El rey Egica: el origen del sectarismo español

¿Spain is different? Poco queda del lema creado por F. Díaz-Plaja, por cierto catalán, que sirvió para atraer un cierto turismo en busca de lo exótico. Hoy España es una democracia moderna que nada tiene que envidiar a los países de nuestro entorno. Sin embargo, persiste un curioso «hecho diferencial» que, junto al localismo extremo y la ardorosa ingenuidad, viene contribuyendo a provocar periodos de decadencia y debilidad de nuestro país: el sectarismo. ¿Y cuándo surge esta obsesión por privilegiar el interés de ciertos grupos sobre el general de la nación, incidiendo en lo que nos divide en lugar de en lo que nos une? Un primer precedente lo encontramos en el periodo de los reyes visigodos, y concretamente con el rey Egica. Este rey probablemente resulte desconocido a la mayoría, aunque gobernó durante quince años España (687-702) y resultó fundamental en el devenir de nuestra historia. En tiempos de los godos el rey no ejercía un poder absoluto, sino que dependía para muchas decisiones de los concilios y otras instituciones, lo que constituía un primigenio sistema de cheks and balances. Su importancia como antecesor del Parlamento no ha sido apenas destacada, asistiéndose pasivamente a la afirmación de que el parlamentarismo lo inventaron los ingleses con el rey Juan, cuando en su caso lo precederían las Cortes de León.

El rey EgicaEl sistema sucesorio de los reyes visigodos originariamente no era hereditario, sino electivo. Lo que podría ser visto como un precedente republicano en realidad fue sinónimo de grandes conflictos, en ocasiones sangrientos, que llevaron a pensar, incluso a san Isidoro de Sevilla, que tenía más ventajas el sistema hereditario. El rey Ervigio (que gobernó del 680 al 687) accedió, en perjuicio de sus propios hijos varones mayores, a que heredara el trono su yerno Egica (casado con Cixilo, hija del primero), sobrino del depuesto rey Wamba y, por tanto, enemigo potencial de Ervigio. Su intención era restañar heridas y reconciliar a los diversos clanes, poniendo así los intereses del reino por encima de los de su familia. Sin embargo, el infierno está empedrado de buenas intenciones, y eso que Ervigio supeditó el acuerdo de sucesión a dos juramentos de Egica: llevar la justicia a las gentes del reino y a la patria (un término que ya existía entonces), y respetar los bienes y las vidas de su familia política cuando llegara al trono.

Egica pronto traicionaría el pacto con su antecesor, una suerte de constitución de la época. Lo primero que hizo cuando reinó fue convocar el XV Concilio de Toledo para que le liberara de sus juramentos. El Concilio sólo cedió parcialmente a los deseos del rey, afirmando que debían respetarse los dos juramentos, aunque en caso de conflicto debería prevalecer el primero. Esta fórmula algo confusa fue utilizada hábilmente por Egica para volverse contra su familia política y sus partidarios, despojándoles de sus bienes, matando a algunos y repudiando incluso a su propia mujer, alegando que todo ello lo hacía para «reestablecer la justicia en el reino». Pero lógicamente esta apuesta de Egica por la venganza, en lugar de por la reconciliación, trajo más división al reino, debilitando su ya frágil unidad. De hecho, el reinado de Witiza (702-710), hijo de Egica, nacería rodeado de polémica y herido de muerte. Ello derivaría en que su sucesor, Don Rodrigo (710-711), accediera al trono de forma violenta, determinando de nuevo la división del reino en dos y el surgimiento de diversas crisis, como la revuelta de los vascones. Precisamente se encontraba el rey sofocando esta revuelta cuando se produjo, no por casualidad, la famosa batalla de Guadalete. No era la primera vez que los árabes trataban de invadir la Península, pero si en esta ocasión tuvieron éxito fue debido a que los hispanovisigodos estaban enfrentados entre sí, lo que se plasmó en la traición de don Opas y los hijos de Witiza. Luego estos se arrepentirían de su acción porque los árabes no cumplieron tampoco sus promesas. Ya era tarde.

Cada vez que la división y el sectarismo aparecen en España se produce la debilidad de nuestra nación, que es aprovechada por otros. Sobran los ejemplos. Por eso cuando asistimos a la inquina en que cae el debate político o con qué facilidad triunfan y son apoyados los movimientos rupturistas, mientras siguen discriminando a una parte de su sociedad por sentirse españoles, nos percatamos de que todavía sobreviven muchos Egicas, así como ingenuos que caen esclavos de palabras lisonjeras mientras les roban la cartera, y eso que curiosamente los ingenui en tiempos de los visigodos eran los hombres libres. Hoy como ayer, tendemos a olvidar que «todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y casa contra casa, cae» (S. Lucas, cap. 11, ver. 17, 21).

Alberto Gil Ibáñez es escritor y ensayista.

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