El Rey Felipe y Tiziano

EL mundo considera al rey Felipe II como el arquetipo de monarca español. Sentado en su palaciomonasterio de El Escorial, parecía estar administrando un inmenso imperio intercontinental por control remoto. Prefería, como preferiría Federico el Grande en Prusia dos siglos más tarde, ocuparse de todos los asuntos mediante comunicación escrita. Nunca le gustó recurrir a la guerra, pero procuraba someter a los rebeldes, como consideraba a los Países Bajos, usando un ejército dirigido por sus mejores generales, el duque de Alba y Farnesio. Tenía fama de ser incapaz de decidirse o de tardar tanto en tomar una decisión que el problema en cuestión se volvía todavía más confuso. Los no españoles lo relacionan con los autos de fe, y lo consideran el asesino de Guillermo el Silencioso, el héroe de la Holanda moderna, y quizá, si están bien informados, de Escobedo, el secretario de Don Juan de Austria.

«Felipe de España» aparece en las pesadillas inglesas y sus barcos están hechos en la literatura para abalanzarse despiadadamente sobre los pequeños navíos ingleses, como el «Revenge» de Grenville. «La Armada Invencible» fue su logro más siniestro. Pero no olvidemos a Schiller y a Verdi, que convierten a un, a decir verdad, gravemente enfermo Don Carlos, un héroe de todos los tiempos, en la víctima de un padre supuestamente intolerante al que se representa como si no entendiera a su propia hija-reina francesa. Por tanto, es un alivio leer una obra en la que el verdadero carácter de Felipe, el de amante de la pintura y buen conocedor de la misma, aparece como su sentimiento más fuerte. A partir de 1550, Felipe se convirtió en mecenas de Tiziano, a quien pagó e inspiró durante un cuarto de siglo hasta la muerte del pintor en Venecia en 1576. La autora de la obra que inspira estos pensamientos es la historiadora del arte estadounidense Sheila Hale, que no ocupa ningún puesto universitario ni de ningún otro tipo, y a la que Stuart Proffitt, un admirable editor londinense que «sabía que le gustaba Venecia», convenció para que escribiera el libro.

Felipe habló por primera vez con Tiziano en 1550, y pidió a su embajador en Venecia, Juan Hurtado de Mendoza, miembro de esa gran familia que hizo tanto por España y su imperio en el siglo XVI, que invitara a Tiziano (que, naturalmente, era veneciano hasta la médula) a Augsburgo, donde estaba Felipe por aquel entonces. Debió de aprender todo lo que sabía del gran veneciano de su padre, el emperador Carlos, al que Tiziano había retratado varias veces, especialmente tras su victoria en Muhlberg, retrato del que a veces se dice que es el mejor del mundo. Probablemente se trajera consigo el cuadro de Dánae que actualmente se encuentra en el Museo del Prado. En Augsburgo, Carlos pidió dos lienzos: uno de una Virgen Afligida y otro de La Gloria. Sin embargo, Felipe también fue capaz de disponer lo necesario para realizar retratos. Pero entonces, como dice Sheila Hale, «sucedió... algo extraordinario» entre el joven y triste príncipe y el anciano pintor. Puede que la evidente sensualidad de Dánae desconcertara y asombrara ligeramente al príncipe. Pero tanto si esto fue así como si no, en el transcurso de su conversación Tiziano accedió de todos modos a realizar unos diez cuadros a lo largo de los diez años siguientes. Cinco de ellos se inspiraron en los populares poemas de Ovidio,

Las metamorfosis, de los que Felipe tenía una traducción en español. Los otros cuadros iban a ser religiosos. A diferencia de su padre –señala Sheila Hale–, que disfrutaba de la compañía de Tiziano, pero que valoraba ante todo su talento como un vehículo para promover su propia imagen, «Felipe vio en Tiziano a un artista genial con un espíritu independiente y quien, si se le dejaba, realizaría un trabajo maravilloso que satisfaría el gusto estético sumamente desarrollado de Felipe».

Felipe y Tiziano nunca se volvieron a ver después de mayo de 1551, pero mantuvieron mucha correspondencia. A partir de ese momento, Tiziano reservaría su mejor trabajo para Felipe, que resultó ser el mecenas más generoso, más sensible y el que más libertad concedía de toda la carrera de Tiziano, dándole la seguridad financiera de un artista de la corte sin exigirle que fuera a la corte, o tan siquiera que abandonase su estudio en Venecia. Esa independencia, concluye Sheila, «sin precedentes en la historia del mecenazgo liberó en Tiziano una nueva fuente de creatividad». Tiziano se percató pronto de que Felipe entendía mejor su obra que cualquier otro mecenas. Aunque la correspondencia de Tiziano con Felipe, y la de Felipe sobre Tiziano con sus ministros tanto en Italia como en España, está bien conservada, parece que esto no ha influido mucho en la impresión negativa general sobre el carácter de Felipe. Alguien tiene que escribir un anti-Schiller con el Felipe de verdad contemplando El rapto de Europa. Los historiadores tampoco se han percatado siempre de que la afluencia de plata de Potosí significaba que Felipe podía pagar a Tiziano de forma regular. El amor de Felipe por el arte nunca disminuyó, y siguió animando a Tiziano y haciendo todo lo que podía para apoyarle y satisfacer sus peticiones a veces excesivas.

Felipe II pasó más tiempo en países extranjeros que ningún otro monarca excepto su padre Carlos V, ya que Felipe vivió en Inglaterra, Alemania, Holanda e Italia. Incluso tuvo mujeres de Portugal, Inglaterra, Francia y Austria. ¿Qué estadista de la Europa moderna puede acercarse a semejante y distinguido historial? Su entusiasmo por Tiziano era el de un gran cosmopolita.

Tengo una coda interesante que aporta una nueva conclusión a una antigua historia. El rey Felipe II se casó, lógicamente, en segundas nupcias, con la reina María Tudor. El matrimonio no salió bien, aunque Felipe era atento con su inesperada esposa, que acabó admirándole y amándole. Llegó a Inglaterra en 1554 para ser proclamado rey de Inglaterra en Winchester, donde se celebró el banquete de boda.

Sin embargo, a Felipe nunca se le reconoce como rey de Inglaterra en la gran lista de monarcas ingleses. Existen dos retratos de él en la Cámara de los Lores, pero se convirtió en enemigo de la gran reina Isabel I.

No obstante, este año, cuando la reina Isabel II, la actual monarca, fue a Westminster Hall para que, con ocasión del 60 Aniversario de su reinado, la recibieran ambas cámaras del Parlamento, la Cámara de los Comunes y la Cámara de los Lores, el guía oficial dijo a los asistentes (entre los que yo me incluía) que la primera vez que un monarca había estado presente en tal ocasión fue cuando se pronunció un discurso así ante el rey Felipe y la reina María en los años 1550. No podía creerlo, pero las palabras se pronunciaron, sin ninguna duda. De modo que parece que este año nos hemos hecho con un nuevo monarca, un amante de Tiziano y un ilustre europeo.

Hugh Thomas, historiador.

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