Nada más acabar la Segunda Guerra Mundial, circulaba en Italia un semanal ferozmente anticlerical, el Don Basilio. A través de él, y de los relatos de mi padre, pude reconstruir los estados de ánimo de una Italia laica, prefascista y decimonónica, cuando para cualquier patriota los curas eran unos corvajos negros ante cuyo paso uno hacía todo tipo de conjuros.
Luego la oleada anticlerical se acabó, quizá porque los comunistas, al aceptar el artículo 7 de la Constitución, habían decidido hacer su propio concordato con la Iglesia e intentaban asegurarse votos católicos. Quedaban entonces unos pocos liberales y republicanos históricos, pero no formaban una masa crítica.
Durante largo tiempo, no he oído hacer profesión de ateísmo, como orgullosamente hacían los librepensadores decimonónicos con sus sombreros de ala ancha y sus corbatas a la Lavallière. Un poco porque los que no creían, considerando que no era posible demostrar la existencia de Dios, concluían que tampoco se podía demostrar su inexistencia y, por lo tanto, juzgando el ateísmo una profesión de fe a la inversa, preferían definirse agnósticos; un poco porque el no creyente -así come le parecía maleducado proferir blasfemias por temor de ofender a los creyentes- consideraba que, de proclamarse ateo, su mujer quedaría en mal lugar; y un poco, por último, porque en épocas de Gobierno democristiano, los ateos preferían no creer en silencio.
Hoy en día, parece que las cosas han cambiado y que no sólo se vuelve a proclamar en voz alta el propio ateísmo, sino que también se escriben libros y libelos sobre los estragos de las religiones. Sin limitarnos al Tratado de ateología de Michel Onfray, que salió en Francia hace más de dos años, tenemos recientemente varios. Rompiendo el conjuro, de Daniel Dennett (un filósofo que estudia la religión como fenómeno natural); el muy polémico Por qué no podemos ser cristianos y menos aún católicos, de Piergiorgio Odifreddi; el sarcástico Papá Noel, Jesús Adulto de Maurizio Ferraris; el Curso acelerado de ateísmo de Antonio López Campillo y Juan Ignacio Ferreras; Una ética sin Dios. Se puede tener verdaderamente una vida moral sólo dejando a Dios de lado, de Eugenio Lecaldano o Dios no es grande: cómo la religión lo envenena todo, del controvertido Cristopher Hitchens. Quizá hayan salido otros libros análogos, pero se me han escapado, y espero que sus autores, por amor de Dios, me perdonen.
En cualquier caso, estamos asistiendo a un regreso a formas de ateísmo militante. ¿Un plan diabólico, como habrían dicho, hace dos siglos, los jesuitas, que atribuían la revolución francesa, la anarquía y los movimientos carbonarios, liberales, mazzinianos, garibaldinos y socialistas a la conjura judeo-masónica?
Precisamente hace unos días, mientras buscaba otras cosas, di casualmente con unas páginas de internet que se ocupan de la expedición garibaldina de Los Mil a Sicilia. Sobre ésta existen dos versiones contrapuestas: la del Risorgimento (todos ellos fueron héroes purísimos) y la reaccionario-sanfedista (fueron, en cambio, una banda de criminales que destruyó el muy cívico reino de las Dos Sicilias, manchándose de todo tipo de latrocinios, estupros y matanzas, y que lograron ganar sólo porque corrompieron a los generales borbónicos con el oro procedente de los masones ingleses). En un punto intermedio están las -distintas- opiniones de los historiadores serios, que intentan reconstruir críticamente las luces y sombras de aquella época.
Ahora bien, he descubierto que la absoluta mayoría de los sitios web sobre Los Mil son de pura marca sanfedista, y representan tanto a grupos católicos de derechas como a -por increible que parezca- fuentes relacionadas con la Liga Norte y de la Padania, en las que colaboran separatistas sículos filoborbónicos, todos ellos unidos para deslegitimar la unidad de Italia.
Es verdad que se trata de sitios que se copian y citan mutuamente (he observado un evidente error de fecha que aparece en uno y es retomado por muchos otros), pero, precisamente por ello, nos da la impresión de que existe una invasión organizada de la Red en una clave que habría resultado excesiva incluso a los historiadores papalinos del siglo XIX.
Nos encontramos ante un proceso de acción-reacción, pero no está claro si han sido los sanfedistas los que han puesto en movimiento a los anticlericales o viceversa. Desde luego, lo que no brilla por su ausencia en este fenómeno es el uso político de la religión por parte de fundamentalistas de signo diverso, desde Washington hasta Teherán; la resurrección -bastante increíble- de la polémica antidarwinista, el ataque frontal al presunto relativismo de la ciencia moderna y, en Italia, el Family day de los divorciados de derechas.
O quizás es que, en el ocaso de las ideologías del siglo XX, volvemos a los tiempos confortables y seguros de la contraposición entre el Sagrado Corazón vandeano y la liberté, égalité y fraternité.
Umberto Eco es filósofo y semiólogo italiano. Ha publicado numerosas novelas, como La misteriosa llama de la reina Loana o El nombre de la rosa.