El reto del chisgarabís (y 2)

[Leer la primera parte: O un cínico, o un chisgarabís (1)] Vamos a asistir en los próximos días a una pelea interesante, probablemente de las que dejan huella. La modalidad será la antiguamente denominada lucha libre; desconozco si aún se practica. A diferencia del boxeo, que tenía unas reglas bastante estrictas (hace más de medio siglo que no veo un combate), en la lucha libre casi todo estaba permitido, salvo pisarle la cabeza al contrincante. Quizá en esta ocasión se haga una salvedad.

Un joven –en política la vejez empieza a los 50, cuando ya no se puede retroceder– apellidado Sánchez, con menos experiencia y conocimiento de las reglas del juego que un esquimal, le ha lanzado un reto definitivo a un tal Rajoy, curtido fajador hecho a todo: un cínico profesional.

No puedo ocultar a la vista del ring que la pelea es desigual. Mariano Rajoy, si pierde, deja al pairo a miles de funcionarios del PP, muchos de los cuales serían capaces de desvalijar a la ciudadanía entera –hay pruebas sobradas–, y que en el más complaciente de los casos romperían la columna vertebral del adversario con la misma impunidad con que han martillado hasta hacerlos indescifrables los ordenadores de Bárcenas, el controlador general del Tesoro y de la Casa de Cambios, no de la tesorería.

En otras palabras, que Rajoy es el Jefe de Jefes y esa categoría entre los suyos le suministra un respaldo permanente ya sea en el partido, en los innumerables medios de comunicación que amamanta y hasta en esos electores que le tienen tanto miedo a su propio miedo que votarían por Al Capone si les garantizaran que aquí no se moverá una hoja que no pase previamente por los ojos del veterano registrador de la propiedad. De la suya, por supuesto, porque de las propiedades de sus más íntimos colaboradores al parecer ni vio nada, ni se enteró de nada. Paradojas del oficio. “Sé fuerte, Luis”.

Sacar a Rajoy de la Moncloa es un acto cívico, lo entiendo. Pocos como él han llegado tan lejos en el cinismo y la desvergüenza. No se trata de mentir a secas, sino de hacerlo con alevosía. Fíjense en el ministro Guindos, un tipo que cuando abre la boca suele ser para mentir u ocultar la verdad; el ideal financiero. ¿Se acuerdan de que el rescate de la banca no iba a costar ni un duro al bolsillo de los españoles, dijo? Pues bien, esos hombres consiguieron rescatar de su propia ruina a la banca que se practicaba en España, que incluía la estafa pura y simple –las preferentes, sin ir más lejos–, pagándoles casi 50.000 millones a nuestra costa.

¡Y ahí están, orgullosos de sí mismos! Como si les debiéramos un favor. Por primera vez en la historia de España la democracia ha sido un gran negocio para aquellos que históricamente nunca la vieron con buenos ojos, por no decir palabras más gruesas. Y eso ha producido un fenómeno curioso y hasta fascinante, que recuerda lo sucedido en algunos países del Este europeo. La clase dominante está feliz por las enormes ventajas que les ofrece la democracia y las clases populares no saben con qué carta quedarse. El voto del miedo. ¿Había tanto dinero en España para poder robar tales cantidades?

Hundieron el país y luego aseguran que lo salvaron, a precio de mercado.

La democracia en España fue y es un gran negocio, para algunos. Leve, durante la transición; exuberante, cuando terminó. El PP, impertérrito, llevó esa singularidad hasta los límites. Y ahora resulta que el patriarca del cambio, teñido en blanco, la esperanza de los desheredados de antaño, Felipe González, sugiere que Mariano Rajoy debe seguir, aunque atenuado por el PSOE en la oposición. Me recuerda los últimos años de Indalecio Prieto, cuando, cubiertos sus riñones por una seguridad financiera sólida y unos apoyos internacionales de fuste, decía las tonterías más increíbles a unos jóvenes socialistas en la España franquista, que si bien eran pocos y capitidisminuidos, trataban de sobrevivir en una dictadura. Los finales de los líderes más radicales han sido en general una prueba de que algunos seres humanos tienden a la golfería a partir de cierta edad, en la que les sale el animal insaciable que llevan dentro.

