El reto global es aumentar la calidad educativa, no la cantidad de alumnos

Hace un cuarto de siglo, en el África subsahariana, apenas la mitad de los niños en edad escolar estaban inscritos en la escuela. Para 2012 esa proporción fue del 78 por ciento. En el sur de Asia, en el mismo período, la inscripción en escuelas primarias pasó de 75 a 94 por ciento.

Esto no fue casualidad. En todo el mundo los responsables de las políticas han llegado a entender la importancia del aprendizaje, en todos los aspectos del desarrollo humano. La educación primaria universal es uno de los objetivos centrales de desarrollo del milenio de la Organización de Naciones Unidas, que movilizó grandes cantidades de ayuda en el primer decenio de este siglo, para que los países pobres ampliaran el acceso a la educación.

A pesar de este avance fenomenal una ojeada más allá de los titulares revela que el mundo, de hecho, ha avanzado poco. Si el reto era darles a todos un nivel mínimo de educación, lo que parece una gran mejoría representó un asombroso fracaso en demasiados casos.

“En todo el mundo hemos logrado progresos sustanciales en materia de enviar los niños a la escuela”, afirma Eric Hanushek, experto en economía de la educación en la Universidad de Stanford. “Pero un gran número de personas que han ido a la escuela, no han aprendido nada”, apuntó.

¿Podría el mundo hacer mejor las cosas? Desde hace dos años, expertos y diplomáticos han estado trabajando para fijar una serie de metas de desarrollo sustentable que reemplazarán a los objetivos del milenio. La idea es que guíen la estrategia de desarrollo y dirijan la ayuda internacional en los próximos 15 años. Se prevé que la asamblea general de la ONU adopte formalmente estos objetivos en septiembre.

Una población con estudios es una condición importantísima de la prosperidad compartida, una herramienta esencial para las naciones que buscan un papel en la cadena global de producción que impulsa el crecimiento económico en todo el mundo. Sin embargo, simplemente promover una “educación universal”, no nos lleva a eso. Por sí misma no puede alcanzar la meta.

Dirigir recursos para ampliar el acceso a la educación probablemente no sería fructífero, sin un concepto claro de lo que significa una educación de calidad. Y sin normas claras y mesurables que delimiten las habilidades que deben alcanzarse, es muy probable que la estrategia vuelva a quedarse corta.

Un informe publicado recientemente por la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, que maneja los exámenes del programa de evaluación internacional de estudiantes (PISA) — que se aplican cada tres años a una muestra de chicos de 15 años de unos 75 países — ofrece una visión desalentadora de la situación de la enseñanza en el mundo. Incluso en países relativamente ricos, muchos estudiantes no llegan a dominar los conocimientos más básicos.

Veamos el caso de México, con una economía de ingresos medios, una educación primaria casi universal y una inscripción en secundaria del 70 por ciento. En el examen PISA de 2012, 54 por ciento de los estudiantes mexicanos no alcanzaron el nivel básico de competencia que la OCDE considera “necesario para participar productivamente en las economías modernas”.

Alcanzar el nivel 1 en los exámenes PISA no requiere más que una especie de alfabetismo funcional. Los chicos de 15 años, por ejemplo, deben poder averiguar cuántos rands sudafricanos tendría Mei-Liing si cambia $3000 dólares de Singapur a la divisa de Sudáfrica, a un tipo de cambio de $1 dólar de Singapur por 4.2 rands (la respuesta es 12.600).

Entre los chicos de 15 años, 89 por ciento de los ghaneses no alcanzaron este nivel, como tampoco 74 por ciento de indonesios y 64 por ciento de brasileños. Ni tampoco 24 por ciento de estadounidenses.

Esas deficiencias significan un elevado costo. El reporte de la OCDE, elaborado por el profesor Hanushek y Ludger Woessmann de la Universidad de Múnich, trata de establecer un modelo del impacto de la educación en el crecimiento económico.

Por ejemplo, si los conocimientos de todos los estudiantes de secundaria alcanzaran el nivel 1 en los próximos 15 años, Ghana sumaría más de 1.2 puntos porcentuales a su crecimiento económico anual en el largo plazo. Indonesia crecería 1 punto porcentual más. Llevar a todos los chicos de secundaria a ese nivel tendría más repercusiones económicas que la inscripción universal en secundaria con la calidad actual.

