El Rey, a pie de obra

La actividad de Su Majestad el Rey, el Jefe del Estado, está pasando incomprensiblemente inadvertida para la inmensa mayoría del pueblo, desde que comenzó la vida excepcional en España por la pandemia del coronavirus.

Este hecho, además de insólito, dada su condición de máxima autoridad nacional, es inaceptable, al menos, por tres motivos. Primero; porque esta devastación del coronavirus nos afecta a todos los españoles, sin distinción de nuestro «nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social», por constatar lo evidente con las palabras del artículo 14 de la Constitución.

Segundo; porque el Rey, como Jefe del Estado, es el único que integra a todos y cada uno de nosotros de forma solidaria, «uti soci» (Lucas Verdú), y, por ello, personifica a la nación; así como la «unidad y permanencia» del Estado que hemos constituido y regulado en la Constitución. Esta integración en plenitud de la sociedad y del Estado no pueden hacerla respectivamente ninguna facción política; ni ningún poder del Estado central (Cortes Generales, Gobierno, Poder Judicial, Tribunal Constitucional), ni, menos aún, naturalmente, los poderes de las Comunidades Autónomas. Ni siquiera pueden ejercerla todos los poderes centrales y autonómicos del Estado agregados.

Para que quede completamente claro y volviendo a los órganos centrales del Estado; dado que esa función de integración tampoco pueden desempeñarla las Cortes Generales (y eso que tienen asignada constitucionalmente la función de representar «al pueblo español»), mucho menos lo puede realizar el jefe del poder ejecutivo o presidente del Gobierno (éste solo representa al Gobierno).

Tercero; porque, desde la declaración del «estado de coronavirus», Felipe VI ha anegado todos los días -y se va a llegar, al menos, a las doce semanas- con reuniones telemáticas, telefónicas y presenciales, así como con algunas salidas, de forma holística, sistemática y sostenida. Sin duda y precisamente, para mantener una conexión social directa con todos los sectores y territorios; ejerciendo un papel vertebrador, acompañando, animando y apoyando a la sociedad española desde los mejores valores. Dicho de forma castiza, el Rey ha estado sin descanso «a pie de obra», en la certera expresión del duque de Fernández-Miranda, cumpliendo esa altísima función constitucional y política, que le compete en exclusiva como Jefe del Estado.

Por tales motivos, resulta incomprensible de todo punto que la actividad de Su Majestad no esté recibiendo un trato adecuado por los medios de información y, en particular, por los medios de información de masas (léase, televisiones y radios) y, más en particular, por las televisiones y radios públicas y, aún más en particular, por Radio Televisión Española (RTVE).

Almudena Martínez-Fornés ha publicado dos artículos («Silenciar al Rey» y «Los Reyes se ‘desconfinan’ tras más de 250 actos ignorados»), que son como sendas actas notariales-denuncias del «silencio manso», cuando no insidioso sobre las 250 actividades en 70 días (lo que, excluidos los domingos, arroja una media de 4 al día) que el Jefe del Estado y otros miembros de la Real Familia llevaban realizados hasta aquel momento.

Desde esta imparcial tozudez de los datos, Ángel Expósito se sumaba también al deber ético de cumplir con la «información verídica» y la «realidad objetiva» así: «En estos tres últimos meses el Rey ha hablado con todos los sectores protagonistas de este desastre, se puso la mascarilla en Ifema, se cuadró con la UME, se vistió el uniforme (se siente, Pablo, es militar), madrugó en Mercamadrid y ordenó que la Guardia Real repartiera comida desde el Banco de Alimentos». Y esculpía la finalidad real de ese estruendoso silencio en el título de su artículo: «El objetivo es la Jefatura del Estado».

Claro, que todo resulta comprensible, si, como sostiene Jaime Mayor Oreja en la «Tercera» del 24 de mayo, «es obvio que hay un proceso y tenemos instalado un Frente Popular en el Gobierno y… tiene el gran objetivo de socavar, reemplazar, sustituir un orden social, destruyendo la libertad; así como los valores cristianos de nuestra sociedad». En esta acción política, donde «todas y cada una de las medidas forman parte de un todo, de un plan, de una estrategia», es incuestionable que forma parte de dicha maquinación de largo recorrido acabar con la Monarquía parlamentaria; pues es el eje del régimen democrático de la Constitución. Y, entonces, el silencio manso, insidioso, estruendoso sobre las actividades del Rey a Pie de Obra queda al descubierto como lo que es en realidad. Una orquestación contra el Jefe del Estado y, por ende, contra la Constitución.

Los españoles que queremos la libertad, la igualdad y la prosperidad para nosotros y las generaciones venideras -y que, sigo creyendo, espero que no ingenuamente, somos la gran mayoría-, cada uno desde el lugar donde esté, le corresponda o caiga en suerte, estamos ya tardando en unirnos y hacer algo más que admirar a nuestro silenciado y excepcional Rey a pie de obra.

Daniel Berzosa es profesor de Derecho Constitucional y abogado.

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