socialismo, en definitiva, que ha preferido la ruptura antes que el cambio tranquilo, alejándose así de la concordia surgida durante la Transición.

Sinceramente pienso que esta situación nos obliga a reivindicar, hoy más que nunca, ideologías como la liberal. Cada día se hace más necesario que las políticas públicas respondan al perfil de las necesidades reales de los ciudadanos; gobernar desde el diálogo y el consenso, escuchando a la sociedad en su conjunto; ser más eficaces en la gestión pública, sensibles con las desigualdades y respetuosos con las distintas tendencias sociales. Sólo se puede gobernar para todos desde la serenidad, transmitiendo seguridad a la ciudadanía, dando la cara y hablando claro, sin rodeos, con transparencia, explicando siempre las decisiones que se toman. En definitiva, gobernar el día a día desde la estabilidad institucional.

El liberalismo surgió como un sistema cuyo objetivo primordial era el hacer frente a los poderes absolutos. Para crear sistemas de limitación a esos poderes que garantizasen las libertades de los individuos. Locke en el siglo XVII, con su Tratado sobre el Gobierno Civil, establecía que el papel de las leyes no es imponer la voluntad de la mayoría sino proteger al individuo de los atropellos del Estado o de otros grupos. Así establecía que el Estado debe proteger los derechos de los ciudadanos, del pueblo, de donde emana la soberanía. Ya avanzaba que el poder legislativo y judicial debían estar separados.

Posteriormente, Montesquieu establecerá en El Espíritu de las Leyes las bases de la separación de poderes, fundamentando la ideología liberal. Formula su teoría como principio de garantía de la libertad. Si bien ya Aristóteles, cuatro siglos antes de Jesucristo, y frente a los postulados de su maestro Platón, fijaba en su obra un modelo de organización en el que la autoridad ascendía del pueblo a los gobernantes, en el que la soberanía radicaba en las gentes y que los gobernantes se debían a ellas.

Hoy, la sociedad es una sociedad comprometida, que valora cada vez más los principios solidarios. Una sociedad volcada con los problemas del Tercer Mundo y que persigue las vulneraciones de los derechos humanos. Una sociedad que prefiere el entendimiento, el buscar puntos de encuentro, el encontrar lo que nos une y no lo que nos separa. Ante los nuevos escenarios planteados, los liberales apostamos por una sociedad de valores donde todos seamos importantes.

Todo esto lo resumían muy bien unas recientes declaraciones de Mariano Rajoy -en su enésimo intento de tender puentes de diálogo con el presidente del Gobierno- que, una vez más, apelaba públicamente a la necesidad de recuperar el consenso en la política nacional, insistiendo en que se necesita «a todos los ciudadanos de a pie, a los políticos, a trabajadores y empresarios, a padres de familia y estudiantes, a todos quienes tengan algo que aportar para que se sumen a este esfuerzo común de reflexión y mejora de España».

Felipe del Baño, diputado del Grupo Popular en las Cortes valencianas.