Es el momento de volver a Sánchez. Se ha subido al cuadrilátero para una pelea muy difícil. Le cabe la posibilidad de hacer encaje de bolillos. A Rajoy le van los encajes de bolillos y lo que sea menester para mantenerse en el poder, porque conviene que la gente sepa que probablemente sea el líder político más ambicioso e implacable de cuantos existieron en democracia. Suárez tenía sentido del honor, en ocasiones. Felipe González, un partido y un electorado fiel. Aznar, la ambición de la historia. Zapatero, fue una casualidad, como los hijos imprevistos. Pero Mariano Rajoy nació con la huella española de que iba a ser provisional, un tránsito. En España cuando la gente dice de alguien que no durará, es que lo tendremos como si fuera del Patrimonio Nacional. ¿Quieren que les recuerde al más provisional de los líderes desde 1937, en plena Guerra Civil, y que murió en la cama del poder?

La pregunta que deberíamos hacernos los españoles. Más importante que el ser o no ser, las identidades y demás chorradas para gente holgada e insulsa, sería cómo nuestra malhadada historia ha dado líderes, recientes –no me refiero a los caciques del XIX–, que practicando una corrupción absoluta, tan llamativa como un narco mexicano, la gente les ha seguido votando como si fueran la garantía de su propia desfachatez. Hay para escoger, desde Jordi Pujol y su sagrada familia hasta Mariano Rajoy, el tapadera. Es algo que nuestros ínclitos intelectuales desdeñan tratar, pero que constituye, creo yo, el meollo de nuestra existencia como sociedad. Yo conocí en Manresa a un constructor de medio pelo, apellidado Manubens, que se jactaba de haber pagado en negro siempre. “Hombre, siempre, siempre, no sería”, precisé yo, admirado de su arrogancia. Y se limitó a responder: “Siempre”. España entera está llena de empresarios que se jactan de nunca pagar en blanco. Pídale usted al fontanero una factura y se le multiplicará el presupuesto. Lo más probable es que piense que usted es extranjero. Pero es lógico, por qué no van a pagar en negro si los gobernantes roban en negro. Serían gilipollas. Y podemos pasar por todo, por gente poco de fiar, pero por idiotas se interpretaría como ofensa patriótica. Quizá sea por eso que la mayoría, muy disminuida, pero mayoría al fin y al cabo, votó a Rajoy.

¡Si hasta Felipe González no le hace feos a Rajoy, qué se puede esperar de los demás! Por eso el combate del chisgarabís tiene interés; se puede quedar en fiasco, pero así y todo retratará nuestra sociedad y esos encantadores medios de comunicación que no le hacen ascos a un partido preñado de chorizos y que les ponen pegas a unos chicos cuyo único delito es su arrogancia. O PP o Podemos. Ciudadanos se reserva a recoger los restos de la batalla.

Pero ahí queda “el soldado Sánchez”, que dice Felipe González. ¿Hay alguien en toda España, fuera de su señora vestida de rojo, que grite ¡hay que salvar al soldado Sánchez!? Su dilema es muy simple, por más que su combate vaya a ser complejo y una prueba del nueve sobre si el líder, que salió por casualidad y por exclusión secretario general de un PSOE en quiebra técnica de ideas y proyectos, va a estar a la altura que ambiciona. Cualquier pacto con el Partido Popular y Rajoy sería su liquidación, cualquier acuerdo con Podemos, para gobernar, le llevaría inevitablemente a cruzar esa cursilada que se dice ahora de las líneas rojas, como si la política se hubiera convertido en un asunto de urbanismo, o quizá sí.

La gran cuestión se reduce en términos ciudadanos a algo muy sencillo. Si pactas con el PP, no tiene sentido que sigas como secretario general de un PSOE que recuerda cada vez más al viejo socialismo italiano de Bettino Craxi. Si pactas con Podemos, esos chicos te devorarán a la menor oportunidad que tengan. Porque en el fondo ellos son lo más parecido a lo que erais vosotros cuando en 1981 preparabais el asalto al poder.

Gregorio Morán

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