El reto de Marruecos

«¡Palo al moro, que además es rey!» Tan sutil análisis parece impregnar la forma en que medios de comunicación de todo el espectro ideológico interpretan la relación de España y Marruecos. No hay límite en la crítica y es fácil sacar a relucir todo tipo de descalificaciones que nunca se emplearían con políticos europeos aun cuando pudieran ser acusados de los mismos supuestos pecados.

Hace ahora una década que el Príncipe Mohamed se convirtió en Rey a la muerte de su padre, Hassan II. En estos días vemos balances de toda laya sobre lo logrado -o fracasado- en esta década de verdad significativa. Y una vez más hemos de reclamar para el Reino marroquí la justa comparación entre sus semejantes políticos: sus vecinos africanos, no los europeos. Desde la llegada de Mohamed VI al trono hemos visto, entre otras mejoras democráticas, la celebración regular de elecciones legislativas y municipales libres, y la reforma radical del estatuto jurídico de la mujer, que en Marruecos tiene hoy un grado de libertad inigualado en ningún otro gran país árabe y musulmán. Grandes proyectos de infraestructuras como el que veíamos la semana pasada en Rabat en torno a la desembocadura del Bou Regreg han de ser necesariamente puntales de un desarrollo económico que beneficie a la población en su conjunto. Las grúas que han desaparecido del paisaje urbano español siguen poblando la ciudades marroquíes. La economía ha crecido en esta década por encima de lo que lo hizo anteriormente -y ello pese al frenazo que todos sufrimos en los últimos años. Y tras subir al Trono en 1999 Mohamed VI creó una comisión de «Equidad y Reconciliación» desde la que se investigó la represión durante el reinado de su padre, Hassan II. Muchas de las víctimas de aquella época fueron invitadas a dejar constancia pública de los padecimientos -muy graves en bastantes de los casos testimoniados- sufridos en el largo reinado. Y fueron compensados hasta donde el dinero puede llegar.

Tomemos este último ejemplo como caso de análisis. El viernes 9 de mayo de 1997, con motivo de su primera visita oficial a España, el Príncipe Mohamed concedía las dos primeras entrevistas políticas de su vida. Y la primera de ellas fue a ABC. El abajo firmante pasó cinco días en Rabat negociando con el entorno del Príncipe Heredero los términos de la entrevista. Era evidente entonces la lucha de poder que se libraba entre el ministro del Interior, Driss Basri, contrario a dar ninguna relevancia al Príncipe, y el consejero real, André Azoulay, promotor de esas conversaciones con medios españoles. En el proceso de cerrar los términos del cuestionario, que fue concluido con el propio Azoulay, quedó claro que no había un solo asunto del que no estuviera permitido hablar. Pero sí había una forma de plantear preguntas que no sería consentida: ninguna pregunta era aceptable si implicaba un juicio del hijo hacia el padre, una valoración del Príncipe al Rey. ¿Sumisión? No es imposible que un Príncipe Heredero haya de someterse como el que más al poder establecido -de su padre o de quien sea- para poder llegar un día a hacer su propia política. Y una vez en el trono, a Mohamed VI no le tembló el alma a la hora de someter al escrutinio público los excesos cometidos durante el reinado de Hassan II.

Cómo dudarlo, en esta década se han cometido errores. Y cuando se tiene un modelo político diferente del que empleamos en Occidente, con un Monarca que participa directamente en los asuntos del gobierno, es natural que éste sea sometido a un juicio político por su población. Pero seamos conscientes de que partidos tan relevantes -a estos efectos- como los socialistas o los islamistas moderados sólo piden, ocasionalmente, la revisión de los poderes del Rey. Y lo hacen, sin duda, con la boca chica. Así las cosas, sometido el Rey a una evaluación directa de la ciudadanía en el devenir cotidiano de sus desgracias, puede resultar revelador un ejemplo del último año: el lanzamiento por su amigo Fuad Alí el- Himma de un partido político unánimemente aclamado por los medios de comunicación como «el partido del Rey». En los comicios municipales del 12 de junio logró el 22 por ciento de los votos, lo que le hizo el ganador de la cita. Habrá quien descalifique el valor de ese voto aduciendo que no hay en Marruecos una libertad de Prensa como la que tenemos en Occidente. Y pese a que la lectura de los medios francófonos de Marruecos pueda dar esa impresión, mientras que los medios digitales o en papel en árabe acogen posiciones de una radicalidad sorprendente, convendría analizar si quienes hacen esas críticas abordan con los mismos criterios las elecciones de la Venezuela de Chávez.

Mohamed VI se ha fijado un gran reto para la nueva fase de su reinado que arranca con esta segunda década. Como Comendador de los Creyentes y como hombre que se siente a gusto en Occidente, cree imprescindible asentar un modelo de Islam moderado, una interpretación del Islam como la religión de tolerancia que tantos proclaman y tan pocos practican. Las circunstancias le invitan a hacer de Marruecos el faro de esa interpretación. ¿De qué otro país musulmán podría intentarse hacer una referencia política de este Islam? ¿Del Egipto de Hosni Mubarak en el que la represión de los islamistas moderados ha llevado al crecimiento de su peso real y en el que el partido gobernante nunca ha cedido el poder? ¿De la Arabia Saudí de los Santos Lugares en el que la mujer está hoy tan sometida al hombre como hace cinco siglos? ¿Del Pakistán aliado de Occidente en el que el Gobierno de Islamabad intenta frenar el avance de los talibanes? Mohamed VI se ha fijado el reto de que Marruecos sea el punto de referencia del Islam moderado. El modelo de sociedad de entendimiento en el que haya cabida para formas sociales occidentales y musulmanas. El puente que atraiga a los que provienen de ambas partes de la brecha.

Desde España podemos dedicarnos -una vez más- a descalificar las iniciativas de nuestro vecino del sur. Podemos seguir jaleando a sus enemigos ignorando la absoluta certeza de que la alternativa al Reino de Marruecos es una república de corte islamista radical lindando con España en Ceuta y Melilla. Es cierto que en esta década ha habido serios roces con Madrid -como los hubo, mayores incluso, bajo Hassan II- pero no hay que olvidar los relevantes progresos logrados. Salvo después del incidente de Perejil, Ceuta y Melilla se han caído de los discursos regios. Quizá a cambio, la evidente necesidad de dar una salida al conflicto del Sahara con una fórmula de amplia autonomía dentro del Reino marroquí, no habrá sido recogida todavía por la nueva Administración Obama, pero creer que con lo que tiene por delante Washington va a perder su tiempo en vanos esfuerzos por elaborar un plan alternativo es ver en Barack Obama un «Che Guevara» que sin duda no es.

Diez años después del ascenso de Mohamed VI al trono, y aunque sólo sea por egoísmo, recordemos que todos creemos tener un vecino incómodo, pero muchas veces no nos damos cuenta de sus ventajas hasta que otro ocupa su morada.

Ramón Pérez-Maura