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El retorno a la decencia

El presidente electo de Estados Unidos, Joseph R. Biden Jr., se dirigió a la nación desde Wilmington, Delaware, el 7 de noviembre. “Es hora de dejar de lado la retórica draconiana, bajar la temperatura, volver a verse, escuchar a los demás”, dijo. Credit Angela Weiss/Agence France-Presse — Getty Images
El presidente electo de Estados Unidos, Joseph R. Biden Jr., se dirigió a la nación desde Wilmington, Delaware, el 7 de noviembre. “Es hora de dejar de lado la retórica draconiana, bajar la temperatura, volver a verse, escuchar a los demás”, dijo. Credit Angela Weiss/Agence France-Presse — Getty Images

Aunque el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, todavía no se ha ido, al menos está en silencio, marginalizado y moribundo. A pesar de que Trump atacó el respeto por la verdad, que es el núcleo central de la democracia, esta resistió el embate. Cuando Joe Biden asuma la presidencia en enero, se convertirá en el presidente número 46 de Estados Unidos. Entonces, la decencia volverá a la Casa Blanca y experimentaremos un cambio moral fundamental. Los dictadores de todo el mundo ya no tendrán carta blanca para hacer de las suyas sin oposición alguna.

Joe Biden ganó con cierto margen, con 306 votos del Colegio Electoral, el mismo número que Trump obtuvo en 2016, cuando describió su victoria como un “triunfo aplastante”. Por más que proteste y fanfarronee, Trump no puede hacer desaparecer los hechos. El insulto del presidente de negarse a conceder la derrota se siente menos crudo en una nación habituada a las atrocidades. Pero, de cualquier forma, demuestra cuán dispuesto está Trump a trastocar las instituciones y tradiciones de la democracia.

Una sacudida autoritaria en Estados Unidos era un peligro real. Europa ya se sentía aislada en la defensa del Estado de derecho y los derechos humanos. Del Despacho Oval salía una voz artera, persuasiva y lastimera, que supuraba una tremenda obsesión consigo misma y se clavó en la mente de todos. El genio político de Trump radica en su talento para conectar con el lado oscuro de la naturaleza humana y la fiera energía, amplificada por las redes sociales, que tiene para atraerlo. El volumen de esa voz ha bajado conforme se va disipando la pesadilla. De pronto, hay un poco de espacio mental para pensar de nuevo.

Y hay bastante en qué pensar. El orden mundial posterior a 1945 con Estados Unidos a la cabeza quedó atrás; la presidencia de Biden no lo revivirá. Ante la ausencia voluntaria de Estados Unidos y la ineficacia del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la pandemia reveló que al mundo le falta un líder. Las barreras erigidas por el virus no se desbaratarán con rapidez. Tampoco desaparecerán la economía basada en el trabajo a distancia ni el impacto psicológico, con poder devastador, de la soledad. El modelo democrático de las sociedades occidentales enfrenta retos insistentes de una China con más poder, con un estado de vigilancia represiva, y la Rusia del presidente Vladimir Putin, quien considera que el liberalismo es “obsoleto” porque presupone que los “migrantes pueden matar, saquear y violar con impunidad”.

La migración masiva, las disrupciones de la tecnología, los problemas económicos relacionados con el virus y el vacío creado por la desaparición de la clase media crean condiciones propicias para el nacionalismo y la caza de chivos expiatorios de la que depende. Estas condiciones seguirán estimulando movimientos intolerantes del tipo que han encabezado Trump, Putin y el primer ministro húngaro, Viktor Orban. El reto central de las democracias liberales es diseñar una respuesta que ofrezca oportunidades económicas y educativas más generalizadas, así como igualdad en las finanzas, como punto de partida. La impunidad de los ricos y la creciente desigualdad han corrompido a la “sociedad”, entendida como una comunidad con ciertos intereses compartidos.

En Estados Unidos, el abismo cultural abierto entre las élites urbanas y las poblaciones rurales sigue siendo muy marcado. Los casi 74 millones de votos que obtuvo Trump son más que una manifestación de la poderosa resonancia del lema “Estados Unidos primero”. El expresidente Barack Obama, en una entrevista reciente con la revista The Atlantic, comentó que “estamos en los albores de una crisis epistemológica en Estados Unidos”. Obama señaló que los estadounidenses están perdiendo la capacidad de distinguir la verdad de las mentiras y, en tales condiciones, la democracia sucumbe.

De acuerdo, pero entonces intenté imaginar qué se entendería por “crisis epistemológica” en Rifle, Colorado, donde hace poco realicé trabajo periodístico en Shooters Grill, propiedad de Lauren Boebert, de 33 años, republicana de extrema derecha que porta una Glock y acaba de ser electa al Congreso.