No es sorprendente que el mundo haya aceptado objetivos en la cantidad de la educación pero haya escatimado en la calidad, que no solo es más difícil de procurar sino también más polémica y difícil de medir.

“La educación universal es una agenda sin oposición, ofrece servicios gratuitos y aumenta el empleo público”, observa Justin Sandefur del Centro de Desarrollo Global. “La calidad es algo más polémico políticamente”, asevera.

Las políticas dirigidas a promover la inscripción, como los subsidios y la transferencia condicionada de dinero, ofrecida a los padres que envíen a sus hijos a la escuela en México y en Brasil, suma estudiantes al sistema sin mejorar su capacidad.

“El reto de la calidad es un resultado de éxito”, observa Chandrika Bahadur, directora de Iniciativas Educativas en la Red de Soluciones de Desarrollo Sustentable de la ONU. Este grupo asesora al organismo mundial en estrategias de desarrollo: “Los sistemas se vieron sobrecargados por la llegada de los niños y muy pronto se volvió un problema asegurarse de que estuvieran aprendiendo bien”, acotó la experta.

No estaban aprendiendo bien. Hay muy poca información de qué tan bien — o qué tan mal — les va en la escuela a los niños de muchos países. Pero un reciente intento del Banco Mundial para medir la calidad de los sistemas de educación, en algunos países africanos, pinta una descorazonadora imagen de lo que se les está ofreciendo.

En Uganda, solo uno de cada cinco profesores de escuela primaria cumple la norma mínima de competencia en matemáticas, lenguaje y pedagogía. De todos modos, son pocos los que pasan mucho tiempo enseñando. En visitas sorpresivas a escuelas públicas, encuestadores encontraron que 27 por ciento de los profesores estaban ausentes. Y de los que estaban presentes, 56 por ciento no se encontraba en el salón de clase a la hora programada de los cursos.

El reporte de la OCDE que aspira a influir en el debate sobre las metas de desarrollo de Naciones Unidas, propone el objetivo de ofrecer para 2030 una educación secundaria universal, que garantice que todos los estudiantes alcancen el nivel básico de conocimientos medido por PISA. Las ganancias económicas, sostiene, pagarían con creces ese esfuerzo.

Los que es desalentador es que las metas educativas que se están discutiendo no se concentran en la calidad. El borrador del documento de Naciones Unidas vagamente promete una educación secundaria universal “equitativa y efectiva”, que produzca resultados de aprendizaje “relevantes y efectivos”. Pero no define los términos. La promesa de eliminar el analfabetismo entre los jóvenes es lo más cerca que se llega a un objetivo concreto y significativo.

Alcanzar la calidad será difícil y más costoso. Los profesores necesitan volver a capacitarse, hay que revisar los planes de estudio y cambiar los enfoques pedagógicos. Todo esto, al tiempo que se ofrece educación secundaria universal, y se cierra la brecha que sigue existiendo en el acceso a la primaria, en una época en que está menguando la asistencia para la educación.

Quizá el mayor obstáculo sea diseñar una medida útil de competencia educativa, para garantizar la responsabilidad en todo el mundo entre culturas radicalmente diferentes, cada una con sus propios principios pedagógicos. “¿Existe un conjunto común de preguntas?”, se pregunta Bahadur. Los exámenes PISA, observa, están diseñados para países ricos.

El debate tan caldeado en Estados Unidos sobre la aplicación de exámenes estandarizados revela lo difícil que puede ser esta tarea.

Pero sin una mejora, no solo en las bases de la educación (como el número de profesores y el tiempo dedicado a la enseñanza) sino también en los resultados (estudiantes con mejor desempeño), gran parte de ese esfuerzo será un desperdicio. “Equidad al precio de malos resultados, en general, no le hace bien a nadie”, observa Andreas Schleicher, que dirige PISA en la OCDE.

Eduardo Porter writes the Economic Scene column for The New York Times. Formerly he was a member of The Times’ editorial board, where he wrote about business, economics, and a mix of other matters.

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