Incluso el mismo idioma varía entre los liberales y el resto de Estados Unidos que piensa diferente. Trump, un astuto impostor, identificó el espacio político que esta división abrió para él. Su nostalgia se refiere a un momento de grandeza estadounidense sin identificar, cuando los varones blancos con propiedades mandaban, las mujeres se quedaban en casa y el dominio global de la nación era indiscutido. Trump prosperó gracias a la inquietud y a una sensación de humillación provocadas por un rápido cambio demográfico y un panorama económico inestable. Es poco probable que desaparezca; si acaso lo hace, tal vez en una celda en la prisión, el trumpismo encontrará otro modelo.

Biden podrá tomar algunas medidas con rapidez: reintegrarse al Acuerdo de París sobre el cambio climático; reafirmar la importancia de los valores estadounidenses, incluida la defensa de la democracia y los derechos humanos; reconstruir relaciones sobresaltadas con la Unión Europea y aliados de todo el mundo; restaurar el lugar de la verdad para que la palabra de Estados Unidos se tome en serio de nuevo; y eliminar el enfoque de suma cero de Trump que no comprendió los beneficios recíprocos del comercio abierto y el orden global basado en normas.

En Medio Oriente, Biden abandonará la postura de Trump de apoyo ciego a Israel y adoptará un enfoque más equilibrado con respecto al conflicto con los palestinos, además de buscar mecanismos para restablecer el acuerdo nuclear con Irán. Le devolverá el procedimiento a la política estadounidense. De hecho, restaurará la política, en vez de seguir instintos y deseos, que era el modus operandi de Trump, en particular en la caótica respuesta a la pandemia.

Estas transformaciones de Biden están muy bien, pero el mundo ha avanzado, así que el nuevo presidente no puede orientar la brújula tan solo con el objetivo de buscar el orden que existía antes. La agresividad de Trump y el brexit han galvanizado a Europa en una dirección que el presidente francés, Emmanuel Macron, denomina “autonomía estratégica”. Por primera vez, Alemania ha permitido que la deuda europea se federalice, lo que permitirá que el bloque reciba préstamos como un gobierno, un paso importante para consolidar una Europa más fuerte e integrada. Es tiempo de un “Nuevo Pacto” entre Europa y Estados Unidos que reconozca la emancipación europea y las cambiantes prioridades estadounidenses, pero también cemente una alianza de valores e intereses en gran medida compartidos.

La evolución de Europa ha sido evidente en las relaciones con China, que solían ser solo comerciales. Ahora, la China expansionista del presidente Xi Jinping se considera una rival sistémica.

La Unión Europea ha criticado el historial de China en materia de derechos humanos, ha impuesto sanciones en respuesta a la represión china en Hong Kong y con toda razón duda de la efectividad de la respuesta china a la pandemia, aunque esta nación haga alarde de lo exitosa que ha sido. Sin embargo, las naciones europeas tienen interés en colaborar con China. Uno de los principales retos para Occidente cuando el gobierno de Biden tome las riendas será encontrar el justo medio, de tal forma que se definan límites firmes que la China de Xi respete, pero sin llegar a una confrontación franca.

China es una amenaza explícita para el modelo liberal occidental. Es necesario reconocer y resistir esta amenaza. La tecnología china, por ejemplo, no es neutral. Canaliza información hacia Pekín. No obstante, China también forma parte integral de la economía global. Un giro enfurecido basado en la consigna “China primero” que descarte todo tipo de relación no sería beneficioso para nadie. La agresividad innecesaria e incoherente de Trump ha complicado en vano la difícil relación entre la gran potencia del mundo y la potencia que podría remplazarla.

Las elecciones estadounidenses fueron un punto de inflexión. Ilustraron de nuevo que a quienes dan por perdida a la democracia más les vale no hacerlo. Las democracias reaccionan con lentitud, por lo regular son engorrosas y desordenadas por naturaleza. Pero también son tenaces y, si se les provoca, resueltas. Saben que el decreto del autócrata no es compatible con la búsqueda de la dignidad humana y la libertad. Pueden decirle a coro a un abusivo: “¡Estás despedido!”, una frase que Trump todavía no soporta escuchar. El resultado es el renacimiento de la esperanza, por más endeble que sea, para el siglo XXI.

Es posible que pronto tengamos vacunas. De lo que no hay duda es que pronto tendremos un presidente estadounidense decente.

Roger Cohen ha sido columnista del Times desde 2009. Sus columnas se publican los miércoles y sábados. Se unió al Times en 1990 y ha sido editor y corresponsal en el extranjero.